Sin banda presidencial, con la bandera nacional a modo de “pin” en la solapa y con un sillerío a medio llenar al inicio del evento, Andrés Manuel empezó diciendo que en su Gobierno se respeta a los Poderes de la Unión; sin embargo, la narrativa de su gobierno y del mensaje mismo dicen todo lo contrario.
El mensaje de este 1 de septiembre fue un acto político, parte de la campaña política permanente montada por Andrés Manuel López Obrador, para afirmar contundentemente que lo que encabeza es un cambio de régimen, no de Gobierno. Deja claro que, bajo el amparo del discurso reiterado en contra de la corrupción, el presidente de México desmantela poco a poco las instituciones y crea esa otra normativa que le permite establecer su anhelada perpetuidad.
No sólo afirmó tajantemente que se construirá el aeropuerto de Santa Lucía y la Refinería de Dos Bocas, también aseguró que se continuará invirtiendo en Centroamérica y se continuará con la actual operación de los programas sociales, que, según sus datos, no generan crecimiento, pero si desarrollo. En perfecta sintonía con su discurso de campaña, con gran emoción reafirmó que en México “primero los pobres”.
Sin apego al artículo 69 de la Constitución Política Mexicana, el acto estelar fue el “Informe” (primero en el marco constitucional, pero en el régimen obradorista tercero) transmitido como el presidente quiso y mandó y ya, luego, como por no dejar, lo entregó al Congreso.
Tomando el memorable discurso de la Batalla de Gettysburg (de la Guerra Civil de los Estados Unidos) en el que Abraham Lincoln se refería al “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, López Obrador recitó estas líneas al afirmar que en su gobierno ya no hay prácticas corruptas, ni clientelares y mucho menos antidemocráticas.
Paradójicamente, por un lado, afirmó que él no interferiría con la acción de los Poderes de la Unión, empero, pidió al Congreso se apruebe la iniciativa que él mismo envió relativa a las consultas populares, la revocación de mandato y las que sean necesarias para lograr la ruta de su Cuarta Transformación.
El 1 de septiembre siempre ha sido el “día del presidente” y hoy, en este nuevo régimen fue la ocasión ideal para un evento presidencial y de campaña, en el que no se dijo nada nuevo, se reiteraron promesas, se matizaron los retos y se dejó claro que hoy en México hay sólo una voz de mando, la de López Obrador.