Zedillo tiene razón: México está en riesgo
Por Rubén Iñiguez/
La Voz de Jalisco
En política, los silencios también pesan. Y cuando una figura como el expresidente Ernesto Zedillo decide hablar, vale la pena escuchar. Hace unos días, Zedillo advirtió con claridad que México está a punto de perder su democracia. Sus palabras no fueron ni exageradas ni alarmistas: fueron, lamentablemente, un diagnóstico certero de la ruta que ha tomado el país.
La reacción de la presidenta Claudia Sheinbaum no se hizo esperar. Lo descalificó de inmediato, lo acusó de ser “neoliberal” y de no tener calidad moral para hablar de democracia. La vieja receta de desacreditar al mensajero cuando el mensaje incomoda.
Pero Zedillo no habló desde el capricho, sino desde la experiencia. Fue él quien encabezó una de las transiciones democráticas más importantes en la historia reciente de México: la creación de un IFE ciudadano, la autonomía del Banco de México, la reforma judicial de 1994. Bajo su mandato, el poder presidencial comenzó a acotarse y el país dio pasos firmes hacia una democracia con contrapesos reales.
Hoy, ese andamiaje institucional está siendo desmantelado pieza por pieza. La reforma judicial impulsada por el oficialismo -que pretende subordinar a jueces y ministros al voto popular- no es una modernización, sino una regresión. Buscar que el pueblo “elija” a jueces que deben ser imparciales es un contrasentido. No se trata de ampliar la democracia sino de vaciarla de contenido.
El nuevo oficialismo no quiere contrapesos, quiere obediencia. No le interesa una Corte autónoma, ni un Congreso plural, ni medios críticos. En nombre del “pueblo”, se está construyendo un poder monolítico que recuerda más a los viejos regímenes autoritarios que a una república moderna. Y lo peor: se hace con aplausos y sin debate.
Zedillo, guste o no, es una voz autorizada para advertir de estos riesgos. Su crítica no es nostalgia por el pasado, sino una alarma frente a lo que viene. Hoy que la presidencia vuelve a concentrar poderes, que se descalifica sistemáticamente a los opositores, que se pretende controlar al Poder Judicial desde la retórica popular, cabe preguntarse si no estamos repitiendo los errores de los que tanto nos costó salir.
México no ha perdido aún su democracia, pero va en camino. Y lo que está en juego no es el poder de un grupo, sino el futuro de nuestras libertades. Escuchar a Zedillo no es un acto de nostalgia, sino de responsabilidad.