En memoria del doctor Gerardo Ascencio Baca, destacado investigador de la UACH

Además de catedrático, ocupó puestos administrativos en la Facultad de Filosofía y Letras, así como en Rectoría.

Redacción/Oswaldo Ramírez

Chihuahua, Chih.- La Universidad Autónoma de Chihuahua, a través de la Facultad de Filosofía y Letras, dio a conocer la pérdida del doctor Gerardo Ascencio Baca, quien falleció a la edad de 51 años.

El destacado investigador padeció una enfermedad desde finales del año pasado, misma con la que estuvo luchando diariamente sin perder el ánimo, la alegría y las ganas de salir adelante.

A principios de este año su estado de salud presentó mejorías con el tratamiento indicado por el médico. Sin embargo, la enfermedad fue ganando terreno conforme pasaron los meses, por lo que regresó al hospital a principios de marzo y hoy terminó con la vida del doctor Chencho, sobrenombre como se le conocía y que a él le gustaba que le dijeran.

Hoy termina una brillante carrera académica. Licenciado en Ciencias de la Información, con especialidad en Administración de Bibliotecas Académicas por la UACH, maestro en Bibliotecología y Ciencias de la Información por el Tecnológico de Monterrey y doctor en Comunicación y Cultura en la Sociedad de la Información por la Universidad de Sevilla. Pertenecía al Padrón Nacional de Evaluadores del Consejo para la Acreditación de Programas Educativos en Humanidades (COAPEHUM), tenía el reconocimiento al Perfil Deseable Prodep desde el 2007 y era miembro del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (SNII), Nivel 1.

Asimismo, ocupó diversos puestos administrativos en la facultad que lo vio cruzar sus aulas como estudiante y también a nivel Rectoría de la UACH. Fue Secretario de investigación y Posgrado de la Facultad de Filosofía, en donde logró incluir el posgrado de la Maestría en Innovación Educativa, así como el Doctorado en Educación, Artes y Humanidades en el Programa Nacional de Posgrados de Calidad, conocido ahora como el Sistema Nacional de Posgrados. Después de su paso por Rectoría, donde fue director de Recursos Humanos, regresó a la Facultad de Filosofía y fue pieza fundamental para la elaboración y aprobación del doctorado en Periodismo y Sociedad, que en enero de este año abrió sus puertas a la primera generación.

Sin embargo, los logros que pudo alcanzar en lo académico y profesional no quedan ni un poco cerca de la grandísima calidad de ser humano que fue. Persona de alegría fácil y contagiosa, no había estudiante ni docente que se refiriera a él en forma negativa (no al menos que me tocara escucharlo o saberlo).

Recuerdo cuando tuve la inmensa fortuna de conocerlo en el posgrado de la Facultad de Filosofía. Sus primeras palabras fueron: “Buenas tardes, muchachos. Mi nombre es Gerardo Ascencio Baca, pero todos me conocen como Chencho”. Más tarde, cuando la vida me permitió la dicha de volverme su amigo, me contó que ese sobrenombre se lo pusieron en su juventud para molestarlo (porque él también molestaba a sus compañeros con apodos, como no se podía esperar otra cosa del tremendo Chencho), pero que lejos de desagradarle, le gustó como sonaba y se le hizo costumbre que todos se refirieran a él de esta forma, de modo que lo utilizaba hasta para presentarse con sus alumnos.

Hombre de cultura, lo mismo te podía hablar de literatura que de arte, historia (para lo cual te dejaba pasmado su vastísimo conocimiento de las culturas antiguas), educación, gastronomía, cultura popular, política (experto en la materia, claro está), pero sobre todo de cine y música.

Horas fueron las que pasamos en cafés, ignorando por completo nuestras obligaciones de tesista-director, porque no eran tan importantes ante la urgencia de pasar más tiempo disfrutando de una buena plática. “Yo de chavo pensé que sería rockstar y mira, terminé siendo maestro”, gracias a la vida que fue así, porque somos muchas las generaciones de alumnos que disfrutamos y agradecimos sus clases, siempre entre broma y broma para no perder la atención.

Diestro para hablar de la vida y sus reflexiones, su único traspié probablemente fue ser fiel seguidor de AMLO (por supuesto que hasta en este escrito de despedida lo iba a molestar por ello, doctor).

Siempre me impresionó la genuina alegría que mostraba cuando saludaba a cualquier persona. Esos “¡Hola! ¿Cómo estás?”, mientras abría los brazos como si quisiera abrazar al mundo para acompañar el gesto, me parecían provenir desde el fondo de su alma, porque el tono con el que profería esos saludos te hacían sentir querido y añorado.

Jamás olvidaré las anécdotas que compartió en la confianza de la amistad, sus andanzas de joven en donde se sentía menos por ser lampiño y que descubrió al final que eso era lo que le parecía atractivo a las muchachas de su generación. Su colección de discos (porque era melómano) su dominio perfecto de movimientos, géneros y los representantes de estos rayaban en la obsesión, pero su plática sobre la música te hacía sentir una verdadera cátedra junto con un entendimiento espléndido y sencillo. La forma en que intentaste conquistar a tu esposa y que ella era la única que no caía en tus encantos, que fue lo que te atrapó. Tus vueltas a La Puerta de Alcalá, donde te chocaba escuchar a Mecano u Hombres G, pero que lo hacías porque a tu esposa le encantaba ir a divertirse a ese lugar (y que tú, después de unos tragos, también cantabas, brincabas y disfrutabas del momento, aunque lo admitieras con un dejo de pena y remordimiento por sentir que traicionabas a tus bandas favoritas de metal). Las coincidencias en enfermedades de nuestros respectivos padres, que nos hicieron sentir más unidos y comprendidos y un larguísimo etcétera.

Porque, ahora que lo pienso, ¡qué rico era platicar contigo! Las horas se iban en nada cuando se trataba de pláticas sobre asuntos fuera de la escuela (o de asuntos dentro de esta, porque las habladurías las sabías disfrutar tan bien que hasta lástima daba no hablar sobre murmullos pasados o presentes de la facultad).

Tus pláticas sobre tus padres o sobre tu suegro, tu recordado suegro y sus aventuras de guerra cuando era un infante. Su forma de salir adelante, la forma en que te regañó por no dar mantenimiento a los aires acondicionados por tu propia mano y pagar por ello, pero sobre todo, esa forma tan particular que tenías de imitar las voces y los gestos no solo de él, sino de cualquiera que se te pegara la gana, le daban a las anécdotas ese complemento que solo tú podías darle.

Tenías miedo a morir. Tú mismo me dijiste que todos probablemente teníamos miedo de morir por la incertidumbre que esto causaba, pero tú decías que estabas en paz con esa idea. Pero, cuando fuiste diagnosticado, me confesaste que tenías miedo de morir porque tus hijos todavía estaban pequeños y no querías desampararlos. Porque además de ser un sobresaliente docente, brillante catedrático, excelente trabajador y compañero de trabajo, inteligentísimo investigador, nada le ganaba al padre y esposo más amoroso que alguien pudo disfrutar. Cami, Rodri y Sofi estarán bien, doctor. Añorarán tu compañía todos los días, de eso no me queda la mínima duda, pero tu esposa Paty, tu amada Patucha, es una mujer como pocas y sabrá conducirlos por el mismo camino que juntos construyeron para su futuro.

Doctor, se te va a extrañar, pero todos estamos en paz al saber que ahora descansas y ya no tienes dolores ni angustias.

No te digo adiós, porque vives en mí y en todos los que hoy te recordamos y lloramos tu partida.

Hoy, sin lugar a dudas, el mundo se volvió un poco peor.

Pero tu ausencia terrenal solo incrementó exponencialmente tu trascendencia, la cual no nos cansaremos de honrar.

Hasta siempre, doctor.

Hasta siempre, viejito.

Hasta siempre, amigo.

Descansa en paz.

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