
México.- Lo que comenzó la madrugada del 26 de abril de 1986 con una serie de explosiones dentro de un reactor nuclear se convirtió en el desastre tecnológico más grave del siglo XX: Chernóbil es hoy un referente para todos los países, incluido México, en dónde se han registrado tres accidentes nucleares importantes.
Aunque ninguno se compara con lo ocurrido en lo que alguna vez fue la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, ubicada en la entonces Unión Soviética, (específicamente en el norte de Ucrania), todos, de algún modo, remiten a él.
La leche de Conasupo y cómo involucró a un grupo de intelectuales
Sólo habían pasado dos años del accidente de Chernóbil, el debate sobre la seguridad de las plantas nucleares seguía en el aire mientras se reportaban numerosos casos de enfermedades relacionadas con la radiación en Ucrania y Bielorrusia, especialmente entre los niños.
También se llegaron a reportar altos niveles de radiación en lo que ahora es Rusia, así como en otros países europeos donde la nube radiactiva se extendió, entre ellos Suecia, Noruega, Alemania, Suecia e Irlanda, mismos que fueron alcanzados por la nube tóxica.
En medio de este escenario, y al otro lado del mundo, el 21 de enero de 1988 un grupo de intelectuales se reunió en México para dar una conferencia de prensa en la que denunció la compra de varias toneladas de leche en polvo radiactiva, como señala el artículo El parteaguas en el ejercicio de la investigación parlamentaria: el caso de la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo), escrito por la Dra. Cecilia Mora.
Impulsado en 1985 por Homero Aridjis y su esposa Betty Ferber, se hacían llamar el Grupo de los Cien. Estaba conformado por artistas e intelectuales enfocados en la defensa del medio ambiente.
Entre los miembros fundacionales se encontraban Octavio Paz, Juan José Arreola, Juan Rulfo, Elena Poniatowska, Rubén Bonifaz Nuño, Marco Antonio Montes de Oca, Salvador Elizondo, Margo Glantz, José Emilio Pacheco, Miguel León Portilla, Carlos Monsiváis, Leonora Carrington, Francisco Toledo, Rufino Tamayo, Álvaro Mutis y Ramón Xirau así como los científicos Lincoln Brower, Steven Swartz y Amory Lovin.
Aunque el frente nació inicialmente como movimiento de protesta ante los niveles críticos de contaminación de Ciudad de México, su lucha se fue extendiendo. Fue así que, a principios de 1988, durante una conferencia de prensa, exigieron al gobierno mexicano la devolución del producto proveniente de Irlanda y supuestamente adquirido por la Conasupo.
Según la investigación de la Dra. Celia, este evento fue crucial para que la opinión pública se enterara de la importación de leche contaminada presuntamente con cesio radiactivo de la planta nuclear de Chernóbil. Sin embargo, tuvieron que pasar muchos años más para conocer más detalles sobre el caso.
En 2007 tres investigadores de la Facultad de Química de la UNAM publicaron los resultados de un estudio en el que compararon los dos tipos de radiactividad presentes en muestras de leche contaminada: la del cesio-137 (radiactividad artificial) y la del potasio-40 (40K), que es un radioisótopo natural. El objetivo era evaluar los riesgos reales relacionados con su manejo, posible consumo y disposición final.
Sus resultados fueron publicados en el Journal of Radioanalytical and Nuclear Chemistry en marzo de 2007, en el documento añadieron que México importó 28 mil toneladas de leche en polvo contaminada.
“El pánico público creció de tal manera, que incluso se discutió ampliamente la forma de gestionar y eliminar de forma segura este material, considerado altamente peligroso”, se lee en el artículo.
Dentro de sus conclusiones aseguraron que la radiactividad natural del potasio detectada en la leche fue mucho mayor que la contaminación causada por el cesio.
Para cuando se analizó la muestra, la radiactividad natural superaba 14 veces más a la del cesio, y en el momento de la importación, el nivel era 10 veces mayor, lo que, según los científicos, indicaba que el riesgo radiológico era bastante bajo y no justificaba el pánico que se generó en aquel entonces.
No obstante, aún existen diversas lagunas de información respecto al tema. En 2022 el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI) solicitó a la Secretaría de Salud (SSA) publicar un documento emitido por el Congreso de la Unión sobre la investigación realizada entre 1986 y 1987 respecto a la leche en polvo contaminada.
Dentro del material solicitado, según explicó la institución, también se detallaba la orden de devolución del producto emitida por las autoridades el 18 de febrero de 1988.
Apenas en 2024, la periodista Claudia Islas reveló que entre 1986 y 1988, México importó cerca de 40 mil toneladas de leche en polvo y 2 mil toneladas de mantequilla contaminada de Irlanda. Algunos de estos productos llegaron a las mesas de los hogares mexicanos, mientras que del resto se desconoce su paradero.
Cobalto-60, “el Chernóbil mexicano”
Antes y después de Chernóbil estuvo Cobalto-60, que es considerado el peor accidente nuclear de América Latina. Su origen se dio de manera accidental en una bodega del hospital Centro Médico de Especialidades.
A principios de los años 80, el nosocomio privado, ubicado en Ciudad Juárez, adquirió una unidad de teleterapia que contenía una fuente de Cobalto-60, elemento altamente radiactivo.
La unidad llegó a México sin cumplir con los requisitos de importación establecidos en ese entonces y por falta de personal, permaneció empolvándose hasta finales de noviembre de 1983. En aquel año, la fuente radiactiva (protegida por un blindaje especial llamado cabezal) fue removida para ser vendida como un pedazo de hojalata.
Fue así como la pieza terminó en una camioneta pick-up, donde alguien perforó la cápsula de la fuente de cobalto, liberando así el material radiactivo. Finalmente, el cabezal fue llevado a un depósito de chatarra conocido como “Yonke Fénix” marcando así el inicio de un serio incidente de contaminación radiactiva.
La camioneta — impregnada con altos índices de Cobalto-60—, fue estacionada en una calle de Ciudad Juárez, donde permaneció debido a una avería mecánica. La estela de radiación que dejó a su paso permitió que en enero de 1984, personal de la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias (CNSNS) localizara el vehículo y la fuente de contaminación.
Pero ya era tarde, para cuando las autoridades notaron lo ocurrido, el material ya había comenzado a ser utilizado en la fabricación de productos de acero —como varillas para construcción y bases metálicas para mesas— y distribuidas en México y Estados Unidos.
De hecho, si no hubiera sido por el azar, puede que el accidente hubiera pasado desapercibido por mucho más tiempo: de acuerdo con el reporte de Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias (CNSNS), la contaminación fue detectada por accidente en Nuevo México.
Un camión cargado con varillas importadas de México pasó frente al Laboratorio Nacional de Los Álamos —el mismo que vio nacer la bomba atómica— donde los detectores de radiación identificaron la presencia de material radiactivo.
Tras el descubrimiento investigadores en Estados Unidos comenzaron a seguir los rastros de la radiación: fue así como llegaron a la empresa de Aceros de Chihuahua, S.A. (Achisa).
El 19 de enero de 1984, la CNSNS recibió una alerta del Departamento de Salud del estado de Texas, informando que varillas corrugadas para construcción, provenientes de Achisa, estaban contaminadas, la Comisión Reguladora Nuclear de Estados Unidos (USNRC) confirmó la presencia de Cobalto-60 en ellas.
El personal de la CNSNS se trasladó a Chihuahua para investigar las operaciones de Achisa. Al día siguiente, otro grupo comenzó investigaciones en Ciudad Juárez, donde se verificó que el depósito de chatarra presentaba niveles de radiación alarmantes. Los recibos de compra terminaron por revelar que parte del material contaminado se había adquirido en el deshuesadero.
Punto a punto, se llegó al origen: se dedujo que la contaminación probablemente había comenzado el 6 de diciembre de 1983.
En Ciudad Juárez se sumaron diversos esfuerzos para controlar y mitigar la contaminación radiactiva causada por el Cobalto-60. El 25 de enero de 1984 se iniciaron los exámenes médicos de los trabajadores del depósito de chatarra “Yonke Fénix” para evaluar posibles efectos en su salud.
Un día después se completó la descontaminación de las instalaciones de la maquiladora Falcón de Juárez, para el 30 de enero ya se habían iniciado los exámenes médicos de los vecinos que vivían cerca de la zona donde estuvo estacionada la camioneta pick -up.
Tras un sobrevuelo en helicóptero sobre Ciudad Juárez, el 3 de febrero comenzó la búsqueda de varillas siguiendo una lista de distribuidores proporcionada por Aceros de Chihuahua.
De acuerdo con el CNSNS, para ese momento México ya tenía más de 500 casas en dieciséis estados cimentadas con varillas radioactivas. De estas 462 presentaban niveles de radiación aceptable, sin embargo, 814 traspasaron el rango, por lo que fue necesario su demolición parcial o total.
El reporte concluyó que al menos 4 mil personas estuvieron expuestas a radiación, de este grupo, al menos cinco de ellas recibieron entre 300 a 700 rems en dos meses. Los rems son una unidad que mide el impacto de la radiación ionizante en los tejidos humanos. Las dosis se consideran bajas cuando son menos de 100 mrem. Entre 100 y 500 rems pueden causar daño celular. Por arriba de esa medida llegan a ser mortales.
Pese haber ocurrido antes que las explosiones en la ex Unión Soviética, el accidente que marcó a territorio mexicano hoy es apodado como “El Chernóbil mexicano”.
El Cobalto 16… ¿podría haberse repetido?
Casi 30 años después de que se originara aquel evento, el ciclo parecía repetirse. A finales de 2013 se produjo un nuevo incidente radiológico en México.
Era la madrugada del 2 de diciembre de 2023, cuando la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias (CNSNS) recibió una llamada urgente: acaban de robar un vehículo en el que se transportaba un cabezal de unidad de teleterapia, mismo que contenía una fuente radiactiva de cobalto-60 categoría 1 (es decir, de alto riesgo).
El reporte de la Agencia Intencionalidad de Energía Atómica (IAEA, por sus siglas en inglés) señala que el conductor y su acompañante fueron interceptados por un grupo armado mientras descansaban en una gasolinera ubicada cerca de Tepojaco, Hidalgo.
Cuando esto ocurrió, el cabezal emitía radiación suficiente como para causar daños graves a la salud e incluso la muerte en caso de contacto cercano. Tras el robo, la pieza que anteriormente estaba destinada al hospital del IMSS en Tijuana, terminó en un depósito de chatarra.
Ahí, sin ninguna protección ni la más remota sospecha de que era a lo que se exponían, los trabajadores del lugar comenzaron a desarmar la máquina. Durante el proceso uno de ellos se mareó y comenzó a vomitar.
La madrugada del 3 de diciembre, los restos de la unidad de teleterapia, junto con la fuente de Cobalto-60, fueron abandonados en un campo del municipio de Hueypoxtla, Estado de México.
Un campesino de la zona vio cómo abandonaban las piezas cerca de su casa, por lo que espero a que los hombres se fueran para salir a averiguar de qué se trataba. En el camino encontró lo que parecía ser un cilindro metálico largo. Con esfuerzo, lo levantó, estaba caliente y pesado. Luego lo colocó sobre su hombro, para finalmente esconderlo entre paja, a unos 15 metros del sitio donde lo había hallado.
Mientras tanto, el robo ya había sido reportado a la Policía Federal y al Comité Especializado de Alto Nivel en Materia de Desarme, Terrorismo y Seguridad Internacional (CANDESTI), un organismo auxiliar del consejo que coordino a nivel nacional y actuó como enlace internacional.
Se desplegaron cuatro equipos de monitoreo de radiación equipados con material especial proporcionado por el CISEN. La búsqueda se extendió por días, no fue hasta el 6 de diciembre que se logró detectar la fuente radiactiva oculta debajo de la paja, esto, gracias al apoyo del campesino, quien estuvo dispuesto a revelar el lugar exacto donde había escondido la pieza.
Los elementos de seguridad notaron que el área izquierda del hombre estaba hinchada, probablemente a causa de la exposición prolongada al cobalto (este tipo de inflamación puede ser un signo de dermatitis por radiación, una afección en la que la piel se irrita).
Dado que toda el área de cultivos cercana terminó contaminada, se empleó un robot que ayudó a limpiar la zona.
Pese a que ya habían localizado, no fue hasta el 10 de diciembre que, con ayuda del mismo robot, la pieza se pudo recuperar. Para ello, se utilizó un contenedor especial, mismo que fue resguardado en las instalaciones del Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares, en Ocoyoacac, Estado de México.
Hasta el momento del reporte, se identificaron 59 personas con posible riesgo de exposición. Tras una evaluación, se determinó que solo 22 pudieron haber estado realmente en peligro. De ese grupo, 10 individuos presentaban síntomas preocupantes, como náuseas, vómitos y fatiga, signos característicos del síndrome de irradiación aguda. Esta afección, además de causar daño en la médula ósea, puede provocar quemaduras en la piel y afectar órganos internos.
Así como en Chernóbil —en dónde se construyó el ‘Nuevo Sarcófago Seguro’, una colosal estructura en forma de arco de más de 30 mil toneladas — en cada caso se ha buscado una forma de contener la radiación. Sin embargo, y como deja en evidencia la explosión nuclear, la huella puede durar décadas o incluso siglos.
Información de Milenio.