EL HILO DE ARIADNA

La paz y los bienes comunes
Un posible camino hacia la pacificación
Heriberto Ramírez

La violencia parece estar por doquier. En las primeras planas de los periódicos, en los noticieros, en las películas, en los videojuegos. Y lo más triste en nuestras vidas, cada cierto tiempo a nosotros o nuestros vecinos presenciamos un hecho violento o somos víctima de ello. Van desde un simple pero atroz acto de vandalismo, hasta robo de auto, asalto a comercios, los muy lamentables asesinatos del día a día, o las guerras genocidas.

Buscar o explicar lo orígenes de estos hechos es un tema complejo, en el sentido de que para hacerlo necesitamos examinar un sinfín de variables interconectadas. Los contextos de cada hecho son diversos y al mismo tiempo necesarios para explicarnos las causas posibles de su ocurrencia. En el caso de México la violencia contemporánea está indisolublemente vinculada con los cárteles de la droga y su asociación con la narcopolítica, sin la cual difícilmente podemos dar cuenta de ella. Al mismo tiempo asociada a nuestra ubicación geográfica con un país vecino con voraz mercado y una alta demanda de drogas.

Más allá de intentar comprender este fenómeno lo que nos debe importar, me parece, es discernir el cómo podríamos mitigar este flagelo que deja huellas imborrables en nuestras comunidades y lastima en lo más profundo la vida de las familias afectadas. Hace unos días me tocó ser testigo de un acto político y religioso en el cual las partes ahí representadas establecieron un compromiso de encaminar un conjunto de esfuerzos orientados a la búsqueda de la paz social.

El detonante en la búsqueda de esta esperanzadora conjunción -según lo expresado en el momento- fue a partir del abominable asesinato de los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales, Joaquín César Mora y un civil ocurrido al interior del templo de la comunidad de Cerocahui en el municipio de Urique. Por lo que la representación y participación de la comunidad jesuita la reviste de una importancia sensible. Fue un acto meramente protocolario, poco o nada se dijo tanto de las causas y de las acciones a seguir.

Entre las propuestas de acción que me hubiese gustado escuchar están aquellas relacionadas con el acceso a los bienes comunes o públicos y cómo estos pueden contribuir a tener una sociedad más equitativa y pacífica. Entre estos bienes se encuentran las reservas naturales, bosques, agua, sistemas de riego comunales, parques, los derechos de propiedad, el diseño y análisis de las políticas públicas, bibliotecas públicas, la ciencia colaborativa y la cultura colectiva, principalmente. Este acceso al mismo tiempo está relacionado con el cercamiento que limita el acceso a estos bienes.

Sabemos que en la parte serrana han sido victimados los más comprometidos defensores de sus bosques. Nadie habló de ello. El acceso al agua, en medio de un innegable cambio climático, cada vez se vuelve más problemático. Sin embargo, aquí me gustaría referirme, por ahora, al conocimiento en tanto bien común. De manera un tanto casual había llegado mí el libro Los bienes comunes del conocimiento de Charlotte Hess y Elinor Ostrom, esta última Premio Nobel de economía en 2009, por su contribución “que desafía la sabiduría convencional al demostrar cómo la propiedad local puede gestionarse con éxito mediante los bienes comunes locales sin ningún tipo de regulación por parte de las autoridades centrales ni mediante su privatización”. Ostrom fue una gran defensora de la acción colectiva y del autogobierno.

Para Hess y Ostrom, el análisis del conocimiento como un bien común tiene sus raíces en los estudios interdisciplinarios de los recursos naturales compartidos, como los recursos hídricos, los bosques y la vida silvestre. “Bienes comunes” es el término general que se refiere a un recurso compartido por un grupo de personas. En un bien común, el recurso puede ser pequeño y prestar servicio a un grupo mínimo (el refrigerador casero), puede tener una escala comunitaria (las banquetas, campos de juego o las bibliotecas) o puede alcanzar una escala internacional y global (los mares, la atmosfera, Internet y el conocimiento científico). Los bienes comunes pueden estar bien delimitados (un parque comunitario o una biblioteca), ser transfronterizos (el rio Bravo, la migración de los animales, Internet) o no tener límites claros (el conocimiento, la capa de ozono).

El conocimiento, se refieren estas autoras a todo tipo de comprensión lograda mediante la experiencia o el estudio, ya sea indígena, científico, erudito, o bien no académico. También incluye obras creativas, como la música y las artes visuales y teatrales. Todo esto puede concentrarse en un espacio físico relativamente pequeño, por una tradición ya antigua han sido las bibliotecas las “zonas protegidas” de los bienes comunes del conocimiento y los bibliotecarios son sus administradores. Son esos espacios amigables donde ahora todos los usuarios y proveedores de información se conviertan en administradores de los bienes comunes digitales globales.

Esto viene a cuento porque uno se pregunta sobre lo relevante de la ausencia de esta clase de bienes comunes en las comunidades en donde la violencia ha encontrado un germen propicio. ¿Cuáles son las condiciones de las bibliotecas públicas? La respuesta no es difícil de imaginar en un paisaje urbano y rural en el cual las bibliotecas no suelen tener una presencia notoria, ni como depositarias de libros ni tampoco de espacios activos de encuentro y convivencia.

Sirva el presente texto para enfatizar su relevancia en la construcción de la paz social, a la par de otros bienes comunes. Tampoco basta por sí misma la existencia de una biblioteca, fresca, renovada, con acervos bibliográficos de reciente adquisición y contenidos apropiados a su entorno. Ha de jugar un papel importante en la dinámica comunitaria. Esto me recuerda una anécdota aparentemente ocurrida en Bocoyna, que aún sin corroborar su veracidad me parece emblemática, una chica rarámuri responsable de la biblioteca municipal ante la falta de visitantes en su biblioteca cargó en su mochila libros que fue ofreciendo casa por casa. Es la figura más genuina de una dinamizadora de biblioteca que he conocido.

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