APUNTES UNIVERSITARIOS

La pediatría, una especialidad de otro mundo
Dr. Rubén Sáenz/
Facultad de Medicina

Muchas veces nos preguntamos ¿qué significa ser pediatra?, ¿por qué ser pediatra?, o ¿por qué trabajar con niños?

Las respuestas a estas interrogantes son muchas dependiendo de cada persona, de sus motivaciones, de sus condiciones de vida, de sus amistades, preferencias, experiencias de vida como estudiante, afecto hacia los diferentes docentes durante la carrera profesional, expectativas ante la vida, aspiraciones diferentes a su realización personal, en fin, hay muchas respuestas posibles.

Concretamente, sobre lo que significa “ser pediatra”, puedo afirmar que aparte del necesario componente científico, ser pediatra tiene mucho que ver con la ternura: el tratar de aliviar a los niños lo pone a uno en contacto con la etapa más delicada en la vida del ser humano. Nuestros pacientes además de indefensos y dependientes, son personitas que en la mayoría de los casos tienen toda una vida por delante y en muchas ocasiones de lo acertado de nuestro trabajo depende su calidad de vida por los próximos 70 u 80 años.

Trabajar con niños es una labor delicada, amorosa, que requiere no solo de estudio y conocimiento sino también de mucha intuición y que involucra además la preocupación y el futuro de sus padres y de toda la familia.

La pediatría o mejor, el trabajo con niños en el campo de la salud, nos pone a todos quienes nos dedicamos a esta labor: médicos, enfermeras, terapeutas, bacteriólogos, psicólogos, auxiliares y trabajadores de servicios generales, en contacto con situaciones extremadamente delicadas y dolorosas.

Las malformaciones congénitas que causan tanto daño y dolor, los niños no deseados, muchas veces rechazados por la madre, expuestos a abuso y maltrato; los hijos de madres adolescentes, quienes siendo todavía unas niñas o aún pacientes pediátricas, entran de pronto a ser madres sin que ni sus cuerpos ni sus mentes estén preparados para enfrentar esta condición.

Pero ser pediatra también produce muchas satisfacciones, los niños son muy buenos pacientes y una vez que logran vencer el miedo al dolor y a las agujas dejan salir su sonrisa, su ternura y son muy gratos, cariñosos y amorosos. Podemos afirmar que entonces “son como una tenue caricia del aliento de Dios, que nos llena y nos hace olvidar el cansancio y la angustia”.

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