La cifra

Cervecería
Por Jesús Chávez Marín

La borrachera es canija y más el que la aguante (en terceras personas). Eso pensé ayer en la tarde cuando me puse a borrar e mailes viejos: me topé con uno de julio de 1992, de mi cuñado Xicoténcatl González. Era una disculpa que más bien parecía reclamo. A la letra decía:
Cuñado: La presente es con el fin de disculparme con usted y, por su conducto, también con los que estaban el viernes en la casa de Adelita Valentina, a donde por cierto no me invitaron, qué gachos. Me enteré por Elías Carrillo, quien pasó por mí para que lo acompañara.

Dijo que tampoco lo habían invitado a él, pero como es muy entabacado tenía pensado ir de todas maneras.

Pasamos por Piñón y luego fuimos a comprar tres cartones de cervezas Negra Modelo, uno para cada uno, jejeje, no te creas, y nos enfilamos rumbo a los panteones, al barrio donde vive Adelita.

Cuando llegamos nos hicieron mala cara. Algunos ni nos saludaron y eso que según esto son la crema y nata de la educación; ni siquiera nos dieron las gracias cuando bajamos uno de los cartones, pero sí empezaron a destapar botellas porque en la mesa de centro de la sala nomás había una triste botella de vino ya muy disminuida.

Tratamos de abrir plática desplegando nuestra mexicana alegría, pero no nos pelaban. Adelita Valentina fruncía la boca muy recio; Salcido se puso a platicar en corto con Ana Paulina como si los demás no existiéramos; Lennon fingía leer un libro de Fábulas de La Fontaine; Rosy trataba con amabilidad de salvarnos de la helada indiferencia de sus congéneres, sin conseguirlo.

Lupe López le dijo a Lennon en secreto, pero asegurándose que la escucháramos todos: lo que pasa es que a Xicoténcatl le falta mucha clase.

Yo traté de hacerme el occiso como si no la hubiera oído, pero Elías gritó a voz en cuello: Los que no tienen ni poquita clase son ustedes, atajo de frustrados que se sienten exquisitos. Se tragan nuestra cerveza y ni nos dirigen la palabra. Y luego nos ordenó: Piñón, Gonzáles, larguémonos de esta pocilga.

Nos fuimos de allí, haciéndonos los muy dignos, y nos dirigimos a La Cervecería, a comernos unos tacos de barbacoa en el tercer piso de un edificio muy raro que está en medio. Elías muerto de risa nos atemperó con la frase que siempre pronunciaba para toda ocasión: ¡La fiesta sigue!

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