EL HILO DE ARIADNA

Juan Villoro en Chihuahua y la presentación de su nuevo libro La figura del mundo

Heriberto Ramírez

Hace unos días por las redes sociales pude enterarme que el reconocido escritor Juan Villoro estaría en Chihuahua en la librería Sándor Marai a presentar su más reciente libro La figura del mundo. De inmediato reservé tres lugares, pues me pareció un acontecimiento imperdible, dado que, según mi memoria, era la primera vez que Juan visitaría la ciudad. Era, además, una feliz coincidencia, porque mi primera colaboración del año para esta columna estaba dedicada a la figura de su padre, Luis Villoro Toranzo y su relación con Marcos-Galeano a propósito de los 30 años del movimiento neozapatista.

Juan Villoro
Juan Villoro

Entre la reservación y la fecha de la presentación recibí un whats informándome de un cambio de horario para evitar los rigores del frío, dado que el espacio de la presentación es semiabierto o semicerrado, como más les guste. Pedían, por to tanto, nuestra confirmación. Por suerte, los tres, mi hija, mi esposa y yo pudimos ajustarnos a un horario más tempranero. Finalmente, la fecha llegó.
La presentación se justificaba, aparte de la aparición del propio libro, con la celebración del primer aniversario de la librería. Es espacio se llenó justo en su medida. Un público entusiasta y deseoso de escuchar lo que Juan habría de decir. Debo decir que desconocía el contenido de este nuevo título, en días previos cuando trabajaba la nota sobre Luis Villoro me había dado la vuelta por la librería, pregunte por él, pero me dijeron “todavía no nos llega”.
Tenía, sin ninguna justificación, la idea que se trataría de alguna novedad literaria, novela, o ensayo, quizá. Así, que fue una grata sorpresa cuando me enteré que se trataba de un trabajo biográfico sobre su padre, pero a la vez autobiográfico. Juan se presentó con la mesura que tanto le hemos visto y apreciado en la televisión y en otros espacios. Su elocuencia merece reconocimiento aparte. Claro, hilado, bien enfocado, ameno, e incluso divertido. Con gran habilidad para conectar con el público.
¿Qué puede decir un escritor famoso, miembro del Colegio de México, traductor de Lichtenberg, a cerca de su padre, un filósofo de gran resonancia? Lo que Juan Villoro en su condición de hijo de Luis Villoro nos compartió fue un retrato íntimo, al que ningún lector de filosofía pudiera tener acceso sin este acto de generosidad intelectual. De manera inevitable uno se pegunta cuál de los dos fue más afortunado de tenerse uno al otro.
Con calculada fluidez fue desgranando pasajes de la vida personal e intelectual de Villoro Toranzo. Que ahora me valgo de su libro para compartirlos con ustedes:
“Ciertos rigores del colegio –en Bélgica– marcaron para siempre las costumbres de mi padre. Detestaba lavarse la cara y el toso con agua helada y descubrió que es posible evitar la tortura de bañarse. Aprendió a dormir una siesta de quince minutos que podía practicar en cualquier sitio, boca arriba, con los zapatos puestos, las manos entrelazadas como un cadáver ejemplar. Pero, sobre todo adquirió una pasión general por el conocimiento que nunca lo abandonó”.
“Durante años fui al futbol con mi padre […] Esto se enfatizó cuando se separó de mi madre. […] Mi padre no me habló de fatalismo ni de la condición trágica del ser, pero me llevo a los principales escenarios de la derrota: los estadios de futbol. Durante años pensé que íbamos ahí para satisfacer su pasión. La verdad era distinta, aunque tardé mucho en descubrirlo. […] Cuando pude comprar boletos por mi cuenta y tomar camiones en compañía de mis amigos, el dejó de ir a la cancha. Esos domingos compartidos fueron una responsabilidad que supo disfrazar de placer. Me parece mejor que haya sido así. El filósofo no iba al estadio para ser aficionado, sino para ser padre. Tardíamente entendí que ésa había sido su manera de quererme: de manera obvia, ningún sitio me gusta más que un estadio”.
“Interesado en la democracia directa y participativa que se fraguaba en los caracoles (formas de gobierno indígena), que consideraba superior a la democracia participativa y corruptible del resto del resto del país, a sus ochenta años desaparecía de tanto en tanto rumbo a Chiapas, vestido como para participar en una mesa redonda. Transcurría una semana sin que pudiéramos localizarlo. Solía regresar con fiebre y se recuperaba con una terapia perfeccionada en ocho décadas de autocontrol. Durante tres días se acostaba a masticar aspirinas”.
Así fue recortando otros episodios de la vida de su padre, algunos me dieron la impresión de haberlos oído o leído en alguna parte, pero refrescarlos fue algo para agradecer.
La charla de Juan Villoro terminó con las preguntas y participaciones del público, antes de pasar a la firma de libros tuvimos que retirarnos por razones de horarios para atender obligaciones domésticas. Lamenté no estar ahí para la firma de mi ejemplar, la foto y comentar que aquí se montó su obra de teatro El filósofo declara, apurados abandonamos el lugar con un ejemplar entre manos, que al paso de los días he podido disfrutar y agradecer por un retrato, cierto, muy íntimo, pero que ofrece muchas otras pistas para comprender mejor el pensamiento de Luis Villoro.
La figura del mundo termina con un epílogo, que ofrece al lector un giro tan inesperado como justo, que solo puede ser descubierto a través de su lectura.

 

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