La condición de ser migrante
Heriberto Ramírez
El caminar o desplazarse es una capacidad natural de muchas criaturas vivas, desde insectos a animales vertebrados. A decir verdad, eso ha sido suficiente para asegurar su, nuestra, presencia en los lugares más recónditos e inhóspitos del planeta. A diferencia de los humanos las especies vivas no distinguen fronteras geográficas o políticas, esas han sido impuestas por la cultura humana. Para delimitar un territorio, con distintos fines, prevenir invasiones, evitar influencias culturales o políticas contrarias a sus intereses, controlar la salida de sus moradores, entre muchas otras.
Las crisis humanitarias que ahora vemos en el norte de África o Sudamérica han sido una constante de la evolución humana a lo largo de la historia, así a partir de África se poblaron Europa, Asia, América, Australia, es decir, todo el planeta. La migración humana es tan antigua como nuestra especie. Está asociada de manera indisoluble a la búsqueda de mejores horizontes. Puede resumirse en una huida de condiciones adversas, llámese miseria, violencia o injusticia. Que luego suelen encarnar todas en un mismo grupo de personas.
En la medida en que la humanidad fue poblando todo el planeta fueron surgiendo las ideas de límites territoriales, por aldea, comarca, reino, nación o país. Así quien de manera audaz abandona su territorio de origen para cruzar distintos límites ha de habérselas con un sinfín de dificultades. Claro a menos que sea invitado. Como en efecto ocurrió en el México naciente de la primera mitad del siglo XIX y parte de la segunda. Donde distintos grupos, principalmente de origen europeo eran bien acogidos para poblar los territorios inhóspitos del norte de México, con la idea que ayudaran a crear una barrera humana ante la amenaza y a la postre inevitable invasión norteamericana.
Esto señala que de origen la política inmigratoria mexicana fue selectiva y racista. Hay un claro trato discriminatorio hacia las olas migratorias provenientes de países pobres, llámese Haití, El Salvador, Nicaragua, Honduras o Guatemala. El trato que se les ha prodigado ha sido, desde siempre, a todas luces vejatorio. Las policías los extorsionan y los cárteles los secuestran, en el mejor de los casos los despojan de sus pertenencias, cuando no son desaparecidos. Las autoridades migratorias los retienen en centros de detención indignos sin el menor respeto a sus derechos humanos.
En las ciudades se les ve como una plaga, se les retira de los cruceros donde piden dinero para continuar su camino porque afean la ciudad. En una clara complicidad entre instituciones oficiales de todos los niveles, con la complicidad de algunas organizaciones empresariales que los ven como indeseables.
Así que ante la desgarradora noticia de que 39 migrantes recluidos en un centro de detención en Ciudad Juárez perecieron víctimas de un incendio, si bien fue provocado por ellos mismos, llama la ausencia de todo protocolo de seguridad, la absoluta indolencia de los responsables de su atención. En contraste con los constantes reclamos de las autoridades mexicanos al maltrato y a las violaciones de los derechos humanos de nuestros connacionales en Estados Unidos. Indicios evidentes de una política de doble moral.
Nosotros mismos, los ciudadanos de a pie solemos resaltar nuestras aportaciones a la economía y a la cultura norteamericana. Destacamos las conveniencias de una sociedad multicultural. Pero en nuestro propio país en nuestras acciones nos mostramos profundamente racistas, hacia los grupos de inmigrantes provenientes del sur de nuestras fronteras y de nuestras propias sociedades originarias.
La tan mencionada cuarta transformación en esto ha mostrado una de sus peores caras. Con una política cambiante y errática que nos corresponde en nada a su autoproclamado humanismo. Es cierto que la migración obedece a causas más profundas. Entre ellas se debe mencionar las consecuencias de una política imperialista que ha saqueado recursos naturales, e imponiendo gobiernos a modo para apropiarse de los recursos naturales a gran escala. Digamos, es producto de una política neo liberal.
Esto tampoco es impedimento para reconsiderar nuestra política migratoria y con ello el trato prodigado a quienes cruzan por nuestro territorio a la búsqueda de mejores condiciones de vida. Es también un llamamiento a la conciencia colectiva en relación a la forma de relacionarnos con esos otros, no tan diferentes a nosotros. Pues también nosotros, cual más, cual menos, hemos sido migrantes.
Este reciente infortunio ocurrido en Ciudad Juárez, que se suma al de San Fernando en Tamaulipas y otros más, debe conducirnos a otra forma de pensar y abordar este sensible problema. De lo contrario nuestra propia adjudicación de humanidad estará en entredicho.