EL ORÁCULO DE APOLO

La muerte como reflexión para la vida
Por Enrique Pallares R.

 

En México pronto se celebrará el “Día de muertos” y esto nos lleva a hacer algunas reflexiones. La muerte es un tema que a todos nos concierne, de una u otra manera, sin embargo, poco sabemos sobre ella, es más, la mayoría nos resistimos hablar de ella, lo cual es extraño y contradictorio, pues al pensarla y reflexionar el tema de la muerte es ya una manera de aceptarla.

En cierto sentido, la muerte nos hace humanos, nos hace mortales, pues al tener conciencia de ella, sabemos que dejaremos de vivir, y que en eso precisamente, consiste la vida: en vivir. Las divinidades no son mortales, por eso no viven. Sólo el que vive es mortal.

La muerte es precisamente uno de los temas clásicos de la filosofía y de las religiones, pues al pensar en ella estamos filosofando y estamos tratando de comprenderla. Platón decía que filosofar es prepararse para morir. Morir y vivir son dos palabras inseparables, ya que para morir necesitamos haber vivido antes y si vivimos, necesariamente, moriremos. De modo que, la muerte, es, junto con la vida, uno de los acontecimientos más inevitables e intransferibles.

En nuestra sociedad, hasta ahora la muerte se ha considerado algo ajeno a la vida, un ente aparte, un misterio siniestro cuyo mismo nombre se elude recurriendo a eufemismos: “La Parca”, “La Pelona”, “La Guadaña”, “El Sueño Eterno”, “El más allá”, etc., y hasta se le niega, como cuando se dice. “A las 8:20 la Sra. Domínguez pasó a mejor vida”. Sin embargo, la muerte no es una entidad, un ser independiente. En los seres humanos tiene nombre y apellido, es siempre la muerte de alguien. Siempre que hablamos de la muerte, lo hablamos en tercera persona, en él o en ella, No puedo decir significativamente “yo ya me morí” o “tú te moriste”, siempre decimos él se murió o ella ya murió.

Pero, ¿por qué negar algo tan real, tan presente y tan posible en todo momento? Es el fin de un ciclo de vida. Tal vez porque en el fondo sigue siendo lo más desconocido, pues nadie ha “regresado” para informarnos lo que sucede una vez muertos. Pero esta forma de pensarla es por que suponemos que pasamos a otro lugar o a otra “dimensión”. ¿Será este “misterio” el que nos seduce a querer retrazar lo más posible este inevitable acontecimiento?

Existir no es vivir. La mayoría de las religiones prometen una existencia más feliz y luminosa que la vida terrenal para quienes hayan cumplido con los preceptos de la divinidad. Pero entonces hablan de ¨existencia¨, no de vida, porque vida, lo que entendemos por vida, sólo es esta que vivimos ahora; por lo tanto, vida, en el sentido de la misma, ninguna religión nos la asegura. Sólo prometen la eterna existencia.

Pero, ¿qué clase de existencia? Se dice que los dioses existen, es decir, no viven, y, como ya dijimos, esto los hace inmortales, pues sólo es mortal el que vive. En todas partes y en todos los tiempos la religión ha servido para dar sentido a la muerte. La filosofía trata de dar sentido a la vida; esto es, trata de que cada quien encuentre darle un sentido a su vida.

Así pues, lo mismo que al nacer traemos al mundo lo que nunca antes había sido, al morir nos llevamos lo que nunca volverá a ser. Somos un chispazo en el inmenso universo y después nos fundimos en él.

De tal modo que inquietarse por los años y los siglos en que ya no estaremos, resulta tan caprichoso como preocuparnos por los años o los siglos en que aún no habíamos venido al mundo. Ni antes nos dolió no estar, ni razonable es suponer que luego nos dolerá nuestra definitiva ausencia.

La muerte la vemos como un mal futuro, y los males futuros siempre son los peores. De los pasados ya no podemos hacer nada o cada día nos duelen menos, pero los futuros duelen desde ya.

Pero, ¿acaso no será ésta una manera de morir antes de tiempo? La muerte hay que afrontarla con la vida, de modo que la propia muerte nos de fuerzas para vivir. Es claro que nos angustie perder todos los goces de la vida, así que entre más gocemos la vida, más angustia nos causa la muerte. Pero si nos angustiamos pensando en la muerte pues perderemos el goce de la vida.

Epicuro de Samos (341 a.C) nos decía sabiamente: “La muerte es una quimera, pues cuando yo estoy, ella no está; y cuando ella está, yo no”. Visto de esta manera, la muerte no es real ni para los vivos ni para los muertos, ya que está lejos de los primeros y, cuando se acerca a los segundos, estos ya no están.

Esta antigua filosofía epicúrea nos anima a buscar el placer de vivir y a evitar el inútil sufrimiento, actuando siempre con prudencia y moral. No hay poderes sobrenaturales en el epicureísmo, y tampoco hay otra vida, pero no es una filosofía pesimista. Más bien, nos anima a abrazar los placeres del espíritu y las maravillas de la vida que vivimos.

Así que la muerte sirve para hacernos reflexionar pero no sobre la muerte, sino sobre la vida. Tal vez, cuando sentimos la muerte más de cerca (cuando hemos salido de un accidente o alguna enfermedad grave, o al salir de alguna dificultad) es cuando más pensamos en la vida, entonces más allá de cerrar los ojos para no verla, o dejarnos cegar estremecedoramente por la muerte, se nos ofrece la alternativa de intentar comprender la vida y vivir ésta con la mejor calidad posible.

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