EL ORÁCULO DE APOLO

Apariencia y realidad

Por Enrique Pallares R.

 

Uno de los temas centrales de la filosofía a lo largo de la historia ha sido la distinción entre apariencia y realidad. Lo que se percibe tal vez no sea necesariamente, lo que es en realidad. Por ejemplo, algunas cosas de buena apariencia son de sabor detestable, y otras de horrible aspecto son deliciosas. Sentimos que la Tierra no se mueve, y sin embargo se mueve. Es decir, que los objetos y acontecimientos posiblemente posean otras características diferentes a las que tenemos enfrente de manera manifiesta. ¿Cómo es el mundo realmente? ¿Será acaso como lo perciben los gatos o las víboras, o como lo perciben los humanos o los murciélagos? 

 

La respuesta no es sencilla, el espectáculo para las víboras es en manchas rojas, azules y amarillas, perciben tan sólo rayos infrarrojos, invisibles para nosotros, y las avispas no perciben el color rojo. Nosotros no vemos los rayos X, ni captamos las ondas de radio que pasan a nuestro alrededor. De cómo se perciba el escenario, va a depender del aparato sensorial de que está dotado cada organismo. La ventana por la que percibimos nosotros los humanos es demasiado pequeña, sólo percibimos una pequeña porción del espectro electromagnético.

 

Los primeros filósofos griegos fueron los que trazaron una línea divisoria entre los pensadores arcaicos los cuales trataban de explicar  lo que acontece en el mundo en función de los mitos y los dioses y aquellos pensadores que buscaban explicar el mundo en función de causas naturales y leyes generales.

 

Fueron los filósofos presocráticos los primeros en reflexionar por separar la apariencia de la realidad. Al examinar su mundo circundante creían que la naturaleza fundamental de la realidad era completamente diferente a la forma como era percibida por ellos. Fueron los primeros que señalaron que detrás de las apariencias había una realidad inmutable que concordaba ante lo que se percibía. Ellos buscaban la “materia prima” básica con la que está hecho el mundo.

 

Fueron los primeros en tratar de apoyar sus afirmaciones de manera racional; apoyándose en elementos de juicio. Por ejemplo Tales de Mileto sostenía que todas las cosas surgen del agua o de la humedad. Esta tesis la justificaban a través de observaciones. Por un lado porque es el agua el único material que se nos presenta en los tres estados: sólido, líquido y gaseoso. Por otro, parece que todos los procesos vitales necesitan agua; el semen es húmedo, las plantas y animales necesitan agua para crecer, los alimentos son húmedos. De hecho, diríase que el agua está animada, llena de vida y movimiento.

 

Anaximandro quien fue el primer escritor de filosofía, cuestionaba a Tales: preguntándose y ¿Cómo explicar entonces la existencia de lo seco, de lo cálido, del fuego mismo? Según él debe de haber algo por debajo del agua y más fundamental que ella que sea el verdadero origen de todas las cosas y el sustrato de todos los cambios. Anaximandro  llamó a esa materia en general lo indeterminado e ilimitado, o el ápeiron, en griego.

 

En cambio Heráclito sostenía  que no debemos dejarnos llevar por la apariencia de estabilidad, de inmovilidad que nos ofrecen las cosas, pues los ojos y los oídos son inútiles si no van acompañados por una adecuada reflexión. Todo está en continuo movimiento. 

 

Los presocráticos consideraron muy en serio la posibilidad de que toda la realidad estuviera constituida en el fondo por una sustancia más básica. Por ello, sus pensamientos no sólo se consideran la base de la filosofía, sino también esos pensamientos son precursores de la ciencia moderna.

 

Esta distinción entre apariencia y realidad, da pie a una pregunta que a primera vista puede no aparecer difícil ¿Existe algún conocimiento en el mundo que pueda ser tan cierto que ningún hombre razonable pueda dudar de él? En la vida diaria tomamos como ciertas muchas cosas que, después de una revisión escrupulosa, las encontramos tan llenas de contradicciones que sólo una gran cantidad de pensamiento nos permite saber lo que realmente podemos creer.

 

Me parece que yo estoy ahora sentado en una silla, enfrente de una mesa que tiene cierta forma y color. Y creo También que, si otra persona normal entra a mi habitación, verá la misma silla, y mesa con esa forma y color. Todo esto parece tan evidente que hasta apenas merece la pena mencionarlo. Para simplificar nuestras dificultades, para el sentido de la vista la mesa es rectangular, café y brillante; para el tacto es lisa, fría, y dura; Cualquier otro que vea y sienta la mesa estará de acuerdo con esta descripción, de tal forma que parecerá que ninguna dificultad podrá surgir; mas cuando queremos ser más precisos empiezan nuestros problemas. 

 

Tenemos el hábito de juzgar como “reales” las formas, colores y otros atributos de las cosas, y hacemos esto de manera tan irreflexiva que creemos ver las formas y otros atributos como reales. Pero la forma “real” no es lo que vemos; es algo que se infiere de lo que vemos. Y lo que vemos cambia de forma y color constantemente conforme nos movemos alrededor del cuarto; así que también aquí los sentidos parecen no darnos la verdad con respecto a la mesa, sino tan sólo la apariencia de la mesa. 

 

Estos simples hechos son los que hacen que nos percatemos que debemos separar lo aparente de lo real y que genere un conjunto de cuestionamientos sobre lo qué es la realidad. De hecho, casi todos los filósofos parecen haberse puesto de acuerdo de que hay una mesa real: casi todos coinciden en ello, pero gran parte de nuestras informaciones sensoriales — color, forma, suavidad, etc. — dependen de nosotros, mas su presencia es un signo de que algo existe independientemente de nosotros, algo atribuido como causa de esas informaciones sensoriales cuando estamos en una relación adecuada con la mesa real. La ciencia  actual sigue ese programa iniciado por esos grandes pensadores.

 

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