CORRUPCIÓN Y DERECHOS HUMANOS

“El arte de gobernar no es más que la razón de la moral aplicadas al gobierno de las naciones” (Jaime Balmes)
Por FerMan

 

A través de la historia de la humanidad, hemos visto cómo han surgido diferentes ideas filosóficas que al ponerse en práctica, han generado cambios sustanciales en los acontecimientos históricos. Entre estas ideas filosóficas tenemos, de manera general, los filósofos clásicos griegos, como Sócrates, Platón y Aristóteles, pasando por los filósofos medievales como San Agustín, Santo Tomás de Aquino o Guillermo de Ockham, luego los filósofos modernos, como Rene Descartes y Emmanuel Kant hasta llegar a los filósofos contemporáneos, como Carlos Marx, Federico Engels, Sartré, entre otros.

De aquí la importancia de las ideas filosóficas, porque cuando se ponen en práctica, producen una revolución social que, puede ser benéfica o bien muy perjudicial para la humanidad. Por desgracia, las últimas corrientes filosóficas, como el existencialismo, materialismo, inmanentismo o relativismo, son las que más han permeado en la sociedad actual, infiltrando las instituciones gubernamentales que les dan vida y sustento, a través de ideologías perversas que atentan en contra de la vida, la familia y las libertades fundamentales.

No obstante lo anterior y en dicho contexto, existe una doctrina filosófica que ha sido olvidada o bien, no se ha querido reconocer su trascendencia, siendo esta, la filosofía realista, la cual ha sido enseñada durante más de dos mil años por la Iglesia Católica, a través de su máximo exponente, Santo Tomás de Aquino mediante la escolástica. Para quienes no somos expertos en filosofía, es suficiente saber que la filosofía realista, está acorde con los valores cristianos que enseña la Iglesia Católica como aquellos revelados por Nuestro Señor Jesucristo.

Esta filosofía realista, entre otros postulados, demuestra que el ser humano tiene una esencia o naturaleza racional que es principio de sus operaciones, siendo un ser hilemórfico, compuesto de cuerpo y alma o espíritu, y que el artífice de esta naturaleza es Dios, y por esa razón, la naturaleza humana está regulada por Dios. En este sentido, podemos señalar que, la ley general es la ordenación de la inteligencia para el bien común, promulgada por el que tiene a su cargo una comunidad. Esa ley cuando está en el intelecto supremo de Dios, ordena las distintas naturalezas a ser y actuar de manera determinadas y se llama ley divina o ley eterna.

La ley divina o ley eterna, es la ordenación del intelecto divino para el gobierno del universo en aras del bien común. En este caso, el ser humano es capaz de descubrir con su intelecto el orden establecido por Dios a través de la ley divina, pero cuando el hombre la descubre se llama ley natural.

Es así que, la ley natural es la misma ley divina pero descubierta por el ser humano con su inteligencia, o sea que, es la participación de la ley eterna en la creatura racional. Ahora bien, esta ley puede ser cósmica (ley física que ordena a todo ser no racional) o moral (ley moral, que ordena al ser humano). En síntesis, la ley por razón de su autor se divide en ley divina y ley humana, en cuanto a la ley divina, a su vez, se divide en ley eterna, que siempre está en la mente de Dios, y en ley natural, que puede ser cósmica, que viene siendo las leyes físicas del universo y ley moral, que son aquellas leyes que sirven para el gobierno de las creaturas inteligentes.

La ley divina se encuentra positivizada en las Sagradas Escrituras. Y en cuanto a la ley humana, tenemos que a su vez se divide en ley civil y ley eclesial; la ley civil está constituida por aquellas leyes promulgadas por los gobiernos de los Estados, positivizadas en las constituciones, códigos, reglamentos, etc., y la ley eclesial, son las normas promulgadas por la Iglesia, positivizadas en el código de derecho canónico.

Finalmente, resumiendo lo antes expuesto se puede concluir que, tanto las leyes civiles como eclesiales se deben ordenar o fundamentar en la ley natural, la cual a su vez se ordena o fundamenta en la ley divina, por lo que toda ley que no respete este orden, por sí misma carece de validez y no debe ni puede obedecerse.

“Fiat Justitiae, Pereat Mundus”.

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