EL HILO DE ARIADNA

 

La vigilancia ética de las prácticas tecnológicas

(Y una velada memorable)

Heriberto Ramírez 

 

Ponerle fin al periodo vacacional de los académicos es un simple decir, porque usualmente lo aprovechamos, como muchos otros, para realizar un sinfín de tareas, tanto profesionales como domésticas. Como sea se trata de la despedida de los añorados días de asueto. Y una de las formas de hacerlo es conviviendo con los amigos o colegas todos enfocados en el mismo propósito.

Más allá de la charla amigable en tormo a los tópicos usuales, en esta ocasión me llamó el interés de nuestra anfitriona por los temas éticos, orientados a vigilar o regular la tecnología. Un gran desafío sin lugar a dudas. En una mesa donde se empalman las voces y se apagan otras, algo recurrente en las tertulias, aunque por suerte siempre aparecía alguna voz profesoril llamando al orden y a escuchar a quien hablaba. Las preocupaciones éticas parecieron, para bien de la discusión, sortear el barullo y mantener por un rato el interés de todos.

Llamó mi atención la familiaridad de algunos con la obra de Mario Bunge, en relación con su obra metodológica y su presencia en México, que trajo a colación la muerte de Hugo Margáin, en aquel entonces director del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, a manos de la Liga 23 de septiembre, en un intento de secuestro. Que llevó a Bunge a emigrar a Montreal bajo la suspicacia de que en México se mata a los filósofos. Con todo y su tinte necrológico fue un momento propicio para destacar la importancia de la ética en la obra bungiana desde su etapa temprana.

¿Qué significa esta vigilancia? Uno estaría tentado a pensar en algo así como Los vigilantes (The Watchmen), superhéroes ocupados en observar y hacer cumplir la justicia en asuntos de todo tipo, incluyendo los tecnológicos, pero el asunto es más doméstico y plausible, al menos en la forma en la cual la concebimos en ese momento, se piensa más bien en la posibilidad de crear espacios de discusión e intercambio de impresiones entre expertos y los potenciales beneficiarios-afectados de las políticas tecnológicas y su aplicación. En los que ciudadanas y ciudadanos asesorados por los expertos contribuyan a la toma de decisiones en materia de políticas tecnológicas.

De manera casi inevitable esto trajo a mi memoria aquel viejo cuadernillo de Bunge, Tecnología y filosofía, publicado por la Universidad Autónoma de Nuevo León, donde planteaba algunas preguntas siempre inquietantes acerca del papel de tecnólogo: ¿Qué clases de valores guían o maneja el tecnólogo: económicos, sociales, cognoscitivos, estéticos, o morales? O, si el tecnólogo carente de sensibilidad social, al igual que el político inescrupuloso, podrá ignorar los efectos colaterales de los medios que emplea para alcanzar sus metas. ¿Sería posible y deseable evaluar los medios y no sólo los fines? 

Esto a su vez me condujo a tiempos más recientes, a las aportaciones de Miguel Ángel Quintanilla, junto a otros autores, en su libro Tecnologías entrañables, más allá del pesimismo que suele caracterizar algunas visiones de la tecnología, se nos ofrecen ciertos criterios para distinguir y evaluar las distintas variedades de tecnologías, ante la posibilidad de abrazar lo que él concibe justo como eso tecnologías entrañables. Por ejemplo, que sea abierta, es decir, “que carezca de restricciones de acceso para su uso, copia, modificación y distribución impuesta por criterios externos a la propia tecnología”. Sea polivalente: “capaz de integrar diferentes objetivos en un único sistema técnico y permitir usos alternativos”. O bien, dócil y controlable, “en la medida en que su funcionamiento, su control y su detención dependen eficazmente de un operador humano”. Entre otros criterios más.

Hay otras reflexiones interesantes que van en esa misma dirección, insistiendo en que “los gobiernos deberían reconsiderar las relaciones existentes entre los tomadores de decisiones, los expertos y los ciudadanos en la gestión de la tecnología”. Esta es la propuesta de Sheila Jasanoff, ella nos plantea en su ensayo “Tecnologías de la humildad: participación ciudadana en el gobierno de la ciencia” que los formuladores de políticas necesitan evaluar lo desconocido y lo incierto de las tecnologías, centrándose en la vulnerabilidad, la distribución y el aprendizaje.

Parafraseando a Ortega y Gasset diríamos que la ciencia y la tecnología sin una reflexión crítica se convierten en una actividad ciega, si bien esta reflexión necesita de los productos de ambas para llevar al cabo su cometido. Así que la idea de un observatorio ético ciudadano de la ciencia y la tecnología es más que una buena idea, es algo necesario y pertinente.

La velada se enriqueció con temas variopintos, los hijos, hijas, la vida universitaria, logros personales, lo hecho en vacaciones, libros recomendados. Con todo aquello que surge cuando se abraza con gusto el deseo de convivir. Además, la cantada, esa práctica ya un poco en desuso le puso la cereza al pastel, con temas bien seleccionados con voces educadas y sensibles, también de los amigos. ¿Qué más se puede pedir?

La experiencia más rescatable de esta convivencia deviene en resaltar lo significativo de aprender a pensar en comunidad, aprender a superar las divergencias ideológicas, profesionales e idiosincráticas anteponiendo el bien común, tanto de un especio localmente definido como en el bien generalizado de la humanidad misma, ya sea para un plazo inmediato como para un tiempo por venir.

Al final una pertinaz y refrescante lluvia nos acompañó a cada uno de regreso a casa, con la sensación de haber compartido una velada lúcida y divertida.

 

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