EL ORÁCULO DE APOLO

Muere James Lovelock, el ‘abuelo’ del ecologismo, en el día de su 103 cumpleaños
Por Enrique Pallares R.

El creador de la hipótesis Gaia, que considera al planeta Tierra una comunidad autorregulada de organismos, murió rodeado de su familia el mismo día en que celebraba su aniversario 103.
James Ephraim Lovelock nació el 26 de julio de 1919 en Letchworth Garden City, en el Reino Unido. Se graduó como químico en la Universidad de Manchester en 1941 y en 1948 obtuvo el doctorado en Medicina en la Facultad de Higiene y Medicina Tropical de Londres. Se doctoró en ciencias biofísicas en 1959 y durante cinco años hizo investigaciones sobre el resfriado común, entre otras muchas que realizó.
Es el creador de la hipótesis de Gaia (ahora llamada teoría de Gaia) y escribió cuatro libros sobre este tema: “Gaia, una nueva visión de la vida sobre la Tierra”; “Las edades de Gaia”; “Gaia: una ciencia para curar el planeta” y “Homenaje a Gaia. La vida de un científico independiente”.
Gaia, Gea, Pachamama o Madre Tierra son nombres que evocan la diosa de la naturaleza en diversas culturas, James Lovelock decidió nombrarle de la misma forma al super-organismo planeta Tierra, compuesto por los seres vivientes, océanos, rocas, la atmósfera y el suelo. Este super-organismo modifica dinámicamente su composición interna, para asegurar su propia supervivencia.
Para este científico, la Tierra se comporta como un gigantesco ser vivo. Sostuvo esta teoría allá por 1969, y se convirtió en una famosa y controvertida hipótesis, la cual fue cuestionada en su momento y aún hoy en día. Sin embargo, es considerada como una aportación vital para una visión más holística del planeta. Esta teoría es fundamental para entender la complejidad de los diversos sistemas terrestres y para darle un giro más profundo a la ciencia del clima, específicamente en lo relacionado con el cambio climático.
Desde que bautizó la hipótesis, esta fue tildada de mística por algunos científicos, principalmente darwinistas que ridiculizaron a “Gaia” como un ente personificado que conscientemente controla el clima del planeta. No obstante, Lovelock aclaró que comúnmente se refiere a “Gaia” para señalar a una entidad planetaria viviente sin que ello implique necesariamente la existencia de consciencia.
Desde luego, cuando generó mayor controversia fue al calificar al planeta como vivo, porque no se tiene un método riguroso para separar la materia viva de la inerte. Pero Lovelock considera que la materia viva no se separa de su ambiente “inerte” por el hecho de haber evolucionado en conjunto, siendo la vida una propiedad planetaria no individual.
La idea de un planeta viviente no es nueva, pues ya James Hutton (otro James) publicó la teoría de la Tierra en 1789; en ella afirma que la biósfera recicla continuamente la materia orgánica; sin embargo, encontró un marcado aislamiento entre las ciencias. Los biólogos por un lado daban por aleatorios los cambios físico-químicos del planeta, y las ciencias de la Tierra descartaban el impacto de la vida globalmente. Este aislamiento de las ciencias naturales generó separación entre áreas del conocimiento, lo que dificultó integrarlas para obtener un modelo holístico de la vida en el planeta Tierra.
Aunque siempre le acompañó la polémica durante toda su vida, este científico alcanzó el máximo reconocimiento oficial hace exactamente diez años, cuando el Museo de la Ciencia de Londres adquirió sus archivos y le dedicó una exposición -«Unlocking Lovelock»- en la que se mostraba sus múltiples facetas: pionero de la criopreservación (proceso que se usa para congelar embriones y conservarlos para su uso futuro), y de la ciencia del clima, químico atmosférico, meteorólogo, inventor, escritor y activista del medio ambiente.
Igual, aunque se caracterizó por ser optimista y tener un buen sentido del humor, declaró hace diez años lo siguiente: «Llegados a este punto, tenemos que ser realistas. Ningún Gobierno, ni democrático ni dictatorial, va a ser capaz de reducir las emisiones de CO2 en un futuro inmediato. El proceso es ya imparable, y los intentos de llegar a un acuerdo mundial van a caer en saco roto… Así que lo mejor que podemos hacer es protegernos y adaptarnos a los cambios ¿Cómo? Planeando no un desarrollo, sino una retirada sostenible».
En otra ocasión sostenía: “Tenemos que aprender a vivir de otra manera», y subrayaba con insistencia: «No es el momento de hacer política, sino de buscar soluciones pragmáticas y resistentes al cambio climático. Por ejemplo: Singapur. Lo que surgió como un puerto insufrible a menos de 100 kilómetros del Ecuador, y con una temperatura media de 30 grados, se ha convertido en un modelo de adaptación y resiliencia [capacidad de adaptación de un ser vivo ante situaciones adversas] al cambio climático».
Además, en otra cita interesante y preocupante, afirma que «La Tierra funciona como un enorme ser vivo, capaz de autorregularse ante nuestros ojos. Por eso debemos renunciar a la idea de «salvarla» con nuestra inteligencia y nuestra geoingeniería ¡Salvémonos en todo caso nosotros! Y disfrutemos mientras estemos vivos».
Si sobrevive el Homo sapiens, es muy probable que la ciencia del futuro les dé la razón a Lobelock y a Hutton, pues parece ser que hay un continuo del conocimiento que nos ayude a tener una mejor cosmovisión.

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