Icono del sitio laparadoja.com.mx

LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

El brindis del Bohemio, se quedó sin bohemios

Por Mario Alfredo González Rojas

 

Claro que los gustos han cambiado mucho a través del tiempo, para bien o para mal, todo depende del color del cristal con que miramos. Aquí valdría esta frase tan popular que viene de la obra Dos linternas, de Ramón de Campoamor: “Y es que en el mundo traidor, nada hay verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”. Al menos esto pasa cuando se trata de inclinaciones, de gustos, de preferencias.

Estos días de frío, que coinciden con los preparativos de las reuniones navideñas, no son iguales para todos; no pueden serlo porque no todos tenemos un mismo pasado desde el cual vemos el presente. Antier, limpiando mis libros, muchos de ellos ya tan abandonados por los recuerdos, me encontré con uno que no es la “octava maravilla” pero que me trajo vivencias ya muy descoloridas por los años.

Se llama Sonrisas y lágrimas, del potosino Guillermo Aguirre y Fierro e incluye un poema que tiene tal vez como único valor, el que fue muy leído un tiempo. Son versos que se avenían en ocasiones muy especiales en aquellos años en que todavía no se habían desaparecido tantos lectores de poesía. El poema es “El brindis del bohemio”, un poema que para un conocedor no vale gran cosa pero que por razones inexplicables llegó a cobrar mucha fama y salía a relucir en circunstancias a veces tristes, nostálgicas, bohemias.

De tal manera se hizo tan popular, que cultos y no enterados de este género se sabían al menos una parte. Para un 10 de mayo, para el fin de año, no faltaba la ocasión en que no se le sacara a flote. Muy poco se sabe de su autor, nacido en San Luis Potosí en 1887 y fallecido en el Distrito Federal en 1949. Sabemos estos datos por Humberto Musaccio, quien comenta en su libro Enciclopedia milenios de México, que se dedicó al periodismo en San Luis Potosí y en la capital del país.

Me llamó la atención, que dice que en 1915 se refugió en El Paso, Texas, y fue porque siendo yo un niño o casi niño, un día escuché decir a alguien en Ciudad Juárez, mi tierra, que el poema El brindis del bohemio lo había hecho precisamente Aguirre sentado en una banca de la Plaza de los Lagartos, esa plaza que usted posiblemente conozca; está en el mero centro de El Paso, Texas, en la esquina de Oregon y Mills, y que en ocasiones yo acostumbraba visitar aunque sea de pasada al ir a las tiendas cercanas del Krees, Aaronson Brothers. Entonces me detenía a ver los pocos lagartos que entonces tenía, y que no sé si aún estarán ahí.

Los cuentos populares dicen que precisamente un día último del año, el poeta, del que ignoro porque se había ido a refugiar a esa ciudad texana, escribió sentado en una banca de la Plaza de los lagartos, los referidos versos, cuya parte más conmovedora es la que se refiere al recuerdo de la madre.

El poema está en versos endecasílabos y heptasílabos con una rima asonante y su estructura favorece el carácter visual. Son seis bohemios los que hablan, y el primero empieza a hacerlo sobre la esperanza, se suceden los brindis, que son por las mujeres, por la patria; están sentados ante una mesa de cantina. Y lo que le da el sentido, tierno es lo que dice el último de ellos, el que brinda nada más y nada menos que por la madre. Fuera de esta escena, habría pasado sin pena ni gloria el famoso “Brindis”.

Con estos días en que ya casi nadie lee poesía, serán contadísimos los que recuerden algunos de los versos de El brindis del bohemio; serán sobre todo gente mayor. El poema cubre de alguna forma la parte técnica, pero como obra literaria no cuenta. Es algo así como Nocturno a Rosario, de Manuel Acuña, lo señalan críticos.
Su valor nace inexplicablemente.

Salir de la versión móvil