
Pocos como Nelson Mandela, han merecido el Premio Nobel de la Paz
Por Mario Alfredo González Rojas
El 15 de octubre de 1993 recibió Nelson Mandela el Premio Nobel de la Paz, hace 28 años. Vale recordar ese acontecimiento, cuando este mes se ha ido anunciando a los ganadores del Premio Nobel en sus distintas áreas, y está a punto de saberse (escribo un día antes de esta noticia), quién se llevará este año, el galardón por su lucha en favor de la paz.
Fue mundialmente famoso este luchador social -quien nació en Sudáfrica el 18 de julio de 1918 y murió ahí mismo, el 5 de diciembre de 2013-, a causa de haber pasado 27 años en la cárcel, por el sólo delito de que luchaba en contra del llamado apartheid.
El apartheid, surgido en 1944, en Sudáfrica, era una política de segregación racial que buscaba separar las razas partiendo desde un terreno jurídico, dándole a los blancos el primer lugar en la jerarquía. El Partido Nacional aprobó 317 leyes, para legalizar el racismo hacia cualquier persona que no fuera blanca. Ante este injusto orden social, Mandela encabezó una lucha pacífica que le atrajo la persecución y el odio de las autoridades, siendo detenido y llevado a prisión, de la que no salió hasta 27 años después. Entró en 1963 y salió el 11 de febrero de 1990, pudiendo haberlo hecho antes, si se hubiera desistido de ser un opositor al apartheid.
En 1993, junto con Mandela, recibió el Premio Nobel de la Paz, Frederik De Klerk, quien siendo presidente de Sudáfrica, le había otorgado la libertad al líder negro. Luego, ambos se consolidaron como férreos luchadores en contra del apartheid, lográndose en 1991, el objetivo por el que combatió, sufrió y fue llevado a prisión el señor Mandela, quien se convertiría en el primer negro en llegar en 1994 a la presidencia de Sudáfrica.
Antes, De Klerk había dado un paso fundamental en las luchas por los derechos humanos, legalizando el Congreso Nacional Africano en 1990, lo que constituyó un gran apoyo para poner fin al apartheid, así como para las aspiraciones políticas del propio líder negro. Pero la base real del éxito se había fincado, durante todos esos años de amargura que pasó Mandela en prisión, en los que ni un solo día dejó de insistir en su objetivo de acabar con la discriminación. El líder había cimentado desde la cárcel, un gran movimiento de unidad en torno a sus ideales, que atrajo además la atención y el interés del exterior de Sudáfrica.
Ambos merecían el Premio, lo que sería de gran impacto para estimular a tantos luchadores sociales, que sueñan con un mundo mejor. En tal razón, con esos antecedentes de entrega, de lucha a unos ideales de justicia social, no es bien visto por la gente que se “regale” un Premio Nobel de la Paz a quienes con su actitud y con sus obras, no abonan nada a la tranquilidad y a la paz de las naciones.
En tal evento, hubo un gran rechazo de parte de muchos sectores de la sociedad en el mundo, cuando se dio el Premio Nobel de la Paz a Barack Obama, un gran impulsor de la guerra, a los nueve meses de llegar a la presidencia de Estados Unidos. Entonces, seguían los soldados gringos en Irak y Afganistán, siendo una de sus promesas de campaña, retirar gradualmente el número de elementos; en tal circunstancia, se criticó en todas partes ese apuro del Comité Noruego del Nobel, en entregar esa distinción a quien no había todavía cumplido con sus ofrecimientos de paz.
Y cuando terminó su mandato, en el colmo del desacato a sus propias promesas, había aún 8 mil 400 soldados estadounidenses en esos países.
Por desgracia, las obras consideradas como excelsas y de elevación extraordinaria, cual es el caso del Premio Nobel, también suelen mancharse con cualquier favoritismo político.