
Tino Contreras, el ritmo interminable del jazz
Heriberto Ramírez
Con gran pesar el mundo del jazz ha recibido la triste noticia del fallecimiento del baterista de jazz Tino Contreras, nacido en Chihuahua en 1924, para luego radicar en Ciudad Juárez y de ahí, a los 20 años emigrar a la ciudad de México. Formado musicalmente en una de las genealogías del jazz más importantes de México, pues aprendió de su padre Miguel Contreras los rudimentos básicos del oficio, que lo llevaron a formar parte de la orquesta de Luis Alcaraz.
Entre los datos aportados por Antonio Malacara para La Jornada, se destaca que en 1961, el cuarteto de Tino Contreras es contratado por Félix Alarcón para hacer una temporada de dos meses en Grecia, en el Acropole Palace, quien los había escuchado en el Festival de Jazz Evansville en Indiana. Al final del contrato se van a tocar en Turquía y terminan en Marsella y París. En sus verborreicos conciertos contaba que, durante esa gira por Grecia, llegó a tocar en el yate de Aristóteles Onasis. Al llegar a México cada quien siguió por su propia cuenta, quizá este fue un impedimento para que pudieran estar presentes en el quinto festival de jazz de México en 1953, el primero en ser grabado y publicado por Discos Tizoc, con la notoria ausencia de Tino. Según del recuento de Malacara grabó 43 discos, entre los que se pueden destacar Jazz en Riguz en 1960, Jazz Flamenco de 1963, Misa en Jazz 1966, Yúmare sinfonía Tarahumara en 1986, Jazz Mariachi 2010. En estas grabaciones se puede apreciar en Tino un ímpetu por llevar el jazz más allá de sus límites. Fusionarlo con otras formas o tradiciones musicales. Lo afortunado o no del resultado está a la espera del veredicto de la historia.
En alguna ocasión coincidimos en un club de jazz en la ciudad de México, encuentro propiciado por el periodista Óscar Ornelas, se nos dijo que Tino tocaría en el horario estelar, mientras tanto conversamos con él sobre temas diversos, según recuerdo sobre su libro de batería y otros asuntos sin ninguna trascendencia, mientras él bebía un refresco, reprobando la forma de beber de nuestro acompañante. El programa se extendió más allá de lo razonable y Tino se negó a tocar, pensando que aquello era una mentada a su trayectoria. Quedamos de vernos al día siguiente en su academia.
A media mañana nos recibió en su muy modesto departamento que era a la vez su escuela, en escasos metros cuadrados hacía su vida dando lecciones privadas, que alternaba con presentaciones en festivales de jazz o festivales culturales en diferentes partes del país. Aquí en Chihuahua recibió incontables homenajes, pero en el fondo nunca recibió uno que realmente hiciera justicia a su prolífica trayectoria, siempre echamos de menos sus primeros discos que nunca volvieron a editarse; es de esperarse que ahora pueda hacerse y poderlos apreciar en una buena edición.
Con su partida se apagan los últimos acordes de una longeva tradición de jazz en México, que ha subsistido siempre de una manera marginal, pues Tino era el último representante de las primeras generaciones del jazz hecho en México. Con frecuecia presente en las antologías en la historia de nuestro jazz.
Por suerte aún son asequibles en el mercado algunas de sus grabaciones, escucharlas de nuevo es el mejor homenaje que podamos brindarle al buen Tino Contreras. Detrás queda un ejemplo de honestidad y entrega para con el arte que le dio un sitio de honor en la historia de la música, con una militancia a toda prueba en medio de una interminable precariedad sin nunca llegar a mermar su buen ánimo ni un estilo de vida ejemplar bordeando siempre los límites de la libertad creativa. Hereda un legado fructífero, lo suficiente para mantener vivos los sutiles e intrincados ritmos del jazz por un tiempo que esperemos sea interminable.