LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

 

Los amargos días de Mariano Escobedo, después de derrotar a Maximiliano

Por Mario Alfredo González Rojas

 

El 19 de junio de 1967 fue privado de la vida Maximiliano de Habsburgo, quien se ostentó como emperador de México, el segundo emperador que había tenido el país. Se le fusiló en el Cerro de las Campanas, en Querétaro, junto a los mexicanos traidores Miguel Miramón y Tomás Mejía, quienes habían sido capturados al lado del austriaco la mañana del 15 de mayo del mismo año.

Era miércoles, el 19 de junio, cuando fueron pasados por las armas, estos tres personajes, luego de haber sido condenados a la pena máxima, de acuerdo con la Ley del 25 de Enero de 1862, la que establecía las sanciones correspondientes para castigar por los delitos contra la nación, contra el orden, la paz pública y las garantías individuales.

Contra dicha ley se aplicaron para salvarle la vida sus defensores, olvidando o queriendo olvidar por un lado la Ley del 3 de Octubre de 1865, decretada por el emperador, en la que declaraba que todos los ligados a bandas o reuniones armadas después de ser juzgados por Cortes Marciales, serían pasados por las armas a las 24 horas de haberse realizado el juicio.

La guerra es la guerra y así la entendían de parte de ambos bandos. Hay recuerdos tristes de aquella época sobre las crueldades ejercidas por los imperialistas, los que sin mucha averiguación, si veían a una persona con un arma, la declaraban como sospechosa, como contraria al Imperio, sin más ni más, y en el plazo estipulado le quitaban la vida.

El gran héroe sin duda, de la capitulación del ejército imperial fue Mariano Escobedo, quien después de la vivencia de tantos combates tuvo que sufrir muy amargos días en la ciudad de Querétaro, debido a que no se llevó a cabo el juicio de Maximiliano en forma inmediata. Como es natural, primeramente había que custodiar a los prisioneros hechos en Querétaro, lo que significaba además el darles de comer, curarlos de las heridas, toda una serie de cuidados que se tenían que realizar.

Además, sostener a los propios soldados, era sumamente costoso. Y los defensores de Maximiliano no llegaban. El 15 de junio le llegó a Benito Juárez, quien se encontraba en la ciudad de San Luis Potosí, una carta firmada por Mariano Riva Palacio y Rafael Martínez de la Torre, quienes se habían constituido en los defensores del derrotado emperador.

El Consejo de Guerra ya había determinado condenar a muerte a Maximiliano, y en ese concepto se dirigían a Juárez los abogados defensores, en los siguientes términos; “Ha sido sentenciado a la pena capital, y nosotros, sus defensores, recordando al Supremo Gobierno el anterior ocurso que hemos presentado, para su caso, solicitando el indulto, de nuevo repetimos nuestra súplica pidiendo el perdón de la vida del archiduque”.

Precisamente el 5 de junio de ese año de 1867, envió Mariano Escobedo una angustiosa carta al presidente de la República, en la que exponía su embarazosa situación en la que había caído luego de la captura del intruso europeo. También, precisamente este es el motivo de mi artículo, porque era por estos días de junio que don Mariano Escobedo, el ilustrísimo general “pasaba las de Caín”, para aguantar el terrible encierro de custodiar soldados enemigos, en las peores condiciones y además hasta cargando con una enfermedad, mientras esperaba, infructuosamente, día tras día, que llegaran los defensores del archiduque.

También el recuerdo de la muerte de Escobedo, que fue el 22 de mayo de 1902, me hizo teclear estos recuerdos, en un homenaje a un verdadero soldado de la república, el que anduvo en un sinfín de batallas, en distintas épocas. Combatió al ejército de Estados Unidos, a comanches y apaches, conservadores, belgas, franceses y austriacos.

En su desesperación, en aquellas pesadillas de Querétaro, expresó lo siguiente en esa carta del 5 de junio: “Más contento estaría combatiendo, como lo he hecho siempre, que colocado en esta situación con tan grave responsabilidad, en donde se suceden las intrigas y donde se ponen en juego, por nuestros enemigos, todos los medios para salvar a los encausados”.

Ya el 29 de mayo le había escrito Escobedo a Juárez, quejándose de que no hacían acto de presencia los defensores del austriaco, y el 3 de junio el presidente le contestó que se había ampliado la prórroga. Total, que el general, héroe de mil batallas, ya no aguantaba una más, que era la de la espera desesperante por los motivos ya señalados.

La carta de Riva Palacio y de Martínez de la Torre, los defensores del sentenciado a muerte, terminaba diciendo:

“Los hombres de todos los partidos verán, en el indulto de Maximiliano, un acto de alta política que pide la clemencia y apoya el pensamiento de la paz”.

No obstante, todas las peticiones de indulto provenientes del extranjero, así como de distintos rumbos del país, se mantuvo enhiesta la bandera de la ley, como era la costumbre en los actos del Benemérito de las Américas.

Prevaleció el Derecho, como arma de la justicia.

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