Sobre el Humanismo y las otras especies de humanos
Por Enrique Pallares
El concepto de humanismo es actualmente uno de los más indeterminados y contradictorios. Su significado ha cambiado en muchas formas desde sus orígenes hasta nuestros días, de allí la necesidad de reconsiderarlo a partir de las bases de las diferentes interpretaciones que ha tenido y delinearlo de acuerdo a los últimos conocimientos que tenemos del ser humano y de los contextos histórico-filosóficos en los que tales interpretaciones han surgido.
Se habla de humanismo histórico, de humanismo cristiano, marxista, existencialista, universalista e incluso de antihumanismo. En este escrito no es el propósito de examinarlos a todos y cada uno de ellos sino el de entrever las posibles nuevas raíces que lo pueden conformar.
La palabra humanismo fue acuñada en el Renacimiento hacia fines del siglo XIV y principios del XV para designar el movimiento intelectual que se extendió en gran parte de Europa. Viene de la voz latina humanitas que Cicerón (106-43 a.C.) y otros autores usaron en la época clásica para significar el tipo de valores culturales que procederían de lo que podríamos llamar una buena educación o cultura general.
Hoy el término humanismo se utiliza comúnmente para indicar cualquier tendencia de pensamiento que afirme la centralidad, el valor, “la dignidad” del ser humano, o que muestre una preocupación o interés primario por la vida y la posición del ser humano en el mundo. Pero con un significado tan amplio, la palabra da lugar a las más variadas interpretaciones, y en consecuencia, a confusiones y malentendidos como sucede con los conceptos «humanismo» y «humanitario».
Efectivamente, el término ha sido adoptado por muchas filosofías, como las arriba señaladas, que cada una, a su modo, han afirmado saber qué o quién es el ser humano y cuál es el camino correcto para la realización de las potencialidades que le son más específicas. Incluso algunas de estas filosofías se atreven a expresar lo que debe ser el ser humano, como si se tratara de un imperativo extraído de profundas y oscuras meditaciones o del posible mandato de alguna divinidad.
Vale decir que toda filosofía que se ha declarado humanista ha propuesto una concepción de naturaleza o esencia humana, de la que ha derivado una serie de consecuencias en el campo práctico, preocupándose por indicar lo que los seres humanos deben hacer para así manifestar acabadamente su “humanidad”.
Hoy son pocas, y de momento poco escuchadas, las voces que se alzan para proponer a los seres humanos una nueva comprensión de su “humanidad” derivados de una correcta y científica concepción de su naturaleza y de su adecuada ubicación de la especie humana en el mundo natural. Comprensión que a mi parecer debe ser revisada constantemente.
Los biólogos clasifican a los organismos en especies. Se dice que una especie la constituyen aquellos organismos que si tienden a aparearse entre sí, dan origen a descendientes fértiles. Los géneros a su vez se agrupan en familias como la de los gatos (leones, leopardos, gatos domésticos), los perros (lobos, zorros, chacales). Todos los miembros de una familia remontan su linaje a un antepasado común. Todos los gatos, desde el gato doméstico hasta el león más feroz, tienen un antepasado felino común que vivió hace unos 25 millones de años.
Como lo señala Yuval Noah Harari, autor de “De animales a dioses”, «el Homo sapiens ha mantenido escondido uno de los secretos más bien guardados de la historia. Durante mucho tiempo, el ser humano moderno prefirió considerarse separado de los animales, un huérfano carente de familia, sin hermanos, primos y sin padres». Pero esto no es así, nos guste o no, somos miembros de una familia grande y ruidosa.
Estamos acostumbrados a pensar en nosotros como la única especie humana que hay. Sin embargo, el significado real de la palabra humano es “un animal que pertenece al género Homo”. Hubo muchas otras especies de este género además del Homo sapiens.
Todos los humanos, es decir, todos los miembros actuales del género Homo, se fueron desplazando por extensas áreas del norte de África, Asia y Europa. Los de Europa y Asia se conocen como neandertales (hombre del valle de Neander). Las regiones de Asia oriental se poblaron por Homo erectus (hombre erguido) que sobrevivió ahí cerca de dos millones de años. En la isla de Java, en Indonesia, vivió el Homo soloensis (el hombre del valle del Solo). En la Isla de Flores, también en Indonesia, vivió el Homo floresiensis, quien alcanzó una altura máxima de un metro y no pesaba más de 25 kilos.
En Siberia parece ser que vivió el Homo denisova, llamado así por encontrarse fósiles en la cueva Denisova, en Siberia. En la cuna de la humanidad, África, se continuaron formando especies nuevas como el Homo rudolfensis, (hombre del lago Rodolfo), el Homo ergaster (hombre trabajador), y finalmente nuestra especie, que con gran elocuencia y poca modestia bautizamos como Homo sapiens (hombre sabio). Todos ellos eran seres humanos.
Es un error considerar que estas especies están en línea de descendencia directa, esto es, que H. ergaster engendró a H. erectus, este a los neandertales y estos evolucionaron al H. sapiens. Lo cierto es que desde hace 2 millones de años hasta hace aproximadamente 10,000 años, el mundo fue habitado, a la vez, por varias especies humanas. De la misma manera que hay muchas especies de zorros, osos y perros.
La humanidad tiene un pasado multi-específico, la Tierra fue hogar de al menos ocho especies diferentes de seres humanos y no podremos desarrollar un humanismo racional y correcto, si no reconocemos nuestro linaje, a nuestros primos y hermanos, y sobre todo, a nuestros ancestrales padres: los Australopithecus.