EL HILO DE ARIADNA

La fruta rockera de Luisito Granados
Por Heriberto Ramírez

 

Cambiar de casa conlleva muchos otros cambios, el barrio es uno de ellos, y todo lo que en él de interesante podamos encontrar. Cierto es que lleva un tiempo percatarse de su cartografía, tiendas de abarrotes, carnicerías, expendios de cerveza, tortillerías, farmacias, papelerías y fruterías. Las necesidades lo van llevando a explorar los rincones, guiados, a veces, por los informes de vecinos, otros por el propio atisbar.
Es el caso que mi nuevo barrio está un tanto alejado de los grandes centros comerciales es que la colonia Zootecnia se ha convertido en una de mis alternativas más próximas para proveerme de lo más inmediato y necesario. Fue así que entre una de sus calles la 122 y Caprinocultura, di con una frutería, o más bien, un conjunto de rejas o cajas de plástico que funcionan como exhibidores de frutas coloridas: piñas, papayas, pepinos, melones, limones, tomates, chiles, papas y demás. Cobijada la mercancía con un improvisado tejaban, sin ninguna clase de rótulo.
Hasta ahí todo parece de lo más normal. La primera vez que llegué nadie atendía el establecimiento. Levanté la voy hacia la ventana de una vivienda que comunica y alberga el pequeño negocio, de donde provenía una música genuinamente metalera, pregunté si había alguien. Del interior salió por una puerta lateral su dueño. Un señor de apariencia juvenil enfundado en una camiseta playera y con cara somnolienta.
Compré lo más necesario y pagué, precisos razonables y fruta fresca en buen estado, de lo mejor que hasta entonces había encontrado por la colonia. Cada vez que acudía por ahí lo volvía a encontrar vistiendo camisetas sicodélicas con el logotipo de algún grupo de rock, Van Halen, Saxon o Pat Travers. Sin llegar a ser un gran conocedor del tema, aunque tampoco ajeno, en algún momento llegamos a platicar sobre la música.
Tardé muy poco en darme cuenta que estaba ante un verdadero erudito de rock, con un historial formativo bastante interesante, más que forjado como un melómano consumado pude apreciar que se trataba de un consuetudinario asistente a conciertos de rock, desde su juventud. En su memoria se guardan infinidad de alineaciones de grupos, quién tocó con quién, hasta cuándo estuvo con tal y cual; en qué disco tocaron fulano y zutano.
Ya entrados en confianza me relató que uno de sus periodos más entrañables en los cuales pudo asistir a más conciertos fue cuando vivió en la ciudad de Odessa Texas, y que solía desplazarse hasta San Antonio para escuchar los conciertos que por entonces se realizaban. Los años que vivió en esa parte le pusieron en contacto con la vibrante fuerza de esta música en medio del furor que estaba teniendo en el mundo a finales de los setenta y principios de los ochenta.
Recuerda conciertos como los de Judas Priest, Ozzy Osborne, Foreigner, Axe, Ted Nuget, Pat Travers, Blue Oyster Cult, Iron Maiden , Nazareth, Journey, Saxon, Rainbow, entre muchos otros, aunque rechaza enfáticamente jerarquizarlos o decir cuál de ellos le pareció mejor, pues considera que eso dejaría fuera de sus afectos al resto. A la pregunta de cuándo empezó a escuchar música rememora que de joven iba a la tortillería Kalimán ubicada en la calle 30, iba a esa tortillería porque sintonizaban La Pantera, una estación radiofónica especializada en esa música juvenil, se formaba en la fila y cuando estaba a punto de llegar para que lo atendieran, se salía de la fila y se volvía a formar con tal de seguir escuchando la música. Tal era su curiosidad y su pasión por la música.
Se dice provenir de una época en la que para adquirir un disco era toda una odisea, o lo pedías a Estados Unidos o tenías la buena fortuna de que alguien con cierto poder adquisitivo de lo compartiera. Era una música de acceso difícil, pero eso quizá acentuaba la curiosidad y las ganas de oírla.
Poco a poco hemos ido encontrando amigos en común y han llegado a comentarme que Luis Carlos Granados o Luisito es la persona que a más conciertos rock ha asistido en Chihuahua. Ese historial le tiene sin cuidado, eso sí, se ufana de disfrutar la música por lo que es, sin ninguna clase de prejuicio o estereotipo.
Su vida cotidiana transcurre en ir a diario a la central de abasto a proveer de fruta fresca que ofrece para su venta a los vecinos, que lo aprecian y dejan de comprar en el súper para pasar por ahí, incluso algunos ni siquiera bajan de su vehículo, se estacionan enfrente y desde ahí hacen su pedido. Su única herramienta de apoyo es su báscula digital.
De lo que uno puede percatarse es que los vecinos lo aprecian, pues mantiene la extinta práctica del pilón, es decir darte un poco más de mercancía o rebajarte dos o tres pesos. Después de cada compra uno se queda con la sensación de que ha sido atendido por un personaje honesto de una gran calidad moral. Recargado con un bagaje de cultura rockera inmensa.

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