
El militarismo doblegó al poder político
(La obra del General Audomaro Martínez)
Por Rubén Iñiguez
No hay sexenio tras sexenio, que no se haya rendido culto a las instituciones armadas del país. Antes, cuando las ceremonias decían algo, en el neoliberalismo en el informe presidencial el consagrado en turno, dedicaba un sentido párrafo a los militares, elogiando su profesionalismo, disciplina, su acatamiento, y finalmente lo más importante, que mantuvieran el poder, sin ostentarlo.
En los días actuales, el Ejército y Marina tienen un protagonismo inusual, que, pero históricamente no es nada nuevo. Ya hubo sexenios del pasado del siglo XX en que los militares administraron aduanas, puertos, vías férreas, aeropuertos. El motivo era darles la seguridad a las instalaciones “estratégicas” de los mexicanos, lo que incluía a PEMEX, y a la CFE.
Nada nuevo bajo el sol, el regreso a aquellos años. Sólo que ahora se ha cambiado el perfil del instituto armado gracias a un general amigo del presidente. Actualmente su alta oficialidad ya puede emprender negocios a la sombra de sus órdenes recibidas, lo que los expone a la corrupción. Pero desde siempre militares emprendedores que aprovechan su posición para disponer de información, accesos privilegiados o controles de tráfico de mercancías en el país, que les representan emolumentos muy jugosos.
Revisando la historia, el régimen militar realmente quedó aparentemente fuera de la política en ocasión del gobierno de Miguel Alemán, siendo Manuel Ávila Camacho, el último presidente militar, aunque sensato y fino en sus políticas supo conciliar a los mexicanos, sufriendo incluso los excesos de Maximino, el incómodo hermano que ejecutó matanzas de obreros en protestas, que llegó también a ocasionar la legendaria desaparición (secuestro) de Conchita Cintrón, la Diosa Rubia del Torero, simplemente porque le cuadró, al poderoso hermano de Don Manuel.
El Ejército siguió presente, primero como un sector no oficial del corporativismo del PRI de entonces, porque les pasaban una cuota de cargos legislativos. Su actuación se restringió a tareas nacionales, que no marginaron de un rubro: la seguridad nacional, desde siempre.
AUDOMARO MARTÍNEZ, FACTOR CLAVE.
Actualmente se menciona como el hombre fuerte del Ejército al jefe de inteligencia el General Audomaro Martínez Zapata, también tabasqueño, retirado que tuvo una carrera impecable en 35 años de servicio; comandó cuerpos blindados 25 y 26 y fue jefe de Zona Militar en su estado Tabasco. Su carrera en que hay una larga lista de condecoraciones, sería la de cualquier militar de su tipo, pero Audomaro fue amigo desde los ochentas de un personaje llamado AMLO.
Nunca imaginó que en su retiro sería habilitado como director del CNI, antes CISEN la inteligencia del Ejército mexicano. Tampoco supuso que ser el interlocutor del Ejército con el presidente lo situaría por encima de los Secretarios de la Defensa y de Marina, tampoco que estar en ese sitio le generaría enemigos poderosos como Alfonso Durazo, candidato para Sonora por Morena, y el otro del Canciller, Marcelo Ebrard, por causas más oscuras.
Los choques resultantes por la ineptitud de Alfonso Durazo los enemistaron seriamente. Por ello Durazo prefiere ser custodiado por la Marina, pero ya le retiraron ese cuerpo de custodia de 75 marinos. Audomaro es el hombre fuerte de México por su relación personal con el presidente López, cuya manera de ver la realidad y de privilegiar la lealtad a la capacidad lo ha hecho rodearse de lambiscones. Audomaro es el arquitecto del poder militar actual.
Actualmente inmerso en la vigilancia nacional, se recupera de una operación quirúrgica, pero su personal avalado por él, le da cuentas directas y mañaneras a AMLO. Audomaro se menciona como el hombre que recomendó al General Luis Crescencio Sandoval y al Almirante José Rafael Ojeda, además a lo largo de su historia ha estado ligado al proyecto de AMLO, fomentando su proselitismo electoral en el instituto armado. Lo tienen que consultar inevitablemente, pero la aceptación de AMLO lo hizo el número uno.
Y en nombre de esa seguridad, en el pasado cercano, los militares actuaron tanto cumpliendo órdenes de Luis Echeverría, porque incluso la noche de Tlatelolco, fue ordenada por Luis, que actuó a la sombra del presidente Gustavo Díaz Ordaz, que aceptó la responsabilidad. Posteriormente, el Ejército tuvo a su cuidado la guerra sucia, para desarticular la presencia de núcleos de guerrilla comunista en México, hasta llegar a la reforma política.
Ya en tiempos más recientes, sexenios de Fox, Calderón, y Peña Nieto, la actividad de los militares amplió a una nueva tarea el combate del narcotráfico, actividad que comenzó con la Operación Cóndor en Sinaloa y Chihuahua.
Sin embargo, el narcotráfico ha sido solapado por algunas zonas militares, como ocurrió con el general José de J. Gutiérrez Rebollo, o la sospecha del General Cienfuegos, en pactos con el crimen organizado por parte de la DEA exonerado por la PGR. Ninguna institución es inmune a la corrupción.
Es una guerra muy difícil de ganar, porque necesita la voluntad de hacerlo o la obligación de Estados Unidos que regresa. De hecho, no han podido parar el guachicol, con hasta más de 1,034 tomas de robo diario, que se dijo por voz del presidente había sido derrotado. Habló prematuramente.
Esta actividad se amplió en la guerra de Calderón, y ascendió a nuevos alcances, con Peña Nieto al considerar que el Ejército es la salvaguarda del poder constitucional del país, es decir, el grupo en el poder no puede sobrevivir sin ellos. Frente a las oleadas de protestas, Peña se enrocó con el Ejército.
La 4T ha sido extrema en colocar actividades estratégicas en sus hombros, un total de 23 órdenes diversas los incluyen con una Guardia Nacional que se justificó en forma temporal, por el acuerdo militar que, en forma limitada, concedió las prerrogativas de control a las fuerzas armadas, y un presupuesto intocable que se incrementó.
Nunca en realidad, el Ejército ha salido de la seguridad mexicana, que no es la misma que la seguridad de los mexicanos, en cuando a su vida y patrimonio. La mirada militar busca riesgos para las instituciones, para el sistema que ahora se denomina 4T y que les premia todos sus esfuerzos.
Elogiar su disciplina, es como felicitarlos por usar uniforme, pero eso hace el presidente López; vende la idea que es el Pueblo armado, lo que es sólo cierto en parte. Ciertamente, reclutan gente del pueblo para las unidades básicas y para sus escuelas de mandos, pero constituyen una cofradía diferente, muy específica, y que hoy tiene la certeza de que el gobierno de López Obrador, no puede nada sin ellos sólo les falta entrar al quite en Pemex, manejándolo ellos y de seguro lo harían mejor, como también en la CFE, prácticamente ya manejan el país.
Pero la verdad la corrupción está en todo, no existiendo ninguna institución que sea inmune a esa actividad. Los militares nunca se han ido de la historia de México, ni de la realidad política y social y en la historia han sido tocados por la ambición en diversas maneras, hasta gobernar al país directamente.
Todos nuestros movimientos históricos han arrojado un saldo favorable a los militares en sus operaciones, ya que, al terminar los conflictos, solamente las diferencias ente ellos han sido motivo de confrontaciones como en la rebelión Escobarista.
Los servicios prestados que cimentan el poder de los políticos del Palacio Nacional, se cobran cada día a un precio más alto y solamente el General Audomaro tiene una visión de dónde vamos y en que terminará esto por la militarización.
No es que se trate de rechazarlos como un ente maligno, todo mexicano sabe que son indispensables, pero hasta qué punto. La penicilina puede ser muy buena, saludable, pero en exceso mata al organismo receptor.
Hoy los soldados son más columna de la 4T que en los grupos de presión estudiantiles, magisteriales o de cualquier índole, que administraba la figura de López, para enfatizar sus protestas, hacer plantones, y realizar tomas de instalaciones o asedios a los órganos legislativos o judiciales. Esa preeminencia, pasó al Ejército.
Nuevamente la aplicación de la seguridad retrocedió a ser facultad militar, colocando el equilibrio judicial en entredicho y eso hará precisamente la Guardia Nacional, que tiene facultades ministeriales de averiguación para determinar la peligrosidad, y recetar el tratamiento dónde administra su fuerza que puede ser letal, sus comunicados, con un estilo lacónico que parece que todos los incidentes son iguales. “En una operación de patrullaje se marcó el alto a un grupo sospechoso, se resistieron, lo que ocasionó una confrontación con los militares…tantos muertos. Punto final”.
En forma paralela, la anulación real de la Comisión de Derechos Humanos, con el florero de Rosario Piedra Ibarra, grava seriamente la seguridad de los ciudadanos ante los procedimientos militares, y generan quejas de uso de la violencia, tortura, ya que sus procedimientos rebasan las garantías.
De hecho, el poder político cobija las acciones en que el error, o el exceso han vulnerado vidas o bienes de particulares. Un fuero, esa inmunidad en todas las materias. Nadie fiscaliza los gastos o ganancias del Ejército, sólo ellos mismos.
Este desplazamiento de los órganos civiles, tiene costo para el instituto armado, porque desgasta su prestigio, a imagen de fuerza moral, aparente neutra y apolítica, en que se ancla la vida nacional, al actuar como policías lo que reclama Morena, la militarización, como solución en los municipios con violencia.
La solución está en que la sociedad sea viable por sí misma y se recupere. La militarización reduce la democracia a una apariencia, sólo ellos pueden ponerse límites.