Compromisos pendientes
Por Germán Campos
Por las mañanas, la casa siempre olía a café. Me gustaba ese olor sin importar el día de la semana. En ese tiempo, yo era un arquitecto que por azares del destino jamás había ejercido y terminó como catedrático en una escuela patito de la capital. Rentaba un departamento en el centro de la ciudad y la verdad es que no salía mucho de ahí. Mis viajes cotidianos incluían las idas al súper, al bar de costumbre y la tienda por cigarros y jugos de caja.
Ese verano, de esos que parecen enviados desde el infierno hasta Chihuahua, me topé a Pablo, ex compañero de la escuela, en un súper comprando cerveza igual que yo. Me invitó a una fiesta a pocas cuadras de ahí con más ex compañeros, una de esas reuniones de flojera que se organizan por medio de grupos en WhatsApp. Me dio hueva, sin contar que era muy poco mi interés de volver a ver a esas personas con las que tuve poco o nada que ver durante la carrera. Siempre tuve facilidad para inventar excusas y evitar todo tipo de reuniones incómodas, sólo que esa vez no se me ocurrió ninguna. Después de insistir un rato, Pablo me convenció de ir.
Ya en la fiesta reconocí a algunos ex compañeros. Había música de karaoke, botanas caseras, globos y un enorme cartel con la frase “Bienvenida, generación del 97”. Al final de la fiesta, una rubia se me acercó y me tomó del codo. No dijo nada, sólo me miró pero no soltaba mi brazo; su expresión parecía esperar una respuesta que no tuve. No la reconocí. El cabello rubio no me traía ningún recuerdo fresco.
Soy Renata, tonto. Bailamos en nuestra graduación.
Ching$#%, había olvidado que después de dicho baile puso en mi mano una servilleta doblada en cuatro partes con su número de teléfono. Y, por supuesto, también la había olvidado a ella.
Claro, hola, ¿dónde estabas? No te vi en toda la fiesta. ¿Qué tal te ha ido?
Sonrió a medias y después mostró una expresión de incredulidad en sus ojos.
Claro que me acuerdo de ti, le dije. Sólo estoy un poco pasado de copas y cansado pero no pasa nada. Vamos, cuéntame. ¿Qué has hecho?
Traté de sonar de lo más natural pero la cerveza y la naturalidad jamás han ido de la mano.
Pues, me casé y me divorcié. En medio de esos eventos, hay otras cosas que si quieres te cuento cuando vayamos a cenar, ¿te late?
Sin duda, le dije aunque mi respuesta sonó mitad voluntad y mitad forma de disculpa.
¿Aún tienes mi teléfono? Me preguntó con una carcajada suave. Búscalo en el grupo de Whats que tenemos. Ahí se ve mi foto.
No estoy en el grupo, le dije, me encontré a Pablo en el súper y sucedió por mera casualidad pero no hay problema, se lo pido a él.
Bueno, ya quedamos, háblame, de veras, para quedar en algo.
Sin falta, te llamo el lunes.
Me dio un beso en la mejilla derecha y se despidió. Prendí un cigarro mientras me acercaba a Pablo para despedirme y pedirle el teléfono de Renata.
Ah, dame el tuyo y te lo mando al Whats, me dijo.
Le pedí que no olvidara mandármelo y que por nada del mundo me agregara al grupo.
Salí de la casa, caminé dos cuadras y entré al mismo súper de horas antes. Compré una cajetilla de cigarros, dos mazapanes y un jugo de naranja. Al llegar a la casa, vi que Pablo me había enviado el número. Lo guardé en mi celular y me animé a enviarle un mensaje, sin importar la hora que era.
¿Ves? Te dije que lo conseguiría.
Una palomita. El mensaje se envió pero no llegó a su destinatario. Puse el celular a cargar y me tiré sobre el sofá. Prendí la tele pero no le presté atención. Me quedé mirando hacia el techo por media hora mientras fumaba. La pantalla del celular se encendió, me levanté para revisarlo con la esperanza de que fuera Renata después de leer mi mensaje. No era ella. El mensaje era de Pablo.
¿Ya le mandaste mensaje?
Tomé el celular con una mano y con la otra, sostuve el cigarro. Puse el teléfono en modo silencio, regresé al sofá y recordé que a la mañana siguiente debía ir al café donde el dueño me daría oportunidad de vender algunos de mis LPs que Santi, mi hermano, me regaló. Se había casado el año anterior con Elena, su novia de siempre.
Todo lo que dejé en el cuarto es tuyo, me dijo, excepto la sudadera con gorrito y los libros. Eso es para Elena.
Apagué el cigarro en el cenicero y me fui al cuarto. Tenía que vender los LPs para completar la renta del mes porque mi sueldo como profesor no alcanzaba para todos mis gastos.
Llegué al café alrededor de las siete de la mañana. Toni, el dueño del lugar, me indicó dónde podía poner los LPs y dijo que no me cobraría por ese espacio. Bajé los discos del auto y los acomodé sobre dos mesas plegables en una esquina. Me senté sobre una caja de madera. Todo sería cuestión de suerte y de esperar. Revisé mi celular y noté que tenía dos mensajes más de Pablo y uno de Renata en el que me compartió una ubicación.
Veme en ese lugar hoy a las nueve para cenar, decía el mensaje.
Yo esperaba vender todos los LPs para pagar la renta atrasada del departamento con las ganancias, pero no le pude decir que no.
Ok, nos vemos ahí, le dije y me guardé el celular en la bolsa.
Vendí todos los discos para las dos de la tarde. Regresé al departamento, puse unas palomitas en el micro, me aventé sobre la cama y me quedé dormido. Cuando desperté, ya era de noche. Pensé en alistarme rápido para alcanzar a Renata en el lugar que habíamos quedado pero me gustó más la idea de cancelar. Jamás he sido un hombre que mantiene sus promesas, mucho menos compromisos que se hacen a través de una ventana de chat. Saqué mi celular de la bolsa del pantalón y vi que tenía cinco mensajes de Renata. Quería asegurarse de que yo hubiera recibido y leído los mensajes. Me disculpé de la mejor forma que pude y le dije que lo tendríamos que dejar para una próxima ocasión. Visto e ignorado.
En el micro estaban las palomitas que no me alcancé a comer. Sonó mi celular y vi que era Pablo. Se iba a reunir con unos amigos en un bar cerca de mi casa y me extendió la invitación.
Oye, gracias, pero tengo planes para cenar con Renata, le dije.
Ah, órale. No hay bronca, quedamos para después.
Perfecto, le dije.
Abrí el refrigerador, tomé una cerveza y puse las palomitas en un tazón. Me senté en la sala con el celular en la mano, abrí WhatSapp y borré las conversaciones con Renata y con Pablo. Encendí un cigarro, me terminé la cerveza y salí al súper para comprar más. En el camino, volví a abrí WhatsApp; esta vez, bloqueé los números de Pablo y de Renata. Sentí que mi vida volvía a ser la misma sin tener compromisos pendientes.