
Terrícolas voraces con un pie en Marte
Por Heriberto Ramírez
El proyecto de colonizar Marte por parte de la Agencia Espacial Norteamericana, la NASA, mantiene su pulso. Han conseguido posar sobre el planeta rojo varios dispositivos que sustituyen a los humanos, por razones de seguridad, en su trabajo exploratorio. En días previos se publicaron las pruebas exitosas de Ingenuity, un dron, el primer artefacto en volar sobre la órbita marciana, a pesar de hacerlo por un breve espacio de tiempo.
El impulso humano por ir más allá de los límites lo ha llevado a descubrir, y luego conquistar, nuevas tierras, nuevos continentes y nuevos planetas. Si bien la curiosidad natural en el humano puede ser uno de esos alientos, también detrás de ese impulso se encuentran otros intereses; el afán de poder, de beneficio económico, por ejemplo.
Cuando se discute o se habla acerca de nuestra carrera espacial suele recordarse que fue la Unión Soviética, en 1957, el primer país en poner en órbita un artefacto, el Sputnik, fue así de cómo los humanos conseguimos romper los límites de la gravedad y abrir un nuevo umbral para la exploración espacial. Por ese entonces nuestro venerable filósofo Leopoldo Zea, a este respecto, se formulaba en un ensayo casi olvidado, “Los satélites y nuestra moral”, varias peguntas inquietantes: ¿estamos ante una nueva dimensión de lo humano? ¿la técnica, al ampliar las posibilidades del hombre, va a dar origen a un nuevo horizonte de valores? ¿nuestra moral, nuestra ya vieja moral, permanecerá estática al darse al hombre la posibilidad de realización de mundos que apenas se atrevía a soñar?
Son interrogantes que mantienen su vigencia, ahora en relación con la conquista de Marte. Pues, quizá, ya podamos hablar de humanos extraterrestres, con todas las implicaciones que esto pueda tener, desde un punto de vista político y, como sugiere Zea, moral. Al mismo tiempo se abren otras cuestiones. ¿De quién serán propiedad estos satélites alcanzados por el poder del conocimiento humano? ¿Quiénes serán los beneficiarios de las potenciales riquezas materiales que en ellos pudiesen ser encontrados? ¿Estas iniciativas valen ser financiadas con dinero público? ¿Puede pensarse que los contribuyentes están de acuerdo en que sus aportaciones sean orientadas a este tipo de costosos y ambiciosos planes?
Es cierto, que todavía falta un buen lapso de tiempo para que los humanos como tal planten su pie sobre este otro planeta, pero ahora, la humanidad también se ha vuelto más crítica, quizá no resulte tan ingenua como para dejarse llevar simplemente bajo la idea de ver en la llegada a Marte la cristalización de un sueño. Suena romántico decir que se abren nuevos horizontes y estamos ante una nueva dimensión de lo humano. Cuando, como lo señaló Zea en su ensayo al recordar que apenas unos pocos años atrás antes del lanzamiento del Sputnik, los humanos se habían empeñado denodadamente en la investigación atómica con el único fin de aniquilar a sus enemigos en una guerra fratricida, por lo cual se lamenta: “Habían pasado miles y miles de años desde aquella era en que el hombre, casi desnudo, usaba cachiporra o hachas de piedra para defenderse y agredir dentro de una primitiva moral de defensa y ataque. Sin embargo, pese a esos miles de años transcurridos, pese a los múltiples cambios técnicos que se habían presentado entre esa época y la nuestra, la moral del hombre no había cambiado gran cosa”.
Esta irrefrenable pasión de los humanos por romper con los límites, puede que abra un nuevo sendero para sumergirnos en la infinitud del espacio y construir una ruta de escape para cuando la voraz humanidad agote los recursos de nuestro planeta y pueda significar una vía de nuestra salvación. Pero, también puede dar lugar al empoderamiento de unos pocos, o de un solo país, abriendo en el futuro una brecha todavía mayor entre países fuertes y débiles, entre ricos y pobres, propiciando que este camino de salvación sea para unos pocos; pero trazado con el dinero y el esfuerzo de todos.
Sin embargo, aún cabe guardar ciertas esperanzas en que la humanidad aprenda, y sea más crítica sobre la forma en que se gastan los fondos públicos en la investigación; en que también pueda cavilar y tomar decisiones prudentes en nuestras formas de vida que demandan dosis cada vez más grandes de energía para alimentarnos, para nuestros desplazamientos, consumo de energía que representa una seria amenaza.
La apuesta, siguiendo a Zea, será en que de manera paralela a lo que consideramos un sorprendente progreso científico y tecnológico, también seamos capaces de experimentar un progreso moral. La educación y el desarrollo de una conciencia crítica genuina, parecen hasta ahora, las apuestas más prometedoras. Al paso del tiempo lo sabremos, aunque nosotros ya no estemos aquí para atestiguarlo. Pero es importante mantener viva la esperanza, en que las nuevas dimensiones morales del humano sean descubiertas en su interior y deje de adentrarse en el espacio infinito para llegar a descubrir su ruindad inmutable y funesta.