Sinrazón apasionada o razón sin pasión:
¿Cómo afrontar las elecciones por venir?
Por Heriberto Ramírez
El modelo democrático, después de la invención griega, siempre ha estado a prueba, en varios momentos de su historia se ha visto sometido al escrutinio político e intelectual ciudadano. Sobre todo, cuando en nombre de la democracia se han desbordado los ánimos, inaugurando momentos de incertidumbre y caos.
Estamos en las inmediaciones de un proceso nacional para renovar autoridades, como parte de un largo y sinuoso proceso democrático, que a pesar de las dificultades se ha mantenido de pie, hasta ahora. Son los momentos en que uno recuerda que de política y religión no debe discutirse porque los ánimos se exacerban. Quizá sea así, pero eso no significa que deban excluirse de toda discusión, pues la política, en su mejor sentido, supone prácticas deliberativas; y la religión, por muy comprometida y profunda que sea nuestra fe, es posible establecer criterios más o menos razonables del por qué aceptar una religión en lugar de otra.
Antes, conviene traer a cuento el énfasis que los analistas y estrategas políticos le dan al rol que juegan las emociones en los procesos de elección. El tipo de elector que tienen en mente es alguien que se deja llevar por la emotividad, como alguien que se deja llevar por las historias, llamadas humanas detrás de los políticos aspirantes a dirigir las instituciones políticas, relatos vinculados a historias de superación, dolor o resiliencia. Se explota esa narrativa para conseguir con mayor facilidad el favor de esos electores sensibles.
¿Cuáles pueden ser las consecuencias de lo anterior? Pues, pienso, que se deja de lado, se ignora o deja de promoverse un ciudadano capaz de analizar las mejores propuestas, en principio de las personas postulantes, su historial ético, con la solvencia moral para garantizar su honestidad y el amor a la verdad, sus capacidades para representar al electorado, así como el entorno ideológico que le da soporte a su partido, cuando sea el caso. Por supuesto que este ciudadano existe, quizá sea minoría, pero sostengo que en un proceso democrático este sería el ciudadano deseable para tomar decisiones en asuntos tan importantes para la vida pública.
Esto a su vez nos lleva a decir que en política no debemos renunciar a nuestra capacidad para discutir, analizar y establecer acuerdos. Pero, ¿cuál puede ser un criterio para normar una discusión civilizada? Me parece, que la noción de bien común puede ser una buena coordenada para orientar nuestros acuerdos y entendibles diferencias. Claro, no faltará quién se pregunte qué entendemos por esta idea de bienestar colectivo. Si nos mantenemos dentro del sentido básico, tal vez resulte ilustrativo referirnos a la justicia distributiva y al respeto al derecho de los demás, noción, aunque no suficiente, pero sí clara, me parece, para señalar la dirección de lo que se quiere establecer.
¿Quién o quiénes pueden asegurar las expectativas de bienestar colectivo, las esperanzas de alcanzar la felicidad, de mantener los estándares básicos de bienestar y salud, dentro de un marco de honestidad y prudencia? Son del tipo de preguntas elementales, en mi opinión, que debe hacerse toda persona antes de emitir su voto. Razonar su voto y en función de ello apostar por una elección desprovista de una pasión ciega, al estilo de quien aplaude a su equipo deportivo con un fervor a toda prueba.
Los ejemplos de la imperfección democrática son abundantes, si bien todos coincidimos en que hasta ahora es el mejor recurso o tecnología social de que disponemos para darle cabida a los anhelos de la mayoría. Los errores, lo sabemos, son producto de la intervención humana, sesgada o no; como lo podrán de ser las posibles soluciones.
Es importante recuperar la idea olvidada del bien común. Me adhiero así a la idea de Richard J. Bernsetin: “Democracia es un conjunto de prácticas sobre cómo tratas a los demás. Si no tienes respeto por el otro, si no hay la voluntad de dialogar con el otro…, sin ese ethos, la democracia se puede transformar en algo inútil”. Son del tipo de apuestas razonables a considerar antes del sufragio apasionado o ciego.