VIAJE EN CARRETERA

 

Retirarse a tiempo

Por Violeta Rivera Ayala

 

Hola, buen día, bienvenidos. ¿Les gusta patinar? A mí me cuentan que tuve mis primeros patines a los tres años, que los usaba como carritos. Después, de preadolescente comenzó la novedad de los patines en línea, -y no me refiero a digitales, como sus clases y juntas de zoom, eh-, sino al cambio de los dos pares de llantas en el estilo del patinaje artístico a los de llantas en hilera, conocidos como roller.

Ahora que lo cuento parece que hubiera sido hace una eternidad, el caso es que antes no existían, los comenzaron a comercializar en Estados Unidos en 1987 por Rollerblade, para un segmento muy exclusivo, así que aun a principios de los 90´s era casi imposible encontrar unos en México.

Por fortuna con mi familia viajábamos regularmente a El Paso, Texas, no obstante, seguía siendo muy difícil conseguirlos y menos pensar en diseños coloridos; creo que por mucho tiempo fueron neutros. Logramos dar con unos en el “mercado de las pulgas” talla 8 y a mi prima también le compraron unos que eran como de 11 cm. Parecíamos Tribilín, tanto por la dimensión como por las risas de felicidad, sintiendo el viento a la vez que tratábamos de equilibrarnos.

“Se compran grandes para que puedan avanzar más, dando zancadas amplias”, era la justificación para convencernos, mientras yo veía a mi prima en una “L” avanzando en sus chalupas sobre ruedas. Fuimos tan felices, por las calles sintiéndonos libres y por ningún momento que yo recuerde, nos pasó por la mente la palabra peligro. Por lo general paseábamos del Centro a la Ciudad Deportiva de Chihuahua, ahí dábamos vueltas por el acceso al estacionamiento y el Campus Universitario, sobre todo por una entrada en la que los automóviles tomaban una pendiente (ahora con bollas y paso peatonal), sujetándonos de las defensas traseras de las “trocas”, para luego regresar de bajada por la Calle 27, con un total de unos 12 a 15 kilómetros.

Uno de nuestros amigos rollers cometía la audacia de sujetarse de los camiones por la Avenida Independencia, que ahora cruza por un túnel. Ya para esas fechas nuestros patines eran a la medida y de mejor calidad. Al entrar a la prepa y universidad, el grupo se disolvió, pero de vez en vez me iba sola a hacer esos recorridos o me los llevaba a la escuela.

Recuerdo que una vez, entre los pasillos de los jardines de la UACH, patinando con un pretendiente, y en posición de “en sus marcas listos fuera”, lo reté: “¡A que no me pasas!…” Él aceleró y al rebasarme agregué en broma “¡A tu hermano!”. Frenó de golpe enojado y cayó al suelo… “Ay qué buenos tiempos”, dicen los viejitos.

Una tarde de verano, en el 2011, veinte años después de mis primeros patines en línea, llegué al área de la ciclopista de la Deportiva y en eso que los veo, una luz y fuego en medio del oasis: ¡Jugadores de hockey! Al centro hay unas canchas de cemento pulido donde a veces entrenábamos futbol, ahora ocupadas por ellos; en realidad siempre fueron de hockey sólo que nunca los había visto.

Impresionada, boquiabierta, me acerqué rodando con el puro vuelito. Luego de leer lo siguiente, cierren los ojos e imaginen que lo escuchan, porque es imposible describirlo sólo con palabras: el sonido del puck yendo de un lado a otro de las cuchillas o paletas de los sticks, gritos, jadeos, golpes, movimiento, frenos… ¡Un poema! Y qué decir de la percha de los jugadores, todos varones y el olor, “olor a hockey”. No sé, entre sudor y humedad.

Me acerqué con actitud casual y pregunté: ¿Es muy difícil practicar eso? Uno de ellos respondió que no, que él era jugador desde los 4 años de edad. Otro contestó: Si quieres te entreno. No se diga más. Acordamos costo y horarios; yo sólo disponía de mis patines estilo libre, sin embargo, se ofreció a prestarme equipo.

Durante una semana comencé a ir todas las tardes; el diagnóstico fue: “Patinas muy bien pero a la vez muy mal… En modo callejero… Dominas excelente los patines con posturas incorrectas”. En efecto, la velocidad para adelante sin problema, sin flexionar suficiente las rodillas, freno de patín, ni hablar de la reversa y a eso sumarle unos kilos de outfit encima que nunca había usado y controlar un puck con el bastón. Aquello que yo vi increíble, en mí era ni más ni menos que una señora barriendo a velocidad.

Al principio pensé: si patino y juego futbol rápido ¿qué tanto puede variar la unión de eso para aprender hockey? Un mundo. Traía además muchos vicios del fut: saber dar golpes bajos que no se notaran y fanfarronear, que lejos de sumar, restan o no aplican para este deporte. El coach era un motivador: sueña con hockey, ve partidos, además de imponerme un entrenamiento exigente al que no estaba acostumbrada.

Al cabo de una o dos semanas, recuerdo que fue muy rápido, me preguntó: ¿Puedes venir también el domingo por la mañana? Accedí y para mi sorpresa me topé con alrededor de 25 hombres. Resulta que se juntaban todos a las retas. Por supuesto me intimidaron un poco. Se portaron muy amables y respetuosos, sin incomodarse al vestirse o desvertirse, decir groserías, apodos o hablar de mujeres; no batallé en camuflajearme siendo uno más. Al inicio supuse que iba de público o porra, y nada, me metieron a jugar. Fue increíble. Así seguí por unos meses, entrenaba e iba a los juegos de los domingos, incluso mi entrenador y yo comenzamos a comprar accesorios usados y nuevos, traídos de Estados Unidos, para revenderlos y hacer negocio.

Al cabo de unos meses me mudé a Guadalajara y aquí me uní a un grupo femenil. Participé en dos nacionales, en uno de ellos con una novatada que da para otro “viaje en carretera”. A diferencia de jugar con varones, a las chicas les doblaba la edad, no había tantos golpes y eran más frágiles así que debía tener cuidado de no “pasarme de lanza”. Sin duda fue una época muy demandante.

A una olimpiada nos acompañó en el equipo una jugadora seleccionada por la Federación Internacional de Hockey sobre Hielo en Canadá; todas las niñas la reverenciaban tal cual se tratase de la mismísima Cleopatra. Era la mejor en su área, aunque no precisamente superior como ser humano. Durante un partido, ella robó el puck y avanzó por la izquierda hasta la otra portería y yo, me abrí por el lado derecho tratando de ir en paralelo a su misma velocidad, esquivando a mi modo jugadoras. A punto de lanzar el gol, la jugadora cambió de estrategia con una finta y me dio un pase; en mi calidad de “cachagoles” ¡lo logré con un tiro de primera intención! Gooooooooooool.

Ese pasaje fue maravillosamente eterno. A partir de entonces decidí aplicar la de “retirarme como campeona”, pues para mí, luego de ese golazo, eso fui. Amé y amo el hockey, pero patinar entre banquetas, va más conmigo.

https:–viocolor.mx.

Mostrar más
Botón volver arriba