LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

 

La ingenuidad e ignorancia de Francisco I. Madero, que hizo derramar tanta sangre a México

Por Mario Alfredo González Rojas

 

Con la frialdad que brinda el paso del tiempo, se ha analizado el curso que llegó a tomar la Revolución de 1910, luego del triunfo de Francisco I, Madero sobre las fuerzas de Porfirio Díaz. Siendo muy difícil dar por concluido un movimiento armado, apenas derrocado un gobierno, lo es más cuando no se actúa con firmeza y sentido común. Quien se mete a dirigir una lucha debe contar con elementos básicos de historia, para no dar «golpes de ciego».

El señor Madero no dio muestras de entender la historia, al firmar los Tratados de Ciudad Juárez, el 21 de mayo de 1911. Desde las primeras clases de historia en la primaria, se nos dijo, que hay que conocer la historia, para no repetir los errores del pasado. Por la razón que fuese, no se hizo una limpia general de las personas relacionadas con el anterior régimen, error que fraguó el principio del fin para el nuevo gobierno.

La Revolución francesa no se concluyó con la muerte de Luis XVI en 1793, hubo de prolongarse con la contrarrevolución; luego vino en 1799, el golpe dado por Napoleón, el que había sido un ferviente revolucionario, para luego ser coronado por el mismo Papa como emperador. Ejemplos abundan sobre revoluciones y contrarrevoluciones.

En el caso de México, el 10 de mayo de 1911, las fuerzas maderistas encabezadas por Pascual Orozco y Francisco Villa, luego, luego cargaron con un error cometido por su líder, apenas logrado el triunfo en Ciudad Juárez. ¿Cuál fue este? Pues el señor Madero ayudó a cruzar el puente internacional Juárez-El Paso al General Juan N. Navarro, jefe de los porfiristas, para evitarle cualquier daño. Cuidado con hacer concesiones generosas en tiempos violentos, lo dijo Maquiavelo en El Príncipe. La política es cosa de humanos, un ser humano nunca cambia de la noche a la mañana. Y después de la protección a Navarro, vinieron los favores que costaron la vida al vencedor de Díaz.

Los revolucionarios, superiores en número, entraron por el sur y oeste de la población, para comenzar el ataque. Al final se hizo un tremendo saqueo de parte de los victoriosos, los que se prolongaron del 16 al 29 de mayo. El 11 de mayo, se firmaron los Tratados de Ciudad Juárez, en el edificio de la Aduana, ubicado en la avenida 16 de Septiembre, casi esquina con avenida Juárez.

Historiadores como Martín Luis Guzmán, rescataron las palabras de Venustiano Carranza, quien dijo; «revolución que transa es revolución perdida». Esta manifestación fue porque Francisco I Madero, no impuso radicalmente su posición de ganador.

Carranza fue nombrado jefe del Departamento de Guerra, pero no estaba conforme con las concesiones hechas a los porfiristas, como la de haber sido nombrado en los mencionados Tratados, presidente interino, el secretario de Relaciones Exteriores, Francisco León de la Barra. hasta que se llevaran a cabo elecciones.

Carlos Magaña, un maderista, le envió una carta al señor Madero, con fecha de noviembre 8 de 1911, en que le expresó, que debe rodearse de todos aquellos generales y oficiales de la Revolución que le ayudaron y que debe tener muy cerca, un cuerpo de policía secreta que se encargue de cuidarlo. Le alerta también del peligro de una contrarrevolución. Le dice, «debe reforzar su ejército con puro elemento revolucionario, gente leal, para someter cualquier intento de una contrarrevolución».

Por su parte, los hermanos Flores Magón, líderes del Partido Liberal Mexicano, estaban francamente descontentos con el camino que habían tomado los acontecimientos. Recuérdese, cómo en los albores de la Revolución, mostraron simpatía por el movimiento, pero no dejaron de hacer sentir su desconfianza por la figura de Madero, precisamente por sus orígenes empresariales.

Ya en los primeros meses del gobierno maderista, manifestaron su inconformidad al no cumplirse los ofrecimientos hechos a los trabajadores del campo. Y estaban a favor de que creciera la conmoción, el descontento ocasionado por el incumplimiento de los propósitos esenciales de la Revolución, para que llegara el momento de estallar una protesta generalizada, ante el gobierno reaccionario que prevalecía.

Consideraban los Flores Magón, que pronto la Revolución social acumularía suficientes fuerzas para triunfar, conscientes de que el poder lo compartía Madero con Vazquistas, Reyistas y Científicos. En esa circunstancia, muchos maderistas se habían convertido en liberales, lo que alentaba las posibilidades inminentes de un cambio social.

En tal concepto, sofocado por Victoriano Huerta en el norte, el levantamiento de Pascual Orozco, debido a las promesas olvidadas del presidente, se convirtió el antiguo porfirista, como jefe de las tropas federales, en el hombre de confianza de Madero. En pocas palabras, el «apóstol de la democracia» se había «echado un alacrán al cuello».

Se cumplirían los augurios de Carranza, de que revolución que transa es revolución perdida. En esencia, la Revolución había sido un completo fracaso, al quedar reducida únicamente a la derrota de Porfirio Díaz, dejando al país hecho un polvorín a la muerte de Madero y Pino Suárez, orquestada por el propio Victoriano Huerta.

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