LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

 

Una medida pequeña pero estimulante, en el Chihuahua de antaño

Mario Alfredo González Rojas

 

En estos tiempos de amarga pandemia, cuando ya han muerto personas que yo conocí y traté, y en otros casos, que fueron conocidos de mi familia, ya vivo como decían los antiguos, con «el Jesús en la boca». En esta circunstancia, cada día nos aguarda una sorpresa nada agradable.

Octavio Paz dijo, que llegaron los tiempos en que se fue poblando de muertos su recuerdo. Por mi parte, ya muy frecuentemente pongo una pequeña cruz a la izquierda de los nombres de mi directorio pasado de moda, o sea, el escrito en hoja bond, mientras se me olvida borrar el nombre en mi celular. Con esta Covid -19 ha aumentado el número de difuntos, desde luego y a pasos muy apresurados.

Dos consecuencias de la pandemia, son la muerte y la caída estrepitosa de la economía, van de la mano. Si México iba corto en empleos al inicio de 2020, con un déficit, decían, que de cuando menos un millón, muy bajita la mano, ahora cuántos serán los faltantes, de acuerdo a números reales, no de «los otros datos», como suele enunciar el presidente. Vamos los chihuahuenses de semáforo en semáforo, como pelotitas en manos del destino, y ante este pandemonio de pandemonios, no hay alguien que atine con una lámpara salvadora, como la de los genios que alumbraban los sueños de nuestra niñez. Más bien, no se trata de mala puntería sino de ausencia de imaginación, de destellos de inspiración para enderezar los caminos.

En México, cada vez aumenta el número de pobres. Cayó la economía el 10%, la inseguridad se desbordó a lo máximo en los últimos dos años, ya van cien mil muertos de Coronavirus, etc. No hay hacia dónde ver.

Y en esto de enderezar los caminos, en el Chihuahua del último cuarto del siglo XIX, alguien tuvo la feliz idea de crear una lotería aquí en la ciudad, lo que fue de gran impacto social, como lo comenta el historiador Alfonso Escárcega, en su libro «Gajos de Historia Chihuahuense». Eran días de desasosiego social, de recrudecimiento de la batalla contra los apaches, y lógicamente de subrayados problemas económicos. En este concepto, para muchos observadores, esta lotería vino a ser un bálsamo en épocas tan críticas. En toda noche oscura, un rayo de luz siempre es alentador.

La lotería de Chihuahua, se estableció a favor de la Casa de la Beneficencia de esta ciudad, lo que no dejaba de ser motivo de atracción para los gambusinos de la fortuna, fueran ricos o pobres. El Periódico Oficial del 20 de octubre de 1875, publicó el decreto emitido por el gobernador Antonio Ochoa, ante el regocijo de la población, la que se frotó las manos, al vislumbrar una ventana en la desesperación cotidiana por los nubarrones que no abandonaban la existencia provinciana.

Estaba en lo más álgido la lucha cerrada entre tribus, en su mayoría apaches contra las fuerzas del gobierno, y en esa situación privaban el temor, la inestabilidad y las carencias de todo tipo, con fundamento central en una economía muy débil. Se requerían medidas de fondo, pero en esa realidad todo signo alentador era bueno. Y claro, todo en su justa dimensión, no es válido descartar alguna medida estimulante. Por entonces, Pedro Cedillo, mejor conocido como el indio Victorio, un mestizo originario de la hacienda de Encinillas, en el estado de Chihuahua, daba la gran batalla contra las fuerzas del gobierno, encabezadas por Joaquín Terrazas.

De película es el origen de este gran guerrero, el que siendo un niño de seis años, fue raptado de la hacienda por un grupo de apaches, los que entre sus males causados en el lugar, además de matar a varias personas privaron de la vida también a la madre de Pedrito, María Cedillo. Total, que el niño creció entre guerreros y fue líder de varios grupos, hasta que murió el 15 de octubre de 1880 en la batalla de Tres Castillos, a manos de los soldados de Terrazas.

Tres Castillos, que está en el municipio de Coyame, fue el escenario de ese enfrentamiento que puso punto final a las pugnas entre apaches y el gobierno. Años difíciles habían vivido nuestros antepasados.

En ese ambiente hostil, el gobernador Ochoa aceptó la insistencia de algunos para crear la lotería, la que si no era la gran solución, sí constituía un caudal de oportunidades para muchos pobres de la época, de poder salvar apreturas económicas. El decreto en su artículo segundo, facultaba al gobierno, para que con la directiva de la citada casa de beneficencia se arreglaran las condiciones y garantías correspondientes. Doce días después, el 1 de noviembre, el mismo periódico dio a conocer el reglamento respectivo, el que contenía siete artículos. Se empezaría con un fondo de mil 500 pesos, una cantidad regular para la época, y con una emisión de tres mil billetes.

El costo sería de 50 centavos cada uno, divididos en cuartos de 12 y medio centavos. O sea, el «Gordo» costaba 50 centavos. Había un premio mayor de 400 pesos, y el menor era de dos pesos. Y en cada sorteo, el que tenía que ser público, la bolsa obligada a entregarse era de 752 pesos.

Se contaba con una buena organización, para hacer las cosas lo más legalmente posible, a los ojos de cualquier crítico u observador. Había quien vigilara que los premios se entregaran sin demora alguna, lejos de pretextos de ninguna especie. Cuenta el mismo Escárcega, que «esta función correspondía al doctor José de la Luz Corral, don Antonio Jáquez y don Manuel de Herrera». Desafortunadamente, sólo un año duró esta ruleta de la suerte, dejando algunos hogares felices y otros, con ilusiones atesoradas nada más, en una sociedad, que claro no tenía las complejidades y las exigencias de la actual.

Vale recordar, que poco más de cien años antes se había fundado en la Nueva España la Lotería Nacional. Gobernaba España Carlos III, y entre sus reformas efectuadas, iban las concernientes a poder hacer sorteos en sus tierras. Por medio de un mandato real emitido el 7 de agosto de 1770, se funda la Real Lotería General de la Nueva España, viniendo a ser la más antigua de Latinoamérica.

Estos sorteos adquirirían el nombre de Lotería Nacional en el gobierno de Benito Juárez. En 1915 se interrumpen los sorteos durante el gobierno de Venustiano Carranza, siendo hasta 1920, que con el presidente Adolfo de la Huerta, se reanudan.

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