LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

 

Rubén Darío y Fidel Castro: Por temor a Estados Unidos, visitas incómodas a México

Por Mario Alfredo González Rojas

 

Porfirio Díaz se obstinó en septiembre de 1910, en realizar los festejos del aniversario número 100 del inicio de la Guerra de Independencia, a pesar de las visibles muestras de descontento de diversos sectores de la población; eran días en que se alentaban formas claras de un levantamiento armado. El dictador quería echar la casa por la ventana, queriendo con estas celebraciones, demostrar que existía «orden y progreso» en el país, incluso hasta se presentaba una visible disminución del número de elementos del Ejército, como una muestra de confianza en el dominio político ejercido por el dictador.

Este noviembre, mes de la Revolución de 1910, recordamos que después de cinco sexenios de su administración, don Porfirio presumía la obra pública, con la intención de impresionar a parte de su generación, así como ha impresionado a una fracción de las siguientes, en una superficial apreciación de la realidad de su gestión ejercida por tantos años.

Los edificios, los monumentos, el ferrocarril, no podían satisfacer los anhelos de los mexicanos por una vida mejor. Más del 80% de la población era analfabeta, la actividad del campo estaba supeditada a las normas establecidas por los latifundistas, había explotación obrera, prevalecían pésimas condiciones en la atención a la salud.

Se cuenta, que a los indigentes que pululaban en la Ciudad de México, se les obsequiaron prendas de vestir a manera de uniforme, para que no dieran un mal aspecto a los visitantes, como lo refería Artemio de Valle Arispe en sus crónicas. Nada debería afear el aspecto de la capital.

Desde 1913, ingenieros, arquitectos, constructores, escultores se hicieron presentes para visualizar otra República. Y en 1907, se conformó la Comisión Nacional del Centenario. Desde luego que el ego del presidente quedaría de manifiesto, para empezar con la fecha central de los festejos, que fue la del 15 de septiembre, cuando cumpliera los 80 años.

Para coronar su poder, había hecho fraude en las elecciones de ese año, en contra de Francisco I. Madero, el que estaba entonces en San Antonio, Texas, a punto de iniciar la Revolución.

Habría desfiles, develación de estatuas (se inauguraron El ángel de la Independencia, el Hemiciclo a Juárez), grandes comelitones, bailes, toda una fiesta nacional, aunque no al estilo mexicano sino con el toque de la «elegante Europa».

Entre los visitantes distinguidos, provenientes del extranjero, vendría Rubén Darío (Nicaragua 1867 – 1916), el reconocido poeta y quien por estrategias de la política servil de Porfirio Díaz -lo que nunca ha de faltar- hacía el Imperio yanqui, al fin no pudo estar en los festejos, debido a las presiones de este para que no figurara entre los invitados, porque era un crítico acérrimo de la política de Estados Unidos.

Algo así como lo que pasó con Fidel Castro (Cuba 1926-20016), con motivo de la reunión en Monterrey, Nuevo León, durante el gobierno de Vicente Fox, de la que ha quedado la frase aleccionadora de «comes y te vas». ¿Se acuerda usted?

Rubén Darío, acusador asiduo de los abusos del imperialismo vecino, escribió en 1904, la «Oda a Roosevelt», que le vino a atraer todavía más animadversión de parte del Gobierno estadounidense; en esos versos criticaba su política intervencionista contra los países de América Latina, particularmente del Caribe. Ahí le llama, precisamente por su proceder, el «cazador». Leamos juntos parte de esta Oda:

«Los Estados Unidos son potentes y grandes. Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor que pasa por las vértebras enormes de los Andes. Si clamáis se oye como el rugir del león…Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo, el Riflero terrible y el fuerte «Cazador», para poder tenernos en vuestras férreas garras».

Eran los tiempos en que se leían poemas, al menos más que ahora, indudablemente, y se sentía la influencia de los versos, para bien o para mal. Una muestra ostensible de esa política de constantes abusos, muy censurada por cierto por el autor del libro Azul, fue cuando Teodore Roosevelt, en 1903 anunció la construcción del canal de Panamá, luego de haber sido pieza clave de la separación de este país, de Colombia, con lo que disminuirían las dificultades para lograr la realización de esta obra. Asumió el gobierno en 1901, y desde un principio estimó al canal como necesario, más que para la comunicación práctica y rápida, como indispensable para el destino de Estados Unidos como potencia mundial.

De ahí derivaban, de esas consideraciones el coraje, el odio que se experimentaba por el gobierno norteamericano hacia la figura del poeta Darío. Y si al principio, era Roosevelt quien lo detestaba, luego fue William Taft, el que asumió la presidencia en 1909.

En evocaciones más recientes de la fuerza del gran imperio, recordemos cómo en marzo de 2002, se efectuó la ya citada cumbre presidencial en México, convocada por la ONU, y el anfitrión fue Fox. En esta circunstancia, la presencia de Castro implicaría reforzar la seguridad a su persona, pero más que todo significaba problemas diplomáticos para el Gobierno mexicano.

Se dio entonces a conocer la grabación de la plática sostenida entre Fox y Castro, con motivo de la próxima estancia de este en Monterrey, en que todos escuchamos las peripecias que hizo el mandatario mexicano para decirle al revolucionario cubano, ¡toda una eminencia!, que la misma acarrearía cuestionamientos de parte del presidente George W. Bush.

En su gran inquietud como anfitrión de la cumbre, no atinaba Fox cómo resolver la situación, para no quedar mal ante Bush, y le llegó a decir al antillano, que «okey», estaba bien, que asistiera al acto de los discursos, pero que después de esto y la comida, se retirara. «Comes y te vas», le manifestó, como queriendo con esta descortesía, evitar el enojo gringo por la presencia de Fidel.

Algo similar aconteció en los festejos del Centenario; cuando venía en camino a nuestro país, Rubén Darío, le enteraron de que no sería conveniente su presencia en los festejos del cien aniversario, no obstante haber sido invitado.

Entonces se cuenta, que llegado a Veracruz, el genial poeta, padre del «modernismo», autor de una vasta y hermosa obra, ahí lo entretuvieron funcionarios de gobierno. Estuvo varios días en Veracruz y Jalapa en septiembre de 1910, para luego abandonar suelo mexicano, decepcionado de las autoridades mexicanas por la descortesía hecha, en aras de no incomodar a William Taft, el presidente de Estados Unidos.

La historia siempre será la misma, llámese Taft, llámese Bush… o Trump. ¿Okey?

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