LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

Estados Unidos tiene intereses, no amigos ¡Y la apuesta a un perdedor!

PorMario Alfredo González Rojas

Una frase coloquial, muy vieja es: «Estados Unidos no tiene amigos, tiene intereses». Así es que esos calificativos exagerados de Trump hacia el presidente de México, son como cuando los españoles cambiaban sus espejitos por el oro de los mexicas y cuanto indígena encontraban a su paso. Trump le dice a López, fantástico, maravilloso. Este odiado personaje, después de su supuesta enfermedad de Coronavirus, manifestó que se sentía genial, como un Superman, el pseudónimo del periodista Clark Kent.
Ese calificativo del «hombre de acero» y del «pájaro volador», como se le conocía al héroe gringo de las películas de los cincuenta en Estados Unidos, incluso fue coreado por los seguidores del estólido político norteamericano en uno de sus mítines, cuando se comparó con Superman. Le gritaban: «¡Superman, Superman, Superman…!» Usted vio esa escena en la televisión y en Internet. El «amigou» que popularizó Bush, junior, al dirigirse a Vicente Fox, simplemente es eso: un simple sustantivo que esconde una burla hacia los mandatarios mexicanos, a los que se ve del «otro lado», como de «segunda».
No vamos a hacer un recorrido por la relación Estados Unidos-México, sólo nos fijaremos en detalles que marcan cómo es el trato de forma y de fondo entre los presidentes de ambas naciones, y esto con motivo de las elecciones del primer martes de noviembre del 2020. Decía un comentarista esta semana, que en qué momento iría el presidente de México a felicitar por teléfono a Joe Biden, quien es el virtual ganador de los comicios, cuando se le declarara vencedor. Este es un tema complicado para López, el que se sumó a la campaña de Trump en el momento en que fue a visitarlo -obediente- a Washington.
Y también uno se pregunta, ¿a quién irá a mandar a la toma de posesión? Las relaciones diplomáticas son cosa muy complicada, y más que todo, más que por mala o buena educación, lo son porque a ciertos niveles traen consecuencias. Y tratándose de gente de poder, hay que andarse con «pies de plomo». Recuerdo que comentaba Betty Ford, la esposa de Gerald Ford, presidente que sustituyó a Richard Nixon, por eso del Watergate, que usted ha de recordar. En su libro autobiográfico relataba sabrosamente, así como de sobremesa, que en una ocasión el presidente Luis Echeverría fue a su país y claro, lo invitó el matrimonio a cenar en la Casa Blanca. Hasta ahí transcurría bien la visita de un jefe de Estado a otro similar, pero a la hora de los brindis, pues nuestro presidente, todo un populista de abolengo, se soltó el chongo, y empezó a hablar de los países desventajosamente tratados del «tercer mundo», que era su tema, su obsesión, al menos de dientes para afuera.
La etiqueta, la urbanidad, los modales de la alta esfera política no se perdieron por parte del anfitrión, a pesar de que Echeverría se explayó sobre el trato injusto y etcétera. Sólo que después, acotaba la primera dama (así reconocida en EE.UU), «mi esposo puso algunas restricciones a los mexicanos en la Aduana, más otras acciones por el estilo». Y es que el poder es el poder, y se ejerce en las acciones.
Yéndonos muy para atrás en el tiempo, recordemos ese capítulo referente al asesinato de Francisco I. Madero en 1913. Al triunfo de las fuerzas maderistas sobre Porfirio Díaz, el que había echado sobre sí la animadversión de los gringos por el apoyo a otros países con afanes inversionistas como Alemania, los mejores elogios fueron para el nuevo presidente. Sin embargo, Madero no garantizaba las buenas inversiones de Estados Unidos en nuestro país, debido a la ola de inconformidades que se suscitaron con motivo de los alzamientos de Zapata y Orozco, al no dar cumplimiento a sus promesas revolucionarias el nuevo jefe del poder en México. El país era un remolino y en tal concepto, el embajador gringo Henry Lane Wilson, el que no obraba «por sus pistolas», reunió a varios embajadores, manejables desde luego y empezó a urdir la caída de Madero.
William Taft era el presidente «amigou» de Madero, pero se olvidó de esa amistad porque sus intereses, los de Estados Unidos estaban de por medio, en un país sin control, razón por la que Lane Wilson, en una acción muy práctica de política descarnada, optó por la mejor solución. Habría que matar al presidente, encargando el proceso a un chacal llamado Victoriano Huerta, aquél célebre personaje al que compusieron la canción La cucaracha.
Escribo estas líneas a unas horas de que se confirmó la victoria de Joe Biden. Se ha calificado a este político como un hombre mesurado, «estructurado», con el que se podrían tener mejores premisas de entendimiento por parte de México. Vamos a decir que sí, al menos promete un trato de civilidad por su aspecto y sus antecedentes; de entrada no se advierte el mal talante que conlleva a expresiones ofensivas, como las que profería desde su candidatura anterior Trump y que mostró muy seguido en su calificativo a los mexicanos, junto con las presiones conocidas y repudiadas, ya sentado en su silla y no obstante sus calificativos de maravilloso al señor López.
Incluso al siguiente día de la visita de López, se soltó hablando del muro y de la protección a su frontera. Y López decía como suele reaccionar, con su postura de no contestar porque «tenemos buenas relaciones con el presidente Trump, con Estados Unidos». Lo que usted ya sabe.
Pero no se nos olvide, que los intereses son unos y los amigos son otros, al menos para ciertas personas y en ciertos quehaceres.

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