LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

 

Sócrates: Cuando la muerte es oportuna

Mario Alfredo González Rojas

 

Recuerdo, que cuando murió mi padre en Ciudad Juárez, en 2004, una de mis hermanas que estaba en la banca de atrás del templo donde se ofició una misa alusiva a la partida del señor González, se me acercó y me dijo a la nuca: «oye Mario, ¿dónde andará mi papá? «No sé», apenas pude deletrear.

La memoria me trajo (en cosas de muerte, surge la poesía en forma vertiginosa) unos versos de Bécquer sobre los suspiros, y como la vida es breve, igual que estos, revolotearon las palabras: «los suspiros son aire y van al aire» (la rima completa dice, vale la pena leerla, es reflexiva: «Las lágrimas son agua y van al mar, dime mujer, cuando el amor se acaba, ¿sabes tú a dónde va?) Ya que hablamos de muerte, creo que vale no descartar, cuál puede ser el curso de estas expresiones de vida.

La trascendente pandemia del coronavirus que ya lleva un millón de muertes en el mundo, impedirá que millones de mexicanos celebren como lo hacen cada año a sus muertos y ni modo, primero es la salud física que los festejos que nos traen una gran nostalgia. El uno y dos de noviembre, mucha gente se acercará a sus difuntos de otra manera, a como lo ha hecho tradicionalmente.

Desde el confinamiento se revivirán interiormente los momentos pasados -aunque muy seguido sucede- con seres ausentes. No se nos olvide que hay una constante convivencia, fincada en el recuerdo entre los vivos y los muertos, así como acontece en la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo, en que se platican sus cosas unos y otros. Nosotros en esas circunstancias entramos en un dialogar y un «me acuerdo», sin fin. Y en este diálogo, que es un monólogo en la realidad, prevalece sin embargo, el deseo de que descansen en paz los muertos. Y ¿por qué se piensa así? Pues porque ya tuvieron en la tierra que cumplir con una fatigosa y a veces larga faena, que lo más conveniente es no alterar su ausencia, y por eso se ha dicho, «que los vivos entierren a sus muertos» y se acabó. Lo que les continúe nunca se ha sabido.

La vida con sus momentos alegres, que no tal vez felices muchas veces, está surcada por el dolor en forma constante, como una sombra que nunca nos abandonará hasta el final de nuestros días. Por eso hay que reflexionar con los festejos por la muerte, que la vida pasa rápido como las «sombras, como el humo» y hay que aprovecharla, para no decir como solían aconsejar los abuelos, que «ya ni llorar es bueno». y cuando nos llegue el momento final, no creer que es inoportuno partir para siempre.

Aunque todo depende de los pendientes que vayamos a dejar. Todo es tan relativo. Por ejemplo, una sabia lección en circunstancias muy especiales, viene a ser, aquello que se le atribuye a Sócrates (Atenas 470-399 a. de esta era), en días previos a su muerte. Refiere Platón en «Los Diálogos», que atribulados sus discípulos por la condena injusta de que fue objeto por la autoridad, le preguntaron al filósofo, reconocido como el Padre de la Ética, que si no le tenía miedo a la muerte. Como se sabe, al acusarlo de corromper a la juventud y de negar a los dioses, todo lo que era completamente falso, le dieron a elegir entre el destierro o beber la cicuta; y el maestro optó por tomar el fatal veneno, lo que conmovió a sus discípulos y amigos. Estos se conmovían hasta lo más profundo ante los infundios de la autoridad, ya que lejos de toda mala acción, el sentenciado educaba a los jóvenes en el bien discurrir, así como en las altas virtudes de amor a la sabiduría, y además, cómo se le podía inculpar de no creer en los dioses, si hasta llegó a reflexionar sobre lo que decía el oráculo de Delfos, que estaba consagrado al dios Apolo.

En virtud de esta circunstancia, le preguntaron si le daba temor la muerte, a lo que contestó el autor de la máxima, «el hombre es malo por ignorancia», que de ninguna manera sentía miedo. Argumentó, que morir le permitiría ir a otro mundo mejor, y que si no existía otra vida, también era preferible, porque así dejaría de sufrir como acontecía al presente.

Sócrates ya nos había dejado una extensa obra, madura, quién sabe si todavía faltaba algún agregado, uno nunca sabe de las infinitas posibilidades del intelecto. Hay que identificar también a los que se fueron antes de tiempo, pero que ya nos habían dejado una obra que anticipaba momentos más cumbres, como fue el caso del poeta tabasqueño José Carlos Becerra (1936-1970), quien murió en un accidente de carretera en Brindisi, Italia. Becerra soltaba metáforas por cualquier cosa, como si hubiera aprendido desde niño un lenguaje figurado pero exacto de la realidad. Lo consideran los críticos, como el hacedor de un verso enlazado con la era moderna y posmoderna. Buscaba formas ajenas a la poesía comprometida y también abstracta, como lo demostró en «El otoño recorre las islas!, y «Fiestas de invierno», y más libros.

A pesar de su amplia obra, se le seguía viendo como una de las grandes promesas de su tiempo en las letras mexicanas. Algo así, como una fuente de agua que no se acaba. Para el juicio de muchos, quién sabe si para él mismo, su muerte fue inoportuna; no era la hora todavía.

Este 2020 es un año especial, por la pandemia que nos ha azotado sin misericordia. Y nos dejará un luto sincero por tantos fallecidos, al margen de los hipócritas ayes de dolor y de decretos espectaculares que lancen los políticos en su honor.

El mejor homenaje que podemos hacer a su memoria, es desear que descansen en paz.

Mostrar más
Botón volver arriba