LA TINTA ERRANTE

 

Ocupado

Por Germán Campos

 

Tengo tres cuentos a medio terminar, dos traducciones que entregaré, con suerte, este fin de semana y bastante trabajo administrativo que demanda mi empleo formal. A todo esto le sumo escribir dos columnas, esta es un de ellas, y seguir revisando un capítulo más de un libro que he querido escribir por más de cinco años y no más no se deja. O, mejor dicho, no me dejo.

A esto, fácilmente le puedo agregar el estrés y el consumo mental y físico que logra la preocupación constante por el bienestar y la salud de los miembros de mi familia que viven conmigo. Mi estabilidad emocional alcanza un equilibro al saber que ellos no adolecen de sus necesidades básicas pues nuestros ingresos colectivos cubren tales gastos, aun de manera modesta. Además, la sensación de sentirse acorralado, respecto al espacio que se nos permite habitar en estas circunstancias y el tiempo tan reducido para hacer todo lo que se debe hacer, se presenta como algo frustrante y desalentador.

Hasta hace no mucho tiempo, tenía la libertad de dividir mi tiempo entre la familia, la lectura, mi música (toco la guitarra como forma de catarsis y, ocasionalmente, salen dos o tres cosas buenas que grabo en mi celular, siempre con la idea de terminarlas “después”), la escritura y mis amigos. Algunas de esas rebanadas del pastel que le llamo “tiempo” se han visto alteradas de forma drástica y, hasta cierto punto, irreversible. Me engaño a mí mismo al pensar que lo tengo todo bajo control y que esto, sea lo que sea, es pasajero y que cualquier cambio que suceda en mi ecosistema no me quita mi derecho de estar tras el volante de mi vida.

Aun con todas estas características desproporcionadas que forman mi día a día y los intentos cotidianos de supervivencia, todo lo anterior no es lo que me ocupa la mayor parte del tiempo. De alguna u otra forma, mi concentración exige fragmentar mis esfuerzos para mantener, al menos, cierto nivel de coherencia y control en mis decisiones, aunque no en todos los aspectos que las conforman. He renunciado a actividades que conformaban mi calendario habitual, incluso tareas que buscaba no afectar por ningún motivo. Disfruto en demasía poder hablarle de tú al lenguaje pero, últimamente, las palabras no se han coordinado de manera fructífera como yo lo esperaba. Me ha sido difícil continuar con textos pendientes y redacciones que antes fluían sin problema para mi sorpresa. Algo en definitiva ha cambiado y aun me encuentro descifrando exactamente qué.

Me puedo aventurar a idear una teoría. La excesiva cantidad de tiempo que paso frente a un celular me causa conflicto incluso conmigo mismo. Me molesto al notar que el tiempo pasa de forma desmedida cuando considero que solo me tomaré unos cuantos inofensivos minutos de descanso. Para mí, un considerable porcentaje de esa cantidad la considero tiempo muerto; nada beneficioso y por demás dañino. Considero que no existe mejor aliado para una mente distraída que el inmediato acceso a un celular. Cada vez que desplazo la pantalla siento como se truncan mis tareas y disminuyen mis ganas de (volver a) comenzar a trabajar.

Soy un fuerte creyente de que todas las tareas que se te encomienden deben ser construidas con cierta perfección. Cuando no logro este resultado en mi cotidianeidad la verdad es que batallo para encontrar alguna sensación de modulación que me permita esforzarme y al fin tomar ese paso inicial que, en la cultura universal, siempre parece ser el más difícil.

Lo cierto es que me siento más preocupado que ocupado y, aunque conozco bien las causas de mis desazones, no consigo coordinar mis acciones para volver en cierto grado a un campo de batalla donde sienta que tengo una oportunidad de ganar.

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