LA TINTA ERRANTE

 

Adaptarse a (sobre)vivir

Por Germán Campos

 

El día que escribo estas líneas México se encuentra en una de sus peores crisis de las que tengo memoria. El total de los afectados directa e indirectamente por esta pandemia se altera más rápido de lo que se puede contabilizar. No pasan muchos minutos sin que se publique alguna noticia de otro infectado o fallecido por complicaciones derivadas de esta llamada enfermedad moderna. Por supuesto que hubo otras igual o más alarmantes, de las que me enteré en su momento por medio de mis abuelos, mis padres y mi gusto por la lectura. Sin embargo, la información referente a esta contingencia actual te llega aunque tú no la busques.

Pero no es la pandemia en sí lo que llenará este espacio. Como lo he mencionado, hay distintas formas en las que a la mayoría de la población esta crisis nos ha llegado a tocar. Quizá fueron algunos factores los que estén mostrando sus resultados en combinación: malas decisiones en su momento o buenas decisiones demasiado tarde. Pienso describir una de esas formas a tono personal.

Como una gran parte de los mexicanos, yo trabajo desde casa (home office). Poco a poco, las circunstancias me han orillado a adaptarme, a veces de forma abrupta, a utilizar nuevas herramientas para cumplir con mis responsabilidades en el trabajo y en el hogar. Me he suscrito a varios cursos que enseñan cómo utilizar una variedad de recursos aplicables a cualquier necesidad laboral. A su vez, he pedido la ayuda de amigos y compañeros de trabajo para entender en una mejor forma esta transición de lo presencial a lo virtual. Puedo decir que, aunque me falte mucho para dominar mis tareas diarias, he limado algunas asperezas con la tecnología hasta cierto punto. De nuevo, las circunstancias me han favorecido porque cuento con los requisitos básicos para el desempeño de mi labor: una computadora y acceso a Internet. Desafortunadamente, estas circunstancias no se presentan de forma general.

Pero, ¿por qué ha de importar? Preguntas como esta hay todos los días. Existe además un cansancio emocional que rodea este ambiente de incertidumbre. Hay también este lado en donde estamos los que seguimos trabajando a distancia y que no somos ajenos a la realidad del otro lado de la puerta. Nuestra conciencia comparte un espacio con lo que sucede ya no tan lejos de nosotros. Una computadora y conexión a Internet, al contrario de lo que parece, no son la solución a todo el problema. En gran parte, agregan estrés e incomodidad a la ecuación. Estar informado ya no es decisión propia; en cuanto enciendes tu dispositivo electrónico, las noticias te alcanzan de alguna u otra forma.

Toda esta mañana me he sentido agobiado por la inconmensurable cantidad de información que no deseo conocer pero que pelea de pie para ser reconocida. Tener acceso a las noticias también debería ser considerado contagioso y peligroso. Más aun cuando conocemos los riesgosos resultados de creer saberlo todo sobre este o aquel tema. El mundo de afuera no es el único que arde ahora en llamas. Hay uno interno con el que, los que ocasionalmente salimos de nuestros espacios, lidiamos a diario, a menudo sin decirle a nadie. Seguimos nuestra intuición y memoria en forma de secreteo para no olvidar cómo era el mundo antes de que el miedo nos alejara de él. Aun así, creo que es importante no perder esa conexión con lo exterior ni borrar el recuerdo de cómo eran nuestras vidas antes de este evento decisivo.

Sé que para algunos, hablar del tema de una crisis aún nos queda muy grande pero aprovecho la oportunidad de hacerlo desde mi contexto. Creer que la forma en la que convivíamos unos con otros hace apenas unos meses permanecerá intacta y raya en el romanticismo. Rompo mi silencio en esta hoja en blanco ahora porque la idea de vivir un día a la vez ya no parece ser opcional sino obligatorio.

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