EL HILO DE ARIADNA

El año que viene
Por Heriberto Ramírez

Por estos días empezamos a ver la proximidad del fin de año como una posibilidad a corto plazo para que esta prolongada condición de contingencia termine. Las nuevas modalidades de trabajo desde casa en un principio resultaron una alternativa eficaz y cómoda. Muchos de los dispositivos digitales se convirtieron en instrumentos en verdaderas herramientas de trabajo, los teléfonos móviles se transformaron en auténticas máquinas de escribir, las computadoras en salones de clase, en oficinas o en salas de reuniones. Con un dejo de ansiedad intercambiamos mensajes y comentarios sobre lo que vendrá a vuelta de año.
Deseamos, como pocas veces, que este año se vaya cuanto antes, y nos asomamos hacia el futuro anhelando uno nuevo, despojado de toda incertidumbre y calamidad. Con la idea preconcebida de eso pueda ocurrir a la vuelta de un dígito, de un simple número. Deseos y anhelos se disipan a medida que uno ve las frías estadísticas, las irrefutables cifras que alimentan una panorámica desastrosa.
Mantener la esperanza y la serenidad era uno de los consejos de los antiguos maestros, sostenían -ante la crisis- lo único que puede salvarnos es la imperturbabilidad. En muchos sentidos sigue siendo una de las mejores recomendaciones, porque en nuestra situación, significa mantener una claridad de pensamiento para mantener las medidas sanitarias, nos ayuda a evitar caer en conductas erráticas o desesperadas de las cuales podamos arrepentirnos en un futuro inmediato.
Se avecinan los días añorados por largos meses para reunirnos con la familia con amigos, muchos de ellos distantes por periodos prolongados de tiempo, días consagrados a la convivencia en el mejor sentido del término, aunque para una buena parte usualmente los dedicará al consumismo y pasarla de fiesta.
Todo nos indica una situación distinta, o al menos se trata de advertirnos acerca de ello. Si tenemos en alta estima la salud de nuestra familia y la nuestra habremos de eliminar de nuestra agenda las tradicionales reuniones decembrinas, al menos tal y como las acostumbrábamos, con abrazos y besos.
Los recursos tecnológicos que durante un año nos han orillado a la fatiga, al tecnoestrés, al extremo de no querer ver por un buen tiempo una pantalla de trabajo, ahora, se nos sugieren reuniones virtuales.
Si nos apegamos a estos protocolos brindaremos frente a una pantalla, nos abrazaremos a la distancia, y será esto mismo un acto de amor, quizá más genuino que en una relación física, porque tendrá el sentido del sacrificio, justo por el amor y respeto a los seres que más queremos. Se abre la posibilidad de reconvertir, al menos por unos pocos días, estos estresantes instrumentos en pertrechos amigables para el encuentro o la charla animada como, tal vez, pocas veces lo hayamos tenido por esta vía.
En medio de todo es importante mantener el enfoque para un año ya tocando la puerta, muy posiblemente, más difícil todavía, pues, además de seguir pugnando por mantenernos sanos, a como dé lugar, la economía tiene que recuperarse, hemos de repensar un sinfín de problemas que demandan soluciones de corto y mediano plazo ¿Cómo reinventarnos día a día en materia educativa? ¿Qué hacer con nuestra familia si el confinamiento se prolonga? ¿Cuáles son las mejores formas de ayudar a quienes necesitan de nuestra ayuda? Quizá más que pensar en despedir el año, nos convenga en pensar cómo habremos de vivir el que viene.
Planificar finanzas, rediseñar los espacios, programar las lecturas, ahora más que nunca la lista de los buenos deseos, pienso, habrá de aterrizarla en acciones sistemáticas y perdurables.
La parte sustantiva para mantenernos a flote ha de ser el buen ánimo, el entusiasmo por la vida. Es un atributo al que quienes tenemos responsabilidades familiares, públicas o académicas no debemos renunciar. Nuestro compromiso de ondear la bandera de la esperanza debe perdurar aún en los tiempos más oscuros y difíciles.

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