EL HILO DE ARIADNA

Un nuevo contrato social
Por Heriberto Ramírez

El proceso civilizatorio de la humanidad ha transitado de reglas basadas en la ley del más fuerte, a la ley del ojo por ojo enunciadas en el código de Hammurabi. La necesidad de regular las conductas nocivas de los ciudadanos fue orillando a la redacción de leyes regulatorias para mantener la coexistencia pacífica entre las personas de las comunidades. El decálogo de Moisés y la Constitución de Atenas son referencias históricas que marcan el desarrollo de este proceso.
Todas las culturas y civilizaciones han encontrado formas de establecer imposiciones y acuerdos entre sus miembros. Estas modalidades van desde la forma tiránica hasta alcanzar la modalidad democrática, tal y como actualmente rigen su vida la mayoría de los países. La mayoría de las naciones se rigen por una Constitución en donde se exponen uno a uno los lineamientos que rigen su vida política. La cristalización de estos ideales está bien expresada en El contrato social de Rousseau.
“Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza común a la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual, uniéndose cada uno a todos, no obedezca, sin embargo, más que a sí mismo y permanezca tan libre como antes”. –A decir de Rousseau– Tal es el problema fundamental, cuya solución da el contrato social”.
Los pactos ciudadanos limitados literalmente a la ciudad, ahora, después de un acto de asociación se produce un cuerpo moral y colectivo, se forma así una persona pública, que en unión de todas las demás, toma la forma de República, o el cuerpo político de un Estado. Con la estructura y la división de poderes que se ha vuelto emblemática de la democracia occidental. Sin embargo, “no hay gobierno tan expuesto a las guerras civiles y a las agitaciones intestinas como el democrático o popular, porque no hay ningún otro que tienda tan fuerte y continuamente a cambiar de forma, ni que exija más vigilancia y más valor para ser mantenido en la suya”, según lo asienta en El contrato. De lo cual puede decirse que la democracia, es un camino difícil, inconcluso, pero dúctil. Dúctil y flexible para adaptarse también a una realidad cambiante.
¿Qué cambios sustantivos podemos apreciar en las distintas democracias? Hay quienes enumeran un conjunto de cambios importantes derivados de una evolución incesante, a partir sobre todo de la omnipresencia de la ciencia y la tecnología. Fronteras políticas cada vez más difusas, por el cual fluyen capitales, mercancías, bienes, cantidades ingentes de información, personas, enfermedades. Los fines y los intereses de las personas también se han diversificado, hay quienes desean cambian de sexo. La producción de conocimiento y la administración de la tecnología también exige modalidades extensivas de la democracia, los ciudadanos empiezan a cuestionar las decisiones de los expertos, el modelo autonómico tradicional de la ciencia se cuestiona cada vez más.
Conforme se establece una visión planetaria cambian también las perspectivas de las personas, sobre todo en cuanto a nuestro modo de concebir la naturaleza, un planeta que se asume como responsabilidad de todos los países, todos los ciudadanos y todas las culturas. Esto puede dar lugar a otra forma de legislar y ejecutar las leyes. Tal vez debamos hablar de un nuevo pacto global. ¿Cómo podría darse? Tenemos una buena cantidad de antecedentes, por ejemplo, La declaración universal de los derechos humanos en 1948, además, tenemos de acuerdos importantes, como el Acuerdo de París y el Protocolo de Kyoto, avalados por la Organización de las Naciones Unidas; así como un conjunto de tratados comerciales entre países de distintas regiones del mundo.
La preservación de la vida planetaria, la conservación de la diversidad biológica y cultural, la disminución de la pobreza extrema, justicia distributiva, la democracia del conocimiento científico y tecnológico, los derechos digitales de las personas, entre muchos otros problemas que recurrentemente se mencionan y cuyas soluciones sólo pueden provenir de un trabajo conjunto de todas las naciones hacen necesario, me parece, un nueva forma de consensar y legislar, algo así como una Constitución planetaria.
Si esto llegara a darse abriría un horizonte esperanzador para la vida de las personas y el planeta mismo. Cada día se habla y se comenta de una cuenta regresiva, que el tiempo se acorta y con ello la supervivencia de la humanidad. Si las revoluciones políticas y tecnológicas, nos han traído a este incierto escenario, tal vez debamos pensar en una nueva clase de revolución, que bien podría ser ética o ecológica, o ambas al mismo tiempo, estaríamos hablando de una revolución eticológica, se trataría en el fondo de la tan comentada, pero tan necesaria revolución de conciencia, tan complicada y utópica como todas las revoluciones.

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