EL HILO DE ARIADNA

Celebración por una filosofía viva
Por Heriberto Ramírez

Hay un consenso firme y generalizado acerca de lo infame que ha sido este año, para decir en que no queda nada digno de celebrar. En un panorama ominoso, pareciera no haber ningún espacio para la festividad. Sin embargo, hay quienes pensamos todo lo contrario, celebrar la práctica del pensamiento racional y crítico, puede ser una vía para encontrar salidas en un horizonte que se antoja fatídico.
Esta semana en todo el mundo se estará celebrando el Día mundial de la filosofía, iniciativa de la Unesco en una resolución proclamada para que el tercer jueves del mes de noviembre de cada año se lleve al cabo esta celebración. ¿Por qué esta fecha y no otra? Porque se considera que es la fecha coincidente con el nacimiento de Sócrates, figura universal del filósofo.
Es cierto ¿quién pone en tela de juicio la encrucijada en la que se encuentra la humanidad en estos momentos? Hacer un inventario de los problemas a los cuales debemos hacer frente puede ser una labor extensa, aunque no imposible. Los tenemos frente a nosotros: el cambio climático, el calentamiento global, la inmigración, la violencia en todas sus formas, la desigualdad social y económica, la falta de agua, los derechos de las minorías, la pérdida de la diversidad cultural y el racismo, entre muchos otros, que son reiterados una y otra vez por distintos medios.
Asimismo, contamos con diagnósticos certeros para explicar sus causas, e incluso disponemos del conocimiento necesario para trazar caminos más o menos definidos por los cuáles debemos caminar para salir del atolladero.
¿Por qué no lo hacemos? Porque sigue habiendo formas de pensar que niegan la existencia de estos problemas, los conocidos negacionistas; por una parte, pueden ser personas realmente ignorantes, cuyos prejuicios culturales o de otro tipo les impiden asimilar la información disponible, por otra, puede ser que por cuestiones formativas carezcan de las capacidades para hacerse de esa información, muchas veces revestida de un academicismo que la hace inaccesible. Sin dejar de lado a quienes de manera consciente y deliberada se niegan a reconocer que sus prácticas son nocivas, pues esto atenta o contra sus intereses económicos o políticos, a este respecto tenemos ejemplos más que representativos pero igualmente deplorables. Se trata de obstáculos serios y poderosos que en múltiples episodios han conseguido poner a la ciencia contra las cuerdas.
Enfrentamos una realidad desafiante, cuya problemática pone en riesgo el destino de la humanidad, es cierto que no es la primera vez que afrontamos y superamos problemas serios, sin embargo, nunca como ahora vemos que la interconexión global que hemos logrado también ha llegado a ponernos en una situación de mayor vulnerabilidad, complicando la toma de decisiones. Ahora, ¿cuál es el papel que puede asumir la filosofía en este horizonte incierto?
Me ha gustado la idea expuesta a El País por Michael Sandel, cuando habla que hacer filosofía no es usar la historia de las ideas como compendio indispensable y obligado del pensamiento filosófico; sino, “se trata -más bien- de un conjunto vivo de debates y argumentos que atañen a nuestras vidas”, y por supuesto a la de todos los demás. De asumir una reflexión crítica para invitar a enfrentar los problemas bajo la premisa de que la solución está en nuestras manos, considerando que en el conocimiento generado por la ciencia tenemos un aliado inestimable, al lado de las pequeñas y grandes contribuciones a nivel personal y colectivo.
La práctica profesional y ciudadana de la filosofía, me parece, ha de considerar, al menos, tres aspectos; primero, la necesidad de ampliar los espacios de discusión sobre los problemas señalados, buscando superar en todo momento los lineamientos políticos e ideológicos, y buscando una mayor participación ciudadana, conjuntando, en la medida de lo posible, todas las diversas formas de pensamiento, ya sean orientaciones culturales, políticas o religiosas; y construir puentes firmes y duraderos entre los expertos científicos responsables de la producción del conocimiento y los ciudadanos de a pie, un puente con tránsito en doble sentido, para que ambas partes puedan escucharse unas a otras, propiciando que el experto abandone su soberbia característica y el ciudadano olvide su indiferencia y considere que los grandes problemas que amenazan a la humanidad también son sus problemas; y finalmente, aceptar a la razón como el mejor y más potente instrumento para delinear nuestros fines y darle cobijo a nuestros genuinos intereses y necesidades.
Visto así, una contribución desde la filosofía sería la democracia del conocimiento, un conocimiento que a su vez se conciba desde distintos ángulos y en determinadas circunstancias como humilde, incapaz de responder a todas las interrogantes y circunstancias. Pero que al mismo tiempo puede contar con ciudadanos dispuestos al análisis y la discusión para pensar en comunión la mejor manera de torcer un rumbo, que como se ve, apunta hacia un rumbo poco promisorio.
Si estamos de acuerdo este es un horizonte en el cual la filosofía tiene trabajo para un largo rato…

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