EL HILO DE ARIADNA

Reparar, reformar o rehacer el Estado mexicano
Por Heriberto Ramírez

En este momento la atención está centrada en los resultados electorales de Estados Unidos, una elección cerrada pero cuyos resultados eran anticipados con la victoria de Joe Biden. Lo que se ha puesto de manifiesto es lo imperfecto de la democracia norteamericana, como muchas otras en el mundo; sin embargo, siempre terminamos por sostener que es lo mejor que tenemos para establecer consensos y regular la toma de decisiones a nivel nacional, regional o local.
De cierta manera este proceso en el país vecino ha opacado lo sucedido en Chile, cuya mayoría de manera directa ha decido dejar de lado una Constitución, en la cual dejaron de ver contenidos sus intereses y sus anhelos. Impuesta por la dictadura pinochetista, al paso del tiempo encontraron el modo y las circunstancias para aventurarse a crear una nueva. Es un hecho que, en mi opinión, debe ser digno de atención por otros países, incluido el nuestro.
Durante la administración de Vicente Fox se tanteó esta posibilidad, secundado por políticos ilustres como Porfirio Muñoz Ledo, pero fue dejada de largo, es muy probable que les pareciese una iniciativa demasiada arriesgada considerando la fuerte tradición enraizada en nuestro concepto del Estado, concebido como una expresión de máxima autoridad, por encima de cualquier voluntad ciudadana, individual o colectiva. Quizá en sus orígenes ese sea el origen del Estado, reconocido en la figura del mito, en cualquiera de sus múltiples expresiones. Aunque de nuevo cabe la pregunta de si en nuestro caso la Constitución que configura el Estado mexicano, realmente representa nuestros anhelos e intereses, e incluso si es lo suficientemente funcional para guiar nuestra sociedad hacia mejores horizontes de vida.
¿Cómo vencer o erradicar uno modo de hacer política sustentada en todas las formas concebibles del autoritarismo? Una práctica acendrada desde los niveles básicos de nuestra estructura política, es decir, desde el municipio, donde los gobiernos de la ciudad se caracterizan por un modo verticalista en el ejercicio de sus funciones. Es cierto, en su momento las reformas a la Constitución dotaron a los municipios de una mayor autonomía en relación con la federación, sin que esto llegara a traducirse en un mayor poder de influencia de la sociedad civil en su conjunto en su relación con sus representantes. El poder, aunque en lo pequeño, siguió y sigue centralizado en una persona, que usualmente obedece o privilegia intereses ajenos al bien público.
Si esta decisión renovadora llega a darse un día, es muy posible que volvamos la vista a lo que están haciendo o hicieron los chilenos, o cualquier otro país, porque otra tradición de fuerte arraigo en nuestra cultura apunta hacia el afán imitador. ¿Qué tan madura puede estar nuestra cultura política para innovar y cristalizar propuestas con base en nuestras propias necesidades y expectativas? Por ahora se antoja como una misión imposible, porque el poder siempre ha encontrado en nuestra Constitución un nicho a modo para el ejercicio del poder, encarnado en la figura presidencial. Una figura cuasi divina que colma las esperanzas de millones de ciudadanos.
Nos hemos embobado viendo la democracia vecina convertida en espectáculo, como si de un partido reñido de baloncesto, de futbol o de béisbol se tratase. Olvidando cavilar sobre nuestra propia circunstancia. También pudiera ser que antes sea necesario cambiar nuestra forma de pensar, dotarnos primero de una mentalidad distinta, de mayor claridad en la persecución del rumbo hacia el cual queremos transitar. Porque tal vez más que un asunto de carácter constitucional tenga que ver con nuestro modo de ser y actuar, ante lo cual de poco o nada serviría embarcarnos en una empresa de esta naturaleza. ¿Será que todavía hay en nosotros residuos propicios para favorecer una forma moderna de totemismo? ¿O simplemente es una fuerza latente en todas las sociedades humanas?
Tal vez convenga considerar de nuevo las certeras palabras de Ernest Cassirer expresadas en El mito del Estado: “En todos los momentos críticos de la vida social del hombre, las fuerzas racionales que resisten al resurgimiento de las viejas concepciones míticas, pierden la seguridad en sí mismas. En estos momentos, se presenta de nuevo la ocasión del mito. Pues el mito no ha sido realmente derrotado y subyugado. Sigue siempre ahí, acechando en la tiniebla, esperando su hora y su oportunidad. Esta hora se presenta en cuanto los demás poderes de vinculación de la vida social del hombre pierden su fuerza, por una razón u otra, y no pueden ya combatir los demoníacos poderes míticos”.
También es oportuno reproducir un fragmento del texto compartido en su muro por nuestro venerable politólogo y estimado amigo Víctor Orozco, destacando cómo “el pueblo de Chile ha dado un nuevo ejemplo de comportamiento democrático y pasión por las libertades y la igualdad social”. Puntualiza que “a largo plazo, el objetivo es construir un Estado de bienestar social, enfocado a la atención de los servicios colectivos y a la mejoría de las condiciones de vida”. Y en que “los chilenos le han dado la espalda a un discurso que escuchan desde hace casi medio siglo: el progreso personal estriba única y exclusivamente en el esfuerzo que cada uno le ponga al trabajo y a la educación. Todos pueden enriquecerse si pugnan tenazmente para ello. Años de mirar las falacias que encierra, de constatar como el modelo apoyado en esta idea ha reproducido la pobreza y la falta de oportunidades para la inmensa mayoría. Ha sido la vida, la dura vida que finalmente los llevó a rechazar ese canto de las sirenas entonado por los adoradores del salvaje capitalismo”.
El ejemplo chileno resulta así aleccionador, es una muestra fehaciente de la posibilidad de vencer las fuerzas oscuras que se oponen a la búsqueda justificada del bienestar humano, en consonancia con el entorno natural, entendida en forma genuina, al margen de los dictados del mercado. Cuestionar los fundamentos sobre los que se asienta nuestro Estado puede ser una cuestión de salud política, puede que al margen de un análisis cuidado puedan mostrarse monolíticos y saludables; o por el contrario, puede ocurrir que se muestren debilitados y enfermizos. El cuestionarlos y revisarlos periódicamente puede ser la garantía de poder sostener un proyecto de largo aliento sin que parezca que estamos montados sobre un Estado fallido.

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