VIAJE EN CARRETERA

 

Compasión

Por Violeta Rivera Ayala

 

Hola, bienvenidos a este viaje en carretera. Ustedes ¿qué recuerdan de la secundaria? Seguro les llegaron a la memoria muchas historias de todo tipo y espero que varias de ellas hayan sido divertidas. Hoy quiero contarles de la primera vez que sentí compasión o, al menos, cuando tuve conciencia de ese sentimiento, en un hecho muy concreto.

Estuve en secundaria pública, grupos de “A” al “F”, cada uno de 45 a 50 alumnos. Para empezar, la tarea de los profesores era titánica. Todos tenían apodos y vivían maldades, desde bromas pesadas, hasta otras más lúdicas; una de ellas: quitarle el peluquín al “Peluquín” y pasarlo de mano en mano, como si fuera aquél rockero que se lanzó del escenario a los brazos de sus fans, recorriendo el estadio, o la papa caliente de las fiestas infantiles, así vagaba la peluca por todo el salón, entre gritos y risas.

Yo era del grupo de “la palomilla de atrás”, la orientadora así nos decía. Claro, también ellos ponen sobrenombres a los estudiantes. Nuestro grupo en general era el de los ñoños, así que aunque a nosotras, -las de la palomilla-, nos sacaran un día sí y un día no, de matemáticas (apodos del maestro: naja-naja, cobra, moonwalker); y le echáramos aserrín al cabello chino del de física (Perico de lo pelotes) o discutiéramos con la de español (Krusty jeta):

– Salte.

– Ya salté, ahora qué hago (dando brincos).

– ¡Del salón!

En realidad éramos muy inocentes.

A la vez nos separaban en talleres. Desde primero hacías un examen y de acuerdo a los resultados eras asignado al paraescolar acorde a tu perfil psicométrico. Me tocó en Corte y confección. Nos explicaron que era el mejor porque podías dedicarte a ser diseñadora de modas, en cambio, el destino de las chicas de Taquigrafía era convertirse en secretarias y tanto las de Cocina como Decoración del hogar, amas de casa.

Pienso que a las otras también las convencían de ser las más inteligentes: Podrán poner restaurantes, no que las de corte se encargarán de las bastillas de los pantalones de sus maridos. En Decoración: tendrán buen gusto, qué tal interioristas o expertas en ambientación de escaparates. Las de Taqui se sentían ya muy empresarias; eran las únicas a las que de ninguna manera relacionaban con que eso era útil a la hora de casarse.

Admiraba tanto a las de Cocina, salían felices con pastelillos, hot cakes, tamales… Siempre olía rico su taller y ´babeaba´ nomás de verlas con sus platillos. Pedí cambio; yo también quería comer eso. Me fue negado. Seguí insistiendo de forma ocasional cada que las veía con un nuevo guisado.

En Corte la pasábamos muy bien y logré salvar prendas gracias al zig zag. Me volví experta en descoser; cada costura mal hecha, de retache. Lo que ya no tenía remedio eran los cortes chuecos o la plancha marcada. Rescatable mi falda escocesa y me salvé con la pijama porque expliqué que era para ¡mi hermana de dos años! No que me hubiera equivocado cortando la tela en horizontal en vez de vertical. “Corregí” ese patrón aplicando la regla de tres con las medidas, sin embargo, no reparé en que los bebés están panzones, así que a mi hermanita le quedó el atuendo como faja (suerte que no diera el botonazo para la foto de evidencia).

Segundo año, por favor, necesito que me cambien a Cocina. Ya no quería más frituras en el receso mientras ellas deleitaban su paladar con chiles rellenos y pollo a la crema de no sé qué. Me fue negado. Siguiente semestre, lo mismo: no es posible.

A mediados del tercer año, mientras nos explicaban que ya podíamos diseñar nuestro propio vestido de graduación, tocaron a la puerta. Dijeron en voz alta mi nombre completo y añadieron: toma tus cosas, el cambio a Cocina ha sido aprobado. Me levanté en cámara lenta, con asombro, todo fue silencio y entre nubes me vi en ese portal hacia la luz del que hablan quienes han estado a punto de morir; al final del túnel no me esperaban mis ancestros, eran pastas, pizzas y ensaladas con aura angelical.

– Un momento.

La tallerista detuvo mi paso hacia el cielo de los manjares.

– Ella no ha pedido ningún cambio, ¿O sí?

Su semblante estaba distinto, vi sus ojos vidriosos y sus labios se encorvaron en forma de “n”. Respondí en seco: Tiene razón, debe haber un error.

– Pero si desde que entraste vas regularmente a orientación a pedirnos que te movamos a Cocina.

– No es cierto, me confunden con alguien más.

Contesté estoica al tiempo que veía en mi cabeza alejarse en forma de vapores y espectros, aquellos sabores tantas veces imaginados.

Mi maestra sonrió en complicidad y yo conocí el significado de la palabra: compasión. Según el Dalai Lama, ésta nos inicia en acciones virtuosas para acercarnos a la iluminación. Supongo que mi sacrificio piadoso distó mucho de ello, sin embargo, ese día comprendí que aquellos seres a quienes apodábamos y les hacíamos diabluras, también eran personas con necesidades de aprobación y afecto.

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