VIAJE EN CARRETERA

Cazadores de haikús
Por Violeta Rivera Ayala

 

Hola, bienvenidos…
La rana salta
en estanque verde;
chasquido de agua
– Matsuo Basho.
Al Fuji subes
despacio, pero subes
Caracolito.
– Issa.
Llevo varios poemas en la memoria gracias a mi maestro Enrique Servín. Yo tenía 16 o 17 años cuando me enteré que abrirían un taller de poesía; de inmediato me inscribí. Las tardes adquirieron otro sentido, las reuniones eran en el jardín de la Quinta Ofelia, antes oficinas del Instituto Chihuahuense de la Cultura. Me quedaba muy cerca de mi escuela, el COBACH 1. Estaba en el equipo de fútbol y al terminar los partidos salía con mi short y calcetas altas, a pie o en patines, rumbo a ese encantador lugar.
Era un deleite. Enrique nos esperaba con novedades no sólo literarias, también, a veces, por ejemplo, granadas en la mesa y asombrado las desmenuzaba indagando en todas sus posibilidades: fragmentos rojos, espacios guindas, texturas, ampollas por tronar entre los dientes, gajos, velos, transparencias… Las granadas trascendían a metáforas que se entrelazaban a historias y poemas. Toda esa amalgama florecía a borbotones de su mente prodigiosa. Así, las granadas, de pronto eran ya del color de la sangre de Lorca o del vino de Omar Khayyam. Enrique tenía la mirada de niño asombrado y su voz era la del ´cenzontle, pájaro de las cuatrocientas voces´. Ignoro cómo le hacía para entonar al vuelo ideas con ritmo y cantos, pasando del español, al árabe, al mandarín, al náhualt… Él hablaba entonces 21 lenguas, entre idiomas y dialectos.
Mis amigos se mofaban porque iba -decían- a un taller de viejitos. Porque en vez ir a “pistear” con ellos, aplicaba la técnica de salir rápido y sin despedirme, con tal de evadir sus argumentos. Para mí, estar en el taller, era detener el tiempo, abrir la “puerta de Narnia” y al final salir convertida en “Iris, la de alas de oro y pies ligeros”. Si me preguntan ahora, mi respuesta sería la del meme: No lo entenderían.
Cada semana la tarea: aprendernos un poema de memoria. Una vez, tocó el turno de los haikús ¿Que qué son los haikús? Dicho rápidamente: poemas breves y contemplativos heredados de la tradición japonesa. Se componen de tres versos con 5, 7 y 5 sílabas. Tratan temas sobre la naturaleza y las estaciones del año. En la primera línea se plantea una premisa que en la segunda se contrapone o amplía y en la tercera, se resuelve la relación que tienen ambas. Claro, al leerlos parecen muy sencillos, pero ¡ahí radica lo complejo! “La simplicidad llevada al extremo se convierte en elegancia”, dijo Jon Franklin.
Pues retomando lo del taller, los integrantes organizamos un viaje para ir a “cazar haikús” a la Sierra de Chihuahua. Llegamos a una cabaña, creo que íbamos siete personas. El encargado nos indicó el camino rumbo a la barranca de Piedra Volada: “Está muy fácil, sólo sigan el sendero”. Apenas caminamos unos 400 metros cuando una señora mayor decidió regresar; explicó que prefería quedarse para asegurar que tuviéramos agua caliente, leña para la chimenea y cena al regreso.
El primero en salirse de la vereda fue Enrique, detrás de una flor o un grillo, una libélula o un madroño. Todos lo seguimos. Entre el camino improvisado nos salió una cascabel. Nuestro guía y poeta cazador la alejó con su cayado, hablándole: “Víbora, vete, tenle miedo a los humanos”. Ya a salvo de este obstáculo, confesó que el asustado era él.
No sé si fue primero la neblina o la tormenta, “memoria mía cómo eres traicionera”, dijera Kavafis, el caso es que, al romper la única indicación: “sólo sigan el sendero”, nos perdimos. No podíamos ver nada porque todo era blanco con esa densa niebla y frío con las gotas que nos aguijoneaban, duras y afiladas. En Chihuahua el frío te invade sin compasión; es seco, sientes que los huesos se quiebran y el cuello duele de tiritar. La lluvia en esta tierra que albergó apaches, cae como las tantas flechas que lanzaron; son palabras esdrújulas en timbre agudo.
Siete horas. ¿Estábamos al pie de la montaña, al centro o arriba? ¿Nos alejábamos, o lo contrario, o sólo dábamos vueltas en un círculo del infierno de Dante, aquél que corresponde al de poetas que no hacen caso y se salen del camino? Los cazadores de Haikús ahora fungíamos como los protagonistas de un cuento de Horacio Quiroga.
A todos nos dio pánico pero al menos, fue a diferente tiempo. Uno sugirió que buscáramos una cueva y ahí nos desnudáramos todos bajo el fundamento de que moriríamos de hipotermia por la ropa congelada; pese a su hipótesis, recibió burlas y un generalizado rotundo no. Otra escritora intentó darme a beber de su termo, a la fuerza: me apretó la mandíbula y luego de forcejear, se calmó. Cada uno enloquecimos por momentos. Por suerte o por fortuna, la señora que regresó al inicio, avisó de nuestro retardo a los guardias del poblado, quienes salieron a buscarnos.
Dimos de nuevo con la vereda y ahí fue que nos topamos con los rescatistas. Nos recibieron abriendo una cerca, yo la veía cerrada, por más que me daban el paso, la trataba de saltar; ese fue mi delirio. La cabaña olía a hogar. Me bañé con agua hirviendo, pero a pesar del vapor, mi cuerpo estaba inerte, helado.
Esa noche juntamos todas las camas y nos quedamos alrededor de Enrique, sin querer separarnos. Al día siguiente llegamos a Piedra Volada, en troca y con guía. Esto sucedió hace veinte años.
NOTA: En octubre pasado, la comunidad cultural de Chihuahua y el mundo recibimos la noticia de que el políglota, poeta, activista y defensor de las lenguas indígenas, Enrique Servín Herrera fue asesinado. El homicidio sigue impune y las autoridades decidieron dar carpetazo. Tal vez ellos se pregunten por qué nos dolió tanto y por qué seguimos exigiendo justicia… Regreso al meme pero ahora dicho con gran pesar: no lo entenderían.
https://viocolor.mx.

Mostrar más
Botón volver arriba