Estos fenómenos se deben a los reacomodos en la zona de distensión “Rio Grande”
Se presentarán en Ciudad Juárez, Ahumada, Ojinaga, Coyame, Aldama y Santa Gertrudis y no se descarta Aquiles Serdán, Satevó y Santa Isabel
Chihuahua ha registrado microsismos leves desde 1940, el más fuerte ocurrió 21 de septiembre del 2013.
Al ubicarse la capital en el borde occidental de la zona de distención del llamado “Rift del Rio Grande” provoca que se presenten fenómenos sísmicos en la región y no se descarta que estos enjambres de temblores se repitan cada vez con mayor frecuencia e intensidad, sobre todo en algunas de las regiones de Chihuahua.
Lo anterior fue confirmado por el maestro investigador de la Facultad de Ingeniería de la UACH, Ignacio Reyes Cortés, quien dijo que se pronostican más movimientos telúricos en lugares donde las tensiones se han estado acumulando, es decir, en trazas de fallas donde no ha habido movimiento en los últimos cientos de años.
Indicó que los movimientos de las placas tectónicas no son provocados por el cambio climático sino que corresponden al proceso de separación de los bloques al oriente y poniente de Chihuahua, al que los geólogos le llaman el bloque de “La Calera-El Nido” al poniente y el bloque de “La Plataforma del Diablo” al oriente de Ojinaga. En donde la capital es el límite del bloque “La Calera-El Nido”, por ese motivo los sismos se presentan a lo largo del borde del bloque orientado casi norte-sur, en los municipios más cercanos a la ciudad, al norte y al sur.
Explicó que esta es la razón del porqué todos esos enjambres telúricos seguirán presentándose con más frecuencia en los municipios de Ciudad Juárez, Ahumada, Ojinaga, Coyame, Aldama y Santa Gertrudis y no se descarta que pase lo mismo por el rumbo de Aquiles Serdán, Satevó y Santa Isabel; todos provocados por el mismo fenómeno al que se le conoce como “la distensión del Rio Grande”.
Estos desplazamientos se presentan de manera común en esas zonas de Rift o donde el manto asciende generando una protuberancia y la corteza se levanta formando una curvatura convexa que genera fuerzas de tensión o estiramiento. Esas fuerzas rompen la corteza a manera de fallas paralelas a la protuberancia y hacen que los bloques se basculen, formando sierras alargadas y angostas. Esta distensión genera un adelgazamiento de la corteza al tiempo que se basculan los bloques limitados por fallas y a través de ellas existe un intenso flujo de calor.
Agregó que este flujo de calor asciende por los planos de falla desde el manto y forma en la superficie una serie de manantiales calientes o flujos hidrotermales.
Este flujo de calor asociado al flujo hidrotermal se puede identificar en una franja de 100 kms. de ancho y que va desde Ciudad Juárez y se prolonga más al sur de Jiménez; las fallas son los conductos de la liberación del flujo de calor, que al ponerse en contacto con el agua meteórica que se infiltra en el suelo, se calienta y sube en forma de manantial caliente.
Por cierto, el maestro recordó que el estudio de la medición del grosor de la litósfera en el área de Chihuahua apoyando la continuidad de la zona de distención del “Rift del Rio Grande” fue realizada a principios de los ochentas, cuando estudiantes de la Universidad de San Diego, California, que vinieron a la entidad y trajeron un sismógrafo y lo instalaron en el sótano del edificio donde ahora se encuentra la Dirección Académica y al terminar el proyecto, donaron el sismógrafo a la Universidad Autónoma de Chihuahua.
El sismógrafo, aunque ya viejo para ese tiempo, estuvo en operación hasta septiembre de 1985, cuando el temblor que destruyó la Ciudad de México, también quebró el brazo de la pluma del sismógrafo. Desde entonces dejó de funcionar ese sismógrafo donado.
Sin embargo, dijo que esos temblores siempre se han presentado en nuestra localidad, pero no habían sido identificados por el hecho de que en todo el estado no existía el equipo especial para registrarlos, hoy en día, se cuenta con cuatro sismógrafos que son manipulados y atendidos por investigadores de la Facultad de Ingeniería y los tienen distribuidos en las presas Las Vírgenes, La Boquilla, en Casas Grandes y otro en la Sierra Tarahumara, pero además algunas empresas mineras adquirieron su propio equipo que se conectan con el Sistema Nacional Sismográfico.
“En el tiempo geológico a la fecha, Chihuahua ha sufrido diversos fenómenos geológicos, gracias a estos movimientos fue como se formaron los bloques basculados como la sierra de Nombre de Dios, algunas trazas de fallas como los canales de La Cantera, Los Nogales y otros más que cruzan por la capital”, manifestó el catedrático Reyes Cortés.
Recordó que archivos históricos marcan movimientos desde 1840, por ejemplo, se dice que en febrero del 1849 se registró un temblor en Satevó, otro más a principios de los 1900´s en Parral, que inclusive se sintió en la capital. Y así de los ochentas hasta los noventas, se han ido incrementado estos fenómenos afectando municipios como Chihuahua, Meoqui, Cuauhtémoc, Santa Isabel, Parral, Valle de Allende, Jiménez y Camargo; por cierto, que en este último allá por 1928 el Ayuntamiento inició una recolecta para ayudar a los damnificados de los ranchos el “Tecuan”, Presilia Alta”, el “Ortegueño” y “Rancho Viejo”.
En el año de 1984, al norte de la ciudad se registró un enjambre de movimientos telúricos y cerca de San Guillermo se sintieron aproximadamente 25 microsismos. Sin embargo, el que mayor trascendencia ha tenido para Chihuahua fue el que sucedió el 21 de septiembre del 2013, donde la entidad fue sacudida por una serie de temblores con intensidad leve en la capital, y fuerte para las regiones del centro sur, sintiéndose el fenómeno en los municipios de Satevó, Valle de Zaragoza, Parral, Jiménez, Camargo, Naica y Delicias.
Incluso uno de esos fenómenos alcanzó el 4.7º en la escala de Richter, y los cuales estuvieron acompañados por otros 22 microsismos que se sintieron en regiones como el Valle de Zaragoza, San Francisco de Conchos y en Lago Colina, mientras que en el 2020 se registró otro entre Aldama y Ojinaga, aunque de baja intensidad.
En el caso de las grietas, el maestro investigador aseguró que algunas de ellas se presentan ante el avance del cambio climático que provoca un descenso del nivel friático y cuando esto sucede, entonces el agua subterránea empieza a fluir de las partes someras a las más profundas por todas las zonas arenosas. Este movimiento del fluido se lleva la arcilla, provocando socavaciones y oquedades lineales en el suelo a la profundidad del nivel freático.
Cuando fluye el agua y se abate el nivel freático las socavaciones se profundizan por el desplazamiento de la arcilla, lo que provoca la formación de estas cavernas profundas. Como las cavernas se construyen en el suelo, material suelto, con el tiempo este material suelto se desploma y eventualmente llega hasta la superficie generando las grietas que se manifiestan en el suelo. Grietas lineales que indican las trazas de las socavaciones o cavernas formadas por el movimiento del agua subterránea.
Por último, recordó que la primera grieta gigante que se documentó por parte de la Facultad de Ingeniería se observó al norte de la ciudad de Aldama, por el camino al rancho “Las Hormigas”, a finales de los ochentas. Sin embargo, otras grietas de esta misma naturaleza se han avistado en las regiones de San Guillermo, San Diego de Alcalá, Delicias, Camargo y Jiménez, donde la Tierra se manifiesta de este modo reclamando la falta de humedad y el manto friático sigue descendiendo como resultado del desequilibrio entre el volumen de infiltración y el volumen de extracción.