LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

Día del Médico: de Hipócrates a Moliere y la pandemia
Por Mario Alfredo González Rojas

Se acerca el Día del Médico en nuestro país, festejado el 23 de octubre desde que se instauró en 1937, en homenaje al doctor Valentín Gómez Farías, quien en 1833 inauguró el Establecimiento de Ciencias Médicas en la Ciudad de México. Los médicos son considerados en esta pandemia, los héroes de blanco, y nada más justo que apreciarlos en esta ocasión con todas las algarabías del mundo.
La profesión de médico es una de las más sublimes que puede haber. Y como todo en la vida, ha habido excelentes médicos, unos medianos y otros, que son una negación de las altas responsabilidades que deben cumplir en la aplicación de los conocimientos propios de la carrera, así como en la lealtad a sus principios éticos.
A propósito, en la literatura universal hay obras que han hecho crítica del desempeño de esta profesión en las dos caras de la moneda, en lo bueno y en lo malo. Un autor brillante, por su capacidad y su juicio profundo, fue Jean Baptiste Poquelin «Moliere» (1622-1673), nativo de París, Francia, quien escribió cinco libros en los que hace una sátira certera de la función de ciertos médicos, siendo El médico a palos, su principal texto.
Moliere es considerado entre los más valiosos de los autores del clasicismo, y nos legó una extensa obra, la que en su tiempo contó con toda clase de censuras, y no fue sino hasta 1669, que el rey Luis XIV le permitió la representación teatral de sus grandes dramas. Incluso, Poquelin también fue un actor de sus propias obras.
El médico a palos, es una aguda crítica a la deficiente preparación de algunos galenos. Trata de un leñador, Bartolo, que víctima de una broma de su mujer Martina, es considerado médico por dos criados del señor Geronte, y quienes a encargo del patrón fueron comisionados para buscar quién curara a su hija. Martina les dice que su esposo necesita recibir una golpiza para acceder a consultar, y así sucede: le pegan hasta que acepta ser médico. La hija de Geronte se finge enferma, porque la quieren casar con un hombre a quien no ama, pero que es rico; al que ama es a Leonardo.
Bartolo, según esto, la cura con remedios por casualidad y luego la gente busca al «atinado» médico, el que es apaleado siempre para decidirse a recetar a lo loco cualquier cosa, y tiene la gran fortuna de sanar a todos, «por obra y gracia del placebo». He ahí el meollo de ese drama. Vale agregar, que Moliere murió como él soñaba, actuando, aunque algunos aseguran que no precisamente dejó la existencia en el teatro sino que fue días después; en la cuarta representación de El enfermo imaginario, aconteció que se cayera en el escenario, víctima de una terrible tos que le hacía arrojar sangre.
Afortunadamente, son más los médicos capaces que los que recetan al estilo Bartolo. El Juramento de Hipócrates viene a ser un compromiso de todos, aunque suele ser manchado en ocasiones. La base del juramento de Hipócrates (460 a. de esta era -370 a. de esta era), médico de origen griego, reconocido como el Padre de la Medicina, se resume en este fundamento: «No llevar otro propósito que el bien y la salud de los enfermos». Al concluir sus estudios, los ya médicos rubrican solemnes ante la humanidad, un compromiso ineludible, que es como un pacto de sangre. Entre otros conceptos se establece: «…absteniéndome de cometer voluntariamente faltas injuriosas o acciones corruptoras, y evitando sobre todo, la seducción de las mujeres…».
Sabemos que la realidad no es como la pintan las palabras. Hagamos votos porque siga habiendo, por sobre los malos exponentes del juramento hipocrático, médicos capaces, honestos, con ética para bien de la sociedad. En momentos tan difíciles, como este que afrontamos de la pandemia del coronavirus, el sector salud ha representado honrosa y dignamente su papel, no obstante las vicisitudes que se han presentado. México ocupa el primer lugar de muertes de trabajadores de la salud en el mundo, y así no tienen razón de ser los homenajes forzados provenientes del gobierno federal, a su trascendente labor. Todos sabemos, que no han sido provistos los médicos y los enfermeros, con la oportunidad deseada, de los implementos necesarios y adecuados para realizar su trabajo, y en tal virtud resulta hipócrita y ocioso cualquier tipo de reconocimiento a su humanitaria labor. ¿Para qué minutos de silencio, el premio Miguel Hidalgo?
La salud, la vida valen más que los demagógicos desplantes, la farsa de un gobierno que politiza sus soluciones. No desaprovechemos este viernes 23 de octubre, para patentizar a los médicos de una u otra forma, toda la gratitud que les guardamos por su gran lucha contra el infernal virus. Ellos representan la aureola que nos envuelve en nuestros pasos; están tan cerca de nosotros, que muchos han sucumbido ante la parca en su afán de cubrirnos contra todo mal.
A muchos nos duele demasiado escuchar noticias acerca de sus muertes. Eso no lo olvidaremos jamás. Y diremos, al final de esta epidemia, en cada aniversario:
¡LA PANDEMIA NO SE OLVIDA!

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