LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

A propósito de plagios hechos por ganadores del premios Nobel

Por Mario Alfredo González Rojas
Cada octubre, al compás del otoño, algunos estamos al pendiente de los noticieros, para ver quiénes son los ganadores del Premio Nobel, en sus distintas áreas. A mí me interesa el de Literatura, más que los otros. Qué excelente que este año no salieron los de la Academia Sueca, con que se fijaron en un rockero para esta distinción, como pasó con Bob Dylan en 2016. Vaya, por lo que se ve, hicieron un fallo decente, al fijarse en una poeta neoyorkina, Louise Gluck, que por cierto nunca he leído, pero que a juzgar por los comentarios hechos, es de calidad. Estos se centran acerca de que en sus poemas el «yo escucha lo que quedaron de sus sueños e ilusiones». Y que «con austera belleza hace universal la existencia individual». Suena bien todo esto, hay que buscar sus libros ¡ya!
Se supone, que quien alcanza un nombramiento de esta dimensión, es de lo máximo, al menos por el año que corre. Sin embargo, a pesar de la fama, la clase, la grandeza, a veces los laureados llegan a cometer actos innobles o deshonestos, y sin necesidad, porque, si no están sobrados de capacidad, no les falta nada para dar muestras de talento. La historia no miente, por ejemplo hubo un escritor indio, Rabindranaz Tagore (1861-1941), originario de Calcuta, la capital bengalí, que logró el Premio Nobel de Literatura en 1913, luego de acumular muchos méritos, gracias a una obra prolija en verso y en prosa. De origen noble, nacido en un palacio, además de hombre de letras fue músico, autor de más de dos mil canciones, educador, etc.
Muchos años después de su triunfo, sufrió un plagio muy notorio en uno de sus poemas, el número 30, ¿y saben ustedes quién fue el acomedido que metió la mano a su obra, de esa manera? Pues nada menos que Pablo Neruda, el también Premio Nobel de Literatura, de 1971. Neruda (1904 – 1973), tenía 20 años cuando empezó a cobrar fama internacional, con su libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada, y lo malo es que en el poema 16, se pirateó unos versos del poema de Tagore.
Veamos: dice Tagore: «Tú eres la nube crepuscular del cielo de mis fantasías». Neruda, escribió: «En mi cielo al crepúsculo, eres como una nube». Y más. Dijo el indio: «En la red de mi música te tengo presa amor mío». Y Neruda: «En la red de mi música, estás presa amor mío”. Descubierto el robo, el originario de Parral, Chile, intentó disculparse, pero un amigo le dijo que se aguantara, ya que así cobraría más notoriedad. Y así quedó. A propósito, se perdió la medalla del Nobel de Tagore, y no fue sino hasta 2005, que se hizo una copia, la única que se ha hecho del Premio, para salvar la gran pérdida, y se la enviaron al escritor, fallecido 44 años atrás, a la Universidad de Santiniketan, que él creó. Dicho centro de estudios se formó en base a la escuela del mismo nombre, también del laureado escritor.
En Santiniketan, había algo especial: en sus aulas, al aire libre, se enseñaban varias materias a la vez a distintos grupos, y los alumnos, hacían gala de su concentración, sin importar para lograr el aprendizaje, la simultaneidad de clases diferentes.
Sin embargo, persistió el socialista, autor de «Canto general», en esa fea costumbre, y le hurtó un cachito a Los Nautas, del cubano Miguel Ángel Macau, al crear Farewell, el tan leído poema, del cual han quedado algunos versos, a manera de filosofía práctica, como por ejemplo En Paz, de Amado Nervo, que nos legara eso de: «vida nada me debes, vida estamos en paz»; y también: «hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan, mi plumaje es de esos», de la pluma de Salvador Díaz Mirón. Sobran los versos famosos, aunque no repetidos por la gente muy joven, que de plano cree que hablar de poesía es perder el seso.
Pues bien, «Los Nautas» refieren: «Amo el amor de los marineros». Y Farewell: «Amo el amor de los marineros». Y Los Nautas: «Y una noche se acuestan con la muerte». Farewell: no tiene la «Y» al principio. Decía de los versos muy celebrados de Farewell, fáciles de memorizar, aunque no de aplicar, que usted recuerda, sin duda, entre otros del mismo poema: «Para que nada nos amarre, que no nos una nada».
Parece increíble que haya plagios y más, viniendo de gente tan célebre, pero eso ya se lo dejamos a los misteriosos genes de la humanidad. Viene a la memoria otro caso. Después de que ganó el Nobel en 1989, el español Camilo José Cela (1916 2002), tuvo la nada feliz ocurrencia de plagiar algo de la novela de Carmen Formoso, llamada «Carmen, Carmela, Carmiña», para fabricar su interesante novela La Cruz de San Andrés, con la que ganó el premio de la Editorial Planeta, en 1994. Y entonces don Camilo y la editora fueron demandados.
Siendo tan abundante la producción literaria, no es fácil encontrar un plagio; más bien es obra de la casualidad, porque ¿quién lee para hallar esos robos? Se hace para encontrar deleite y jugo de la inteligencia, al menos cuando no es un texto obligatorio.
Yo, por ejemplo, un día hurgando en una librería de segunda, no descubrí un plagio, pero di con un libro de poemas que traía el Romance de blanca niña, que son versos escritos en España, en plena Edad Media, en el siglo XII y de autor desconocido. De allí hicieron el corrido La Martina, quién sabe quién, y que se empezó a cantar en México en tiempos de la Revolución del Diez, y que en los sesenta popularizó Irma Serrano. Contiene el poema español, varios versos que encontramos en La Martina, habla del caballo que relinchó, etc., y lo demás es ya cuento agregado.
Como se dice, falta mucho por descubrir en esta Tierra.

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