Lo que no somos todos los días

El diario de México, pionero de la libertad de expresión

Mario Alfredo González Rojas

 

Escribo este artículo el jueves 1 de octubre, que es aniversario número 104 de El Universal, por lo que me viene a la memoria el aniversario 215 de El Diario de México. Siempre la asociación de ideas en nuestras vidas. Me llegó el recuerdo porque fue el 1 de octubre de 1805, cuando Carlos María de Bustamante sacó el primer número de El Diario de México, en plena efervescencia del descontento de criollos, mestizos e indígenas por las desigualdades existentes en la Nueva España.

Y gracias a la coincidencia de fechas, es que me puse a redactar algo para La Paradoja, que presenta sus suplementos «culturales» los domingos. El Diario de México, fue el primer periódico diario de la historia de nuestro país, editado en días en que la Gazeta de México, publicación del gobierno, acaparaba la atención de sus lectores en sus números, en los que solía decir lo que se le antojaba en favor de la Corona española.

Carlos María de Bustamante era un ilustre abogado, escritor, historiador, originario de Oaxaca ( 1774 – 1848), que hizo mancuerna con el dominicano Jacobo de Villaurrutia, para editar dicho periódico. Este consistía en una hoja impresa por los dos lados, que doblada a la mitad formaba cuatro páginas. Sus temas comprendían literatura, arte y ciencia, además de sucesos de la época; al contenido se agregaban, por jemplo, asuntos como esclavos en venta y alquiler de criados.

El Diario era un fiel exponente de las ideas y hechos de su tiempo, distinguido por su apego a la verdad, contándose entre sus colaboradores, personajes como Joaquín Fernández de Lizardi, el llamado Pensador Mexicano, autor de El periquillo sarniento, la novela inspirada en las aventuras y desventuras de un personaje popular de fines de la dominación española en México. También participaban los poetas Francisco Manuel Sánchez de Tagle y Anastasio María de Ochoa, entre otros. Los archivos registran las encendidas sátiras al gobierno del virreinato, de parte del ya mencionado Fernández de Lizardi, lo que ocasionó fuertes censuras oficiales al diario.

Como toda publicación que critica el desempeño de un gobierno, esta recibía constantes reprobaciones, y en tal consecuencia, dejó de salir a la luz pública unos días en 1812, debido a la prohibición de la libertad de imprenta, emanada de las Cortes de Cádiz. Prevalecía como ahora, la visión oficial, de que «si no estás conmigo, estás contra mí», y se vivían entonces los duros fragores de la Guerra de Independencia, razón de más para poner en un grave riesgo el valor de manifestar la verdad. 

Pasado por momentos el enérgico brazo censor de la Corona, retomó su vida habitual el periódico, hasta 1817 en que cerró definitivamente sus puertas. En la época colonial hubo impresos que entretenían a diversos núcleos de la población; cabe mencionar, según diversos cronistas, que en 1621 empezó a circular una hoja volante, obra de un señor llamado Diego Garrido, elaborada en la esquina de la calle Tacuba; y hasta hubo publicaciones como la Gaceta Literaria, que incluían entregas semanales. En 1722 surgió Mercurio volante, abocado a presentar noticias importantes y en ocasiones curiosas, sobre física y medicina.

Ya a principios del siglo XIX, aparecieron periódicos que apoyaban la causa insurgente y cuya divulgación fue de carácter invaluable. Entre estos rotativos estaban El Despertador Americano, El Correo Americano del Sur, y el Ilustrador Nacional. Contaron con la aportación, el apoyo de personas interesadas en la independencia, quienes se las ingeniaban para entregar los recursos a costa de su vida. Esas sí eran aportaciones para una causa trascendente, como lo era impulsar el movimiento independentista, no para solapar sucias maniobras como ha sucedido al presente, en que se ha descubierto un sin número de acciones truculentas en beneficio de partidos políticos y personajes deleznables de la política nacional. Actualmente, se les viene llamando «aportaciones», a estos actos deshonestos y corruptos, en una comparación, incluso con los apoyos económicos que recibieron nuestros héroes, en distintas épocas, para costear las grandes aventuras nacionales.

Recordar en su aniversario a El Diario de México, es repasar una lección de esfuerzo y dedicación al ejercicio de «nombrar a las cosas por su nombre». Lo amerita la hora actual, en que se pone en riesgo asiduamente la libertad de expresión, por dicho y obra de un presidente que también atenta contra la permanencia de nuestras instituciones.

 

 

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