LA TINTA ERRANTE

 

La nostalgia por lo simple

Por Germán Campos

 

Sí; cosas malas le suceden a la gente buena. Pero, ¿por qué? Y es que gracias a cierta pero acertada combinación de factores perdí una gran parte de los archivos que a lo largo de varios años se fueron almacenando, voluntaria e involuntariamente, en mi compu. No está de más mencionar que entre el material perdido y en extremo valioso para este que escribe se encontraba lo que sería mi colaboración para la edición de este suplemento dominical.

Sin ahondar en los detalles que a pocos han de interesar, puedo compartir que mi laptop se encendió un fresco miércoles por la mañana y, de buenas a primeras, decidió que se había cansado de obedecer. Los últimos comandos que atinó a completar fueron abrir Word y darle play a la lista de reproducción de la sesión anterior. Esa, como ya lo he redactado, fue la última interacción que mi compañera de grandes batallas (por llamarla de alguna forma) sostuvo con un servidor.

Dicha computadora, protagonista de estas líneas, sirvió de refugio para incontables documentos, mp3’s, videos de buena, mala y pésima calidad y, lo que quizá más me abruma, una lista de escritos, relatos, anécdotas, cuentos, crónicas y notas en apariencia inservibles a la que yo siempre volvía. Afortunadamente, algunos documentos pudieron ser rescatados, en parte gracias a mis limitados conocimientos en informática y otra parte al dios Google que nunca nos abandona en nuestros peores momentos de tinieblas.

Confieso aquí mi fanatismo por la nostalgia. Menciono esto debido a un comentario que me hizo la primera persona que contacté en busca de ayuda después del percance informático que sufrí hace unos días: te dije que guardaras todo en la nube. Esa tal nube y yo jamás hemos entablado una conversación y ya siento que nos caemos mal. Tan así que la culpo, de manera infundada pero no me importa, del destino desconocido de los archivos que me fueron arrebatados.

Y me refiero a mi simpatía por la nostalgia no sin fundamentos. No son pocas las veces que me he enfrentado a alguna vicisitud relacionada con un dispositivo electrónico. Mi forma habitual de respaldar archivos y además guardar música y videos ha sido hasta cierto punto la más tradicional que he practicado desde que yo recuerdo; esto ha resultado en desastrosas consecuencias cuando lo que tontamente uno considera infalible, termina por fallar.

Sin embargo, todo este embrollo me transportó a tiempos más sencillos. Mucho antes de poner mis manos sobre el teclado de una laptop por primera vez, mi ritual de una tarde de ocio o un fin de semana sin planes pre-programados consistía en colocar frente a mí cajas y cajas repletas de casetes de audio (muchos de ellos originales y otros, lo siguiente mejor en cuanto a calidad se refiere, grabados en modelos Sony con cinta de cromo para mejor fidelidad auditiva [¿?] en un local ubicado en las calles del centro de la ciudad y que, según entiendo, aún existe) y decenas de vhs’s con grabaciones incompletas de videos musicales, entrevistas a artistas o escritores que consideraba relevantes en su momento o películas grabadas de videocasetera a videocasetera que rentaba del videoclub de moda en el barrio. Todo este cúmulo de suvenires de vivencias servía como catarsis para terminar con pan y circo un día difícil (para un adolecente, al menos).

La pregunta es: ¿en qué momento me volví tan dependiente de un dispositivo electrónico? Inmediatamente después de que mi laptop falló me sentí paralizado y sin saber qué rumbo seguir. Esto, en mi adolescencia, jamás significó insomnio o ansiedad a tal grado de maldecir a una lista sin fin de posibles involucrados en mi mala fortuna.

Al final, todo se solucionó de una u otra forma. Pude limar asperezas con el titiritero de mi mala suerte y he tomado algunas medidas para prevenir, en lo posible, otra catástrofe de estas dimensiones. Aun así, me gustó pasearme por el baúl de la nostalgia al recordar con felicidad la sencillez que significaba ser adolescente sin imaginar que en un futuro estaría a punto de perder los estribos por el capricho de un cacharro electrónico.

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