LA TINTA ERRANTE

 

La quimérica ilusión de estar bien informado
Por Germán Campos

 

En estos recientes y largos espacios que dan pauta para la reflexión, noté lo que ya se me había presentado pero que, quizá de manera voluntaria, decidí que iba a ignorar. Como consecuencia natural de una pausa necesaria de las redes sociales, concluí que mi problema no es el aislamiento, sino el constante bombardeo de información.
Durante muchos meses me alejé de las redes sociales (nada nuevo) para vaciarme de noticias insignificantes y muy poco servibles. Creí firmemente que las notificaciones que de forma constante recibía en mi celular eran donde radicaba este problema y, sin embargo, me enfrenté a una realidad mucho más simple que no demandaba el uso de un dispositivo electrónico. Millones de bytes en forma de verborrea se compartían diariamente en conversaciones casuales, comentarios para rellenar silencios incómodos y quejas en reuniones (¿no permitidas?).
No hizo falta mucha introspección para comprender que el origen del problema, hasta donde yo creía, no era una pantalla sino las personas que acostumbraba como compañía diaria. Tal parecía que leer interminables páginas de internet y hacer incansables búsquedas en Google al ingresar palabras «clave» era suficiente para convertir a un usuario de internet habitual en experto en cualquier tema.
Todo esto me terminó por hartar. Quise distanciarme de cualquier fuente de información por fidedigna que pareciera. Sin intenciones de convertirme en un ciudadano con bandera de irresponsable, traté de mantener sana distancia de gran parte de las personas que llenaban mi día a día por razones de salud física y mental. Esto me funcionó hasta cierto punto cuando, hace algunas semanas, reabrí una de mis cuentas en una red social donde las noticias abundan cual ofertas en calles del centro de la ciudad.
Irónicamente, la razón por la que cerré esta misma cuenta hace unos años sirvió de bienvenida a los pocos días de mi regreso. Un estallido digital de notas «periodísticas» parafraseadas para darles el toque personal de quien las postea funcionaba como combustible diario. Llegué a ponerme un autolímite de diez clicks al botón para desplazar pantalla hacia abajo por sesión; si no encontraba nada interesante en ese tiempo, no lo encontraría en el doble.
A manera de imposición propia, eliminé el 70% de las páginas de noticias que seguía pues entendí que los sucesos importantes, como la vida misma, se abren camino. Uno se entera más rápido de eventos que no le interesan en lo más mínimo que de lo que realmente buscamos. Además, las conocidas “fake news” de la actualidad proporcionan cierta atracción que, a fin de cuentas, terminan haciéndolas famosas.
Las noticias falsas son igual de dañinas que las que jamás solicitaste conocer. El mundo aun hospeda falsos profetas en diversas formas. Incluso hoy que nuestro mundo respira más despacio, sentimos la necesidad de forzarlo y adaptarlo a factores externos y de interés propio que poco o nada contribuyen a nuestra salud mental. Lo más probable es que mañana no haya un cambio significativo pero al menos ahora sé lo que genuinamente estoy buscando cuando disfruto de mi ocio.

Mostrar más
Botón volver arriba