Esqueletos en el Closet

 

Memorias de un fan de Queen
[Tragi-comedia en seis actos] Por Jorge Villalobos

[Sexto acto] Pasaron los años. La noche del 24 de noviembre de 1991, R.R. y yo habíamos acudido a Ciudad Juárez para cubrir un campeonato estatal de box, él reporteaba y yo simulaba ser fotógrafo. Nos encontrábamos en el cuarto del fax de la redacción del periódico ‘Norte’ en Ciudad Juárez, a cuyas instalaciones tuvimos acceso por gentileza de P.V., quien en cierto momento recuperó una hoja con un boletín recién llegado, se acercó a la puerta y gritó hacia el grupo de periodistas en la sala de redacción: “Se murió Freddie Mercury”. Periodistas al fin, de inmediato hicieron las preguntas de rigor: “¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo?”, las mismas preguntas cuyas respuestas obtuve ahí mismo en ese boletín.

El día anterior, por medio de su apoderado Jim Beach, Mercury había informado en un mensaje hacia los medios de comunicación que padecía SIDA y que mantuvo esa información en secreto para proteger la privacidad de las personas cercanas a él, pero que había llegado el momento de darlo a conocer. Al día siguiente falleció en su domicilio, por bronconeumonía agravada por la inmunodeficiencia.

Una lágrima furtiva me sorprendió ante la reivindicación de la influencia de Freddie Mercury sobre mi psiquis. Y en mi dualidad gatuna perdoné la agresión del dueño del jardín de las delicias.

De vuelta en Chihuahua recuperé mi metafórica medalla de máximo fan de Queen. Mi amigo L.R.G. me proporcionó un caset del ‘Greatest Hits II’, que había sido lanzado al mercado un mes antes de la muerte de Freddie y contenía las canciones más emblemáticas de la banda durante los años en que dejé de escucharlos. Me sorprendió darme cuenta de que el periodo del ‘cambio’ de estilo musical de Queen se reducía a unos pocos años (en retrospectiva, pocos), pero los álbumes posteriores incluían algunas joyas musicales dignas de la corona de la Reina, de las cuales me había perdido, como “It’s A Hard Life”, en la que vuelven al estilo de los años setenta; la hermosa “One Year Of Love”; las poderosas “Hammer To Fall”, “I Want It All” y “Headlong”; la épica “Innuendo” (con la asistencia de Steve Howe, guitarrista de Yes); la cómica “I’m Going Slightly Mad” y tres canciones que parecerían hechas a propósito de la proximidad de la muerte: “Who Wants To Live Forever”, “These Are The Days Of Our Lives” y “The Show Must Go On”.

Efectivamente, las crónicas posteriores de la prensa dieron cuenta de que cuando Mercury comenzó a mostrar señales de deterioro físico convocó a sus compañeros de banda a trabajar a un ritmo febril para producir la mayor cantidad de canciones posible. Las maquetas de voz y piano inconclusas tras la muerte de Freddie fueron retomadas posteriormente por May, Taylor y Deacon para completar lo que sería el álbum póstumo ‘Made In Heaven’, después de cuyo lanzamiento John Deacon se retiró del negocio musical y expresó su consentimiento en que Brian May y Roger Taylor continuaran usando el nombre de Queen en su carrera musical, no sin antes recomendarles: “Pero hey, sigan mandando los cheques”.

May y Taylor encabezaron algunos conciertos en homenaje a Mercury, con largas listas de invitados, la mayoría de los cuales no me produce entusiasmo. Pero sí me produjeron entusiasmo los homenajes que rindieron los músicos de Chihuahua. En marzo del 2000 se montó en el Teatro de los Héroes ‘Una Noche en la Ópera: Queen Sinfónico’, un buen show en el que Reyes Venegas dirigió al Quinteto Clásico y a la Orquesta Pop Music, y Ramón Farías coordinó al Orfeón Monumental Universitario para interpretar en vivo adaptaciones sinfónicas y corales acompañadas con grupo de rock.

Un poco más de tres años antes, en el milenio pasado (diciembre 1996), Teatro Musical de Chihuahua presentó en el mismo recinto ‘Dios Salve a la Reina -Tributo a Queen’, bajo la dirección de Alberto Espino. Tuve el honor de publicar una reseña del espectáculo en el periódico de mayor circulación local (en la era previa a los periódicos digitales) y, en un afán por demostrar mis conocimientos superiores al promedio acerca de todo lo que tuviera que ver con Queen, me puse en plan de crítico omnisciente con autoridad para señalar aciertos y errores. Un par de días después el director Espino aumentó mi honor al invitarme a revisar las grabaciones de audio del show. Mi vanagloria se esfumó y se trocó en ridículo cuando Espino me mostró y me hizo seguir una partitura de las percusiones con la grabación de audio y me hizo comprobar en la práctica la invalidez de mi teoría publicada acerca de que el baterista Jesús Lozano había hecho arreglos superfluos en su interpretación durante el espectáculo. Días después mi honor se recuperó al conocer a Lozano, un baterista con amplia experiencia en el ámbito musical nacional e internacional, quien me dio la oportunidad de reivindicar mi credibilidad como cronista rocanrolero al concederme una entrevista que publiqué junto con una fe de erratas.

Volviendo con May y Taylor, entre los años 2004 y 2009 hicieron mancuerna con el respetado cantante Paul Rodgers, famoso desde principios de los setentas por haber liderado a Free y a Bad Company y por haber colaborado durante los años ochenta en The Firm con el guitarrista de Led Zeppelin, Jimmy Page. Bajo el nombre Queen + Paul Rodgers lanzaron un anodino álbum de estudio y otro par de álbumes en concierto; los conciertos deben haber sido muy buenos para los asistentes, pero las grabaciones de audio solamente sirven para demostrar que Rodgers, aunque posee un característico tono grave y es un cantante muy respetado, se queda atrás al interpretar las canciones que conocimos en la voz de Freddie Mercury. La comparación es odiosa pero inevitable. Baste decir que en algunas interpretaciones no alcanza a decir las frases con la rapidez de las originales y en algunos versos termina rezagándose un compás detrás de la música (al parecer, sigo siendo aquel chamaco que tropieza una y otra vez con la misma piedra; espero no estar haciéndole una injusticia irreparable a Paul Rodgers, a quien de antemano le ruego que disculpe el sujetivo juicio del máximo fan de Queen).

En el año 2009 May y Taylor fueron invitados al programa ‘American Idol’, donde conocieron a Adam Lambert, uno de los concursantes. Lambert quedó en segundo lugar en el concurso y comenzó una fructífera carrera como solista, y desde el año 2012 ha colaborado con May y Taylor en conciertos bajo el nombre Q+AL (Queen + Adam Lambert). Su más reciente aventura es un álbum en concierto, ‘Live Around The World’, recién lanzado el pasado 2 de octubre, año 2020.

En el año 2018 se estrenó la película ‘Bohemian Rhapsdoy’ y el público abarrotó las salas de exhibición en todo el mundo para disfrutar de la narración fílmica de la vida de Freddie Mercury con palomitas de maíz. May y Taylor se involucraron en el proyecto cinematográfico, produjeron las mezclas de la música para adaptar la banda sonora y contribuyeron con información para la elaboración del guión. El filme recibió numerosos premios de la comunidad cinematográfica, incluyendo cuatro Oscars (dato rápido wikipédico, que para eso está la tecnología: presupuesto 52’400,000 USD, recaudación 903’992,901 USD).

Independientemente del éxito comercial de la película, para mí fue la oportunidad de compartir la más grande afición de mi niñez y juventud temprana con mi propia familia. No me molestaron las inconsistencias cronológicas y las imprecisiones históricas del filme, me resultaron simplemente anecdóticas, pero me sirvieron para hacer un ejercicio de memoria y para revivir mis propias experiencias. La banda sonora de mi propia niñez. Y la oportunidad de observar el fenómeno cultural de la resurrección, a 27 años de distancia, de uno de los cantantes más significativos de la historia del rock; de cómo Freddie Mercury volvió a la vida a través del recuerdo de sus contemporáneos y de la admiración de toda una nueva generación que descubrió las razones por las que la música de Queen es imperecedera.

A Brian May, Roger Taylor y al mismo John Deacon los considero ahora como hermanos mayores que me ayudaron a descubrir el mundo; ya no me entusiasman sus proyectos musicales actuales o futuros pero les deseo éxito, y espero que los fans de Queen como yo se sigan multiplicando.

Mi medalla de máximo fan de Queen permanece intacta mientras se trate del cuarteto original con John Deacon con cabello largo y Freddie Mercury sin bigote, y es un poco como el cabello de Brian May, que a pesar de haber encanecido luce tan esplendente como en su juventud y sigue estando ahí, como un símbolo perenne de la materia con la que se construyen las leyendas.
[Fin]

* Comentarios, sugerencias, dudas o desavenencias acerca de “Esqueletos en el Closet” son atendidos al correo electrónico villalobos7@gmail.com.

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