El oráculo de Apolo

La posverdad y la ‘verdad de las mentiras’

Por Enrique Pallares

 

Hablamos en la participación anterior sobre el posmodernismo, ahora es el turno de la posverdad, términos de moda, y vaya que hacen ruido.  Según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), la define como la “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. El Oxford English Dictionary (OED) nos dice que es una situación en que “los hechos objetivos son menos determinantes que la apelación a la emoción o las creencias personales en el modelaje de la opinión pública”.

Si esto es lo que definen los diccionarios por el término de marras, entonces la posverdad es tan vieja como la humanidad. Por lo general el prefijo “pos” es empleado para señalar al sucesor nonato de una escuela o corriente de pensamiento que se creía muerto. Tal es el caso de posmodernismo o pospositivismo.  En la actualidad el concepto de posverdad tiene su apoyo en las confusiones que provoca filosóficamente el relativismo epistémico, el cual sostiene que “la verdad es relativa” y que “cada quien tiene “su” verdad”. Este relativismo tuvo una posición dominante en la academia y al principio se practicó mucho en la izquierda académica con pensadores como Feyerabend con su libro “Contra el método”, el cual sostenía que la medicina no es superior a la brujería, sino que se trataba simplemente de dos sistemas de pensamiento distintos. Para empezar, el relativismo epistémico es confuso y contradictorio pues si aceptáramos su tesis, también hay que aceptar que es relativa la afirmación de que la verdad es relativa. Actualmente, el relativismo epistémico no tiene ningún apoyo de la filosofía seria.

La posverdad también está asociada a las “fake news” que por cierto existen desde hace muchísimo tiempo. Las han usado los Estados y los periódicos quienes tienen desde luego más capacidad de creación, promoción y difusión. Sin embargo, en las circunstancias actuales, organismos más pequeños e incluso individuos aislados pueden producir y diseminar con facilidad las noticias falsas. Sólo lo que dice el otro son fake news. Trump, AMLO, Maduro, etc., las utilizan contra los medios que publican noticias que les son desfavorables, o bien  sosteniendo que ellos tienen otros datos. Po eso, en el New Yorker, se sostenía en una viñeta que la definición de la ‘posverdad’ quedaba  clara con la expresión “Este ha sido el pronóstico metereológico demócrata, a continuación veremos el pronóstico republicano”.

Los demagogos son maestros de la posverdad y se convierte en un símbolo o síntoma de un estado totalitario, en donde un sólo poder,  controla el flujo de la información. Se altera el pasado según los intereses políticos del presente. La información precisa convive con la mentira y el objetivo y el resultado es enturbiar, hacer difíciles las diferencias, manipular las emociones e introducir una visión cínica de los hechos. Cuanto más se repite una mentira y cuanto más éxito tenga el mentiroso, mayor será el número de los convencidos e incluso es más probable que el mentiroso acabe por creerse sus propias mentiras. El demagogo se aprovecha de la pereza mental de la gente (perdón, del ‘pueblo sabio’, en términos de posverdad) y sobre la inclinación de lo que preferimos pensar. Es decir, explota lo que encaja con lo que ya pensamos o deseamos, pues es a lo que oponemos menos resistencia.

Otra característica que contiene el uso de la posverdad es el énfasis en la famosa identidad, en el nacionalismo identitario y una negación en lo que es universal. La verdad será distinta para unos y para otros, según sus condiciones y sus experiencias, las cuales, estas últimas, son incomunicables.

Las formas de comunicación moderna contribuyen a favorecer esta tendencia, pues le dan preferencia a expresar lo subjetivo sobre lo objetivo lo que contribuye a la fragilidad de los medios, a la fragmentación y al desgaste de la confianza en la veracidad.  Genera una cultura en la que las mentiras pueden sobrevivir si nos benefician.

La posverdad adquiere nuevas formulaciones del viejo problema de qué es la verdad al estar ligada, hoy en día, a las revoluciones tecnológicas de los medios de comunicación, con  las redes sociales y a las nuevas formas de hacer política. La posverdad también revela los grandes vínculos que existen entre los medios de comunicación y la política, pues se convierten en una amalgama necesaria para poder sobrevivir. Antes un chisme de barrio se consideraba verdadero pero estaba limitado a ese barrio. Pero hoy en día ese tipo de noticias en Facebook, Twitter o en instagram se hace viral e internacional. La mentira que se creó en algún rincón de la India, se considera verdadero en otro rincón de América.

Como ejemplos claros de  la cultura de la posverdad tenemos lo dicho por Kellyanne Conway, que en ese entonces era la jefa de campaña de Trump, cuando justificó la prohibición de entrar a EEUU a ciudadanos provenientes de países musulmanes, señalando que dos refugiados iraquíes habían estado involucrados en la matanza de Bowling Green. La matanza de Bowling Green nunca ha existido. Otro es el caso cuando el secretario de prensa de la Casa Blanca, aseguró que los medios de comunicación habían ocultado deliberadamente la asistencia masiva de ciudadanos a la investidura presidencial de Trump; porque según él había sido con la mayor audiencia del mundo. Y así sigue la mata dando, ‘no hay cambio climático’, ‘yo tengo otros datos y son los correctos’, ‘la homosexualidad es antinatural’, ‘Irak tiene armas nucleares’, como pretexto para invadirlo, etc., etc.

Así pues, vemos que en el mundo de la posverdad cualquier idea puede dar paso a un discurso “válido” sobre lo que ocurre en la realidad, siempre y cuando los medios en los que se transmiten sean suficientemente potentes. Saber si es verdad, eso no importa.

 

 

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