EL HILO DE ARIADNA

 

Pandemia y lectura

Por Heriberto Ramírez

 

Hace días en una reunión, antes del semáforo en rojo y con sana distancia, un entrañable amigo enlistaba los más de 70 libros que había leído en estos tiempos de confinamiento, nos presumió en su teléfono móvil a los tres más que componíamos la mesa una relación completa de las grandes obras literarias que pasaron a formar parte de su “egoteca”. También nos llamó la atención que siendo un destacado genetista se tomara el tiempo para leer literatura más allá de sus intereses profesionales.

Con cierta seguridad se puede afirmar que debe haber muchos otros ejemplos de este tipo, personas que en medio de su obligado aislamiento han optado por dedicar su tiempo a la lectura. Leer es uno de los actos representativos de la libertad humana, sobre todo si es uno quien elige qué leer o no leer, o en qué momento dejar de leer un texto sin capacidad de seducción para atrapar nuestra atención. Cuando cerraron las librerías muchos lamentamos la medida, considerar que la lectura no es una actividad prioritaria da una idea de cómo piensa quien está detrás de tal decisión. A pesar de esto, hubo librerías que despacharon por ventanilla, porque hubo usuarios que buscaron proveerse de lecturas, quizá pensando, como ocurrió, que esto iba para largo.

El dueño de una librería me compartió la experiencia de lectores ávidos que acudieron presurosos a llevarse brazadas de libros para sobrellevar el confinamiento. Otros más, buscamos libros por internet, y vivimos días de impaciencia porque los libros no llegaban, explicable si consideramos que los servicios de paquetería también estaban colapsados, lo mismo ocurría con las librerías responsables del despacho, no tenían personal, así que tuvimos que aprender a esperar, entendimos sin mucha dificultad que se trataba de tiempos distintos y difíciles.

Con todo, me parece que es un panorama esperanzador, de lectores capaces de sobreponerse a una circunstancia adversa y poder dedicar su valioso tiempo a una de las pasiones más edificantes. A disfrutar, si el texto nos lleva por ese sendero, aunque también se puede sufrir si los prodigios narrativos del autor son lo suficientemente solventes y nuestra predisposición para dejarnos atrapar da para ello.

Aunque también he visto otro lado de esta experiencia. A maestros atiborrar de textos digitales, de pdfs, como les decimos, muchas veces les comparten malas copias de libros, con las líneas curvadas de los textos, incluso con sus propios subrayados y marcas en los márgenes. Un verdadero atentado al buen gusto por la lectura. Porque para el estudiante, se trata, además, de lecturas que él no ha escogido, es lo que el maestro piensa “debe” leer el estudiante y hacerlo en condiciones poco favorables no abona para nada al aprendizaje del alumno y de su maestro menos.

El asunto no termina ahí, la andanada de archivos digitales llega por lo regular sin ninguna estrategia de lectura, el estudiante sólo sabe que tiene que leer “esos materiales”, sin tener una idea clara de qué buscar en sus textos, cuál es el propósito, por dónde debe dirigir sus pasos en eso que llamamos la experiencia lectora. Leer así significa tanto como ir por el mundo sin ninguna coordenada, geográfica o existencial. Al final simplemente podemos deducir que se trata de un maestro sin buenos hábitos lectores, quien simplemente quiere cumplir con su trabajo.

¿Qué podemos hacer? ¿Cómo tratar con esta clase de docentes? ¿Cómo delinear una filosofía de la lectura? ¿En qué clase de lector estamos pensando y cuáles son sus condiciones para leer? Quizá podamos encontrar un poco de más claridad en las palabras de Joan-Carles Melich propuestas en La sabiduría de lo absurdo: “En el espacio para la lectura el lector debe poder sentarse, pero, también caminar. Leer sentado, leer caminando, leer en camino, dando vueltas alrededor de la habitación, leer y pensar, un pensar en movimiento, como la vida, como los ensayos de Montaigne”. Líneas más adelante vuelve al mismo punto: “La lectura sirve para aprender a pensar en movimiento, para activar el pensamiento, para ponerlo en marcha. Es la manera finita y, por tanto, humana de pensar. La única manera que tenemos los seres finitos de hacerlo”.

Aún nos quedan muchas interrogantes, y quizá pocas respuestas acerca de la lectura en digital ¿qué tan adaptados están nuestros estudiantes? En un artículo “Por qué el cerebro prefiere el papel” publicado en la revista Investigación y Ciencia, Ferris Jabr, entre varias razones respondió a esta pregunta: “Al leer las personas parecen más inclinadas a implicarse en lo que los psicólogos llaman “regulación metacognitiva”; es decir, en fijarse objetivos concretos, releer los pasajes difíciles y comprobar sobre la marcha cuánto han entendido”. Estamos olvidando, me parece, que aún en medio de esta situación el libro de papel sigue siendo una alternativa asequible para aquellos que se sientan más cómodos y a la cual no debemos renunciar en automático, porque sólo trabajamos por vía virtual. Habrá que pensar en una nueva forma de administrar el acceso a nuestras bibliotecas, muchas ya lo hacen, aunque muchas otras han optado por cerrar sus puertas, dejando que cientos, miles de volúmenes permanezcan ociosos, a la espera indefinida de un lector sediento de conocimiento.

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