VIAJE EN CARRETERA

 

Preludio al óleo

Por Violeta Rivera Ayala

 

¡Hola! Bienvenidos, queridos pasajeros, abrochen su cinturón, por favor. Comenzaré la colaboración semanal de “Viaje en carretera”, con un preámbulo referencial: se trata de una invitación al lector para que sea mi copiloto, mientras le cuento alguna anécdota, aventura, reflexión o historia de vida relacionada con la odisea del Arte y sus alrededores. Vamos a divagar y fluir en ideas a través de una lectura tan relajada, abierta y casual, como una charla entre amigos.

Estoy muy contenta con esta participación, porque era un sueño que tenía desde la Universidad. En ese entonces trabajaba como reportera y veía a los editorialistas como pilotos de avión; conductores de vuelos entre cavilaciones y argumentos, y totales responsables de las respectivas consecuencias de sus palabras.

Al leer en el mensaje (parafraseado): “Nomás la vemos de gira por el país… Tendría un espacio para que comparta experiencias de toda su actividad artística”. No lo dudé. Y es que, además, mi carrera ha tomado un rumbo “del tingo al tango”, en este ejercer a tiempo completo los oficios de poeta y pintora. Así que me viene muy ad hoc.

En estos viajes que he tenido, algo que se ha vuelto una pasión para mí, es manejar en carretera. Adoro los paisajes, la velocidad cuando se vuelve constante, la pericia para sortear las curvas o rebasar, la música y las charlas improvisadas. A veces, estos diálogos, terminan en proyectos, confesiones o un acercamiento más profundo hacia la humanidad y las personas. Siempre he pensado que viajando se conoce a la gente.

Este año, las salidas se limitaron muchísimo, por eso también me encantó la propuesta; imaginarme que me subo al auto y que, junto a mi lector, agarro camino, sin importar a dónde lleguemos; tan sólo por el placer de compartir vivencias o “echar chal” diría acá, más en confianza.

Y antes de llegar a nuestro destino, una estampa para inaugurar la sección: La primera vez que tuve un óleo en mis manos…

Un connotado artista, publicó la vacante: “se solicita persona que me lea mientras pinto”. Pensé, como si se tratase del inicio de Aura de Carlos Fuentes: “Lees ese anuncio: una oferta de esa naturaleza no se hace todos los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie más”.

Inmediatamente envié un mensaje, ese puesto tenía que ser mío, me esmeré en exaltar mis cualidades como lectora en voz alta. Fui al “casting” algo ansiosa, segura de que la fila de interesados doblaría la cuadra. Sólo yo estaba. Vaya atención, creí, uno a la vez.

Ya luego me confesó, que en efecto, sólo yo respondí a la solicitud. Muchos lo criticaron por extravagante y egocéntrico. La paga era ínfima, pero el personaje lo valía con creces (en próximos artículos les contaré más sobre él).

Me entregó un libro con un separador:

– Comienza donde está señalado-, ordenó con la amabilidad que le era posible, a decir de sus atributos: corpulento, hosco y tosco, respiración atragantada que más parecía un refunfuñar y, un casi imperceptible destello de ternura. Quizás quede más claro con una imagen: Fusión entre La Bestia de Disney y Diego Rivera.

Inicié con el fragmento de un poema de Juan Bañuelos:

“Como un tigre violeta le sangraban los ojos.

Ahorré la luz debajo de su pelo.

Sol. Tertulias de sombra en sus pestañas

rumoreaban como uvas de un lagar”.

Él se detuvo frente a un cuadro a medias, de girasoles. Me interrumpió:

– ¿Sabes pintar con óleo?

– Claro.

Tenía unos meses que había decidido dejar radicalmente todo: Mi empleo, familia, ciudad, etc., para dedicarme de lleno a dibujar. Nunca había tenido un sólo tubo de óleo en mis manos.

– Copia mi estilo y síguele con los girasoles… ¿Sabes qué?, te están quedando muy bien… ¿Ves ese lienzo?, es de 2 x 3 metros… Ahí hay un banco… ¿Puedes pintarle un cielo, así con óleo?.. Yo te ayudo… Sabes qué, mejor tú síguele y yo te leo…

Toda la tarde leyó y yo pinté. Él detalló las figuras y me dio algunas instrucciones. Por la calle, una chica pasó vendiendo pitayas y por primera vez descubrí, con asombro, ese manjar de dioses. Ni siquiera me atrevía a comerlo. Me fue más difícil aceptar que mi paladar merecía esa fiesta de sabor y color, que terminar, entre ese día y el siguiente, con el mural al óleo sobre tela.

El reconocido pintor, ya con su firma, lo vendió en cien mil pesos.

Redes sociales: @viocolor.

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