Esqueletos en el Closet

Memorias de un fan de Queen

[Tragi-comedia en seis actos] [Personajes: Farrokh Bulsara, John Deacon, Brian Harold May, Roger Meddows-Taylor, narrador, Carlos, comparsas varios] Por Jorge Villalobos

[Primer acto] Para mí, al principio el rock creó a los Beatles, a Kiss y a los sencillos promocionales que se colaban entre la música pop de moda en la programación de radio en Chihuahua. En el segundo día, por cortesía de mis hermanos mayores, aparecieron en mi casa algunos discos de rock que causaron un impacto duradero en mis oídos; conocí a grupos como Nazareth, Deep Purple, Yes, UFO, Thin Lizzy o Pink Floyd, entre muchos otros; algunos me impresionaron de inmediato pero a otros no los comprendí hasta que crecí. Para el tercer día abandoné definitivamente a Juan Gabriel, a Roberto Carlos y a Camilo Sesto en favor de las canciones de rock en inglés. Pero en el cuarto día conocí a Queen, y el mundo que percibí a través de mis oídos se tornó fascinante. Dejé de contar los días, la creación se había consumado.

Queen fue llegando en dosis moderadas. En las estaciones de radio de Chihuahua que programaban música en inglés predominaban los hits del momento, pero también sonaban canciones ‘de catálogo’, y había que poner atención a las intervenciones de los locutores al inicio o al final de las canciones para saber qué era lo que estaba uno escuchando. Pero no puse atención al locutor cuando oí por primera vez “Somebody To Love”, y al finalizar él no repitió ni el título de la canción ni quién era el intérprete. Luego de oír repetidamente “Don’t Go Breaking My Heart” con Elton John y Kiki Dee, o “Fly, Robin, Fly” con Silver Convention, finalmente ponían alguna de las que sí me gustaban, como “Love Hurts” de Nazareth, o “Silly Love Songs” de Wings, pero habría que esperar hasta que iniciara el turno del próximo locutor para ver si se le ocurría repetir la canción con los coros que tanto me había impactado. Pero no fue así, al menos en esa ocasión.

Una equívoca respuesta a mi pregunta llegó en la forma de un caset grabado por algún amigo de uno de mis hermanos, rotulado con pluma. Por un lado decía “Guess Who” y por el otro “Kink”. En ese momento yo desconocía la existencia de un grupo llamado Guess Who, asumí que se trataba de The Who. Tampoco conocía a los Kinks. Pero al escuchar el cassette resultó que contenía canciones de varios grupos, y entre esas estaban “Bohemian Rhapsody” y aquella otra que tanto me impactara, “Somebody To Love”. Mi hermano me informó que el grupo que interpretaba esas dos rolas era el mismo: Queen. Pensé en lo bobo que resultaba que la persona que rotuló el caset hubiera puesto “Kink” en vez de “Queen”, pero yo era un chamaco en ese tiempo.

Pero las cintas de los casets iban perdiendo calidad con el uso, además era común que se trabaran y se hicieran acordeón entre los cabezales de las “grabadoras” en que los reproducíamos (nada que no pudiéramos reparar con ayuda de una pluma Bic y un pedacito de cinta adhesiva). Y a pesar de que la “Rapsodia bohemia” pueda ser por excelencia la canción más reconocida de Queen, nada más tenía esa y la otra ya referida, y yo quería más.

Mis conocimientos rocanroleros se ampliaban a medida que mis hermanos seguían llevando discos a mi casa, pero ninguno de Queen. Conocí a Genesis, a Chicago, a los Eagles, a Boston, a Peter Frampton… pero Queen seguía evadiéndome.

Para mi suerte, apareció por ahí a mi alcance un ejemplar de una revista, probablemente ‘Notitas Musicales’ o ‘Escándalo’, en el que publicaron la letra (con su traducción) de “Alguien a quien amar”, incluyendo una foto en blanco y negro y de cuerpo entero del cuarteto Queen, que efectivamente tenían imagen de ‘rockers’ ingleses: cabello largo, pantalones acampanados, zapatos de plataforma. La coincidencia entre la imagen real del grupo con lo que yo había imaginado sobre su aspecto fue satisfactoria, sin embargo, la revista me dejó claro que mi conocimiento del idioma inglés era muy deficiente, pero al menos esa página de revista me sirvió para comenzar a ampliar mi vocabulario.

Empecé a espulgar con fervor las páginas de cuanta revista juvenil llegaba a mis manos en búsqueda de cualquier información sobre Queen. En la actualidad esto suena retrógrado y hasta cursi, pero en ese momento, segunda mitad de los setentas, no había muchos recursos disponibles; la programación de radio se limitaba a canciones lanzadas al público como sencillos, y en la televisión regía el veto contra el rock impuesto por Tata Gobierno desde el inicio de la década.

La alternativa más obvia era visitar los supermercados donde vendían discos (Soriana, Futurama y García; en Chihuahua no hubo tiendas especializadas en venta de discos o instrumentos musicales hasta que adoquinaron la calle Libertad para convertirla en corredor comercial peatonal, y si hubo yo no las conocí, todavía era muy chamaco). Pero comprar discos estaba fuera de mi alcance. Sin embargo, las visitas a los departamentos de discos de esas tiendas fueron mi más valiosa fuente de información, ahí tuve la oportunidad de ver las portadas de los discos de Queen y conocer los títulos de otras canciones. Me di cuenta de que estaba llegando tarde a la fiesta: Queen ya había lanzado cinco álbumes cuando yo los conocí.

Quiso la suerte que un día apareciera en casa el álbum ‘Sheer Heart Attack’, el que contiene “Killer Queen”, pero uno de mis hermanos lo había llevado prestado, había que devolverlo pronto, y apenas alcancé a darle una probadita. Era de noche, y con la grata impresión que me embargaba después de escuchar el lado 1 le di la vuelta al disco y recibí el susto de mi vida al poner la aguja en la primera canción. El terrorífico alarido con que inicia ‘In The Lap Of The Gods’ y la introducción con el piano me impactaron más fuerte que la muerte del Camellito en ‘Nosotros los pobres’. En el momento me dio miedo seguir escuchando y ahí le paré, pensando en mejor oír lo que me faltaba cuando fuera de día. A la tarde siguiente el disco había sido devuelto a su dueño y pasarían varios años antes de que pudiera enfrentarme de nuevo a “En el regazo de los dioses”.

Pasaba el tiempo y comenzaban a sonar más canciones de Queen en el radio: las novedades de 1977 fueron “We Will Rock You” y “We Are The Champions”, que yo prefería mil veces que a Barry Manilow con “Can’t Smile Without You” o la adaptación de Walter Murphy “A Fifth Of Beethoven”. Al año siguiente “Bicycle Race” y “Don’t Stop Me Now” también fueron éxitos de radio, aunque pequeños en comparación con “Chiquitita” de ABBA o “Ring My Bell” de Anita Ward. Y yo podría ser un chamaco pero también podía distinguir la abismal diferencia entre las pocas canciones que conocía de Queen con, por decir algo, “Rivers of Babylon” de Boney M.

El último recurso eran los conocidos, míos o de mis hermanos o hermanas, ¡alguien tenía que tener algún disco de Queen!

Aquí entra en escena uno de los condiscípulos de mi hermano Carlos, S.H.O.C., conocido para nosotros como ‘El Momia’. El papá del Momia era maestro, muy fan de los Beatles, poseía una colección de discos bastante respetable y hasta una guitarra eléctrica.

Justo en donde empieza la calle lateral del canal, del este al norte, frente al “trébol” de la avenida Universidad, donde hoy solamente existe un terreno baldío, estaba la casa del Momia, fácilmente distinguible porque en una de las paredes que daban hacia el trébol un tío del Momia pintó a mano alzada la imagen del dirigible en llamas que adorna la portada del primer álbum de Led Zeppelin. Ahí acudíamos Carlos y yo a visitar al Momia, quien me demostró su amistad al saciar mi hambre roncarolera con el préstamo de su álbum de Queen, ‘News Of The World’.

El tan ansiado momento de poder escuchar un álbum completo de Queen había llegado y lo disfruté con fruición, al grado de sentirme culpable de ser tan feliz. Pero esa felicidad tuvo su costo en un par de días. Sacar de su funda el disco de acetato sin la debida precaución trajo como consecuencia que resbalara de mi mano y cayera de canto contra el suelo. Se quebró por un lado, los surcos de la primera canción de cada lado quedaron inútiles. Me vi en la necesidad de comprar el disco para reponérselo a mi amigo. Pero los discos eran caros para mí, chamaco de primaria. Un LP costaba alrededor de 100 pesos (viejos pesos de mil-novecientos-setenta-ypico). Reunir semejante cantidad sólo era posible con ayuda. Solidario, Carlos contribuyó con una parte, y mi padre me proveyó del resto del dinero.

Una vez que restituimos el disco del Momia, me encontré poseedor de un disco del cual no podía escuchar dos canciones, ¡pero era mi primer disco, y de Queen! El primero de una colección que un día habría de convertirse en una columna periodística titulada “Esqueletos en el Closet”. Pero eso pasaría muchos años después. De momento, no era importante que el disco estuviera quebrado porque la primera canción del lado 1 es “We Will Rock You”, que ya conocía de memoria, y el lado 2 inicia con “Get Down, Make Love”, que me desagrada.

Ahora, si bien los discos LP tenían un costo prohibitivo para mí, logré reunir la fabulosa cantidad de 35 pesos para comprar el ‘Queen’s First E.P.’, una maravilla que contiene cuatro canciones de cuatro álbumes distintos (a saber, “Good Old-Fashioned Lover Boy”, “Death On Two Legs”, “Tenement Funster” y “White Queen”), lo que me permitió paladearme conociendo fragmentos de otros álbumes a un precio asequible. Y tuve la oportunidad de gratificar la confianza del Momia al prestarle mi disco nuevo, chiquito pero bonito. Él no lo quebró, me lo regresó intacto. Mi amistad con el Momia duró hasta que él concluyó la primaria, luego su familia se mudó de domicilio, quizás de ciudad, y perdimos contacto.
[Fin del primer acto]

* Comentarios, sugerencias, dudas o desavenencias acerca de “Esqueletos en el Closet” son atendidos al correo electrónico villalobos7@gmail.com.

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