EL ORÁCULO DE APOLO

 

La corrupción, enfermedad o síntoma
Por Enrique Pallares

 

Las democracias empiezan a morir por la cabeza. El mal de la corrupción se encuentra incrustado en aquellos puntos centrales o básicos (poder judicial, legislativo, ejecutivo, empresarial, etc.) de un sistema social que ha ido terminando poco a poco con la imagen de las instituciones y que ha ido erosionando la credibilidad de los principales partidos políticos.

Este mal produce la desmoralización y, como efecto, la perniciosa impunidad con la que actúa. Los partidos, sean del color que sean, no persiguen realmente la corrupción pues sólo denuncian la de sus adversarios políticos como parte del circo electoral y para ejercer su venganza.

Como hemos constatado hoy en día, ninguno de ellos toma medidas generales verdaderamente decididas contra esta lacra (y que ¡claro que se pueden hacer!), porque también afectaría a los suyos, y sobre todo, a sus fuentes de financiamiento.

Los ciudadanos consideran que en una democracia existe un pacto legal entre ellos que ha sido roto y que la corrupción es una deslealtad evidente a dicho pacto porque se ha hecho un mal uso de la libertad que presupone la democracia.

Sin el personal adecuado y dedicado a la lucha contra la corrupción, los discursos y los cambios legales sólo han servido para dar apariencia de reaccionar (encuestas para enjuiciar a x político) sin la más mínima atención de ir a las raíces.

En los discursos y en las poquísimas acciones, se comete el error de confundir los efectos con las causas y se importa, de otros países (quizá tan o más corruptos), remedios que están fuera de las costumbres culturales del país. Nunca atienden a los complicados procesos históricos, políticos y sociales que condujeron a este mal.

Pero lo que llama la atención, es que se confía más en el poder extraordinario, mágico o sobrenatural de las instituciones, sin ponerle atención a los operadores concretos que las conducirán y administrarán en los diversos contextos sociales en donde precisamente tendrán que incidir.

Algunos actores políticos consideran, equivocadamente, que la corrupción es una enfermedad y no un síntoma. La corrupción es un fenómeno accesorio que acompaña al fenómeno principal de una situación social que suele ser la regla más que la excepción, pues se da en las sociedades en las que los intereses del grupo (llámese familia, partido, iglesia, etc.), se superponen a los intereses de la comunidad. Así se ve, por ejemplo, que los partidos ponen de candidatos a personas que poca familiaridad tienen con los problemas que aquejan socialmente y que tienen baja calidad moral para ocupar puestos legislativos. Sólo los ponen por el interés de grupo.

La solución no está en sustituir unos gobernantes corruptos por otros, sino en construir un orden social con nuevas reglas muy diferentes a las anteriores y que la gobernanza deje de ser clientelar o deje poco margen a la nueva corrupción de hacerse de partidarios repartiendo miserables dádivas.

Se requiere de una coalición social que rompa la tendencia a la corrupción que está unida a las palancas institucionales que existen en el poder judicial y policial.

Por otro lado, reforzar los sistemas de control de transparencia en las normativas, en la disciplina presupuestaria y en la transparencia en los sistemas de financiación de los partidos políticos, acompañada de medidas anticorrupción en los programas electorales.

Otra medida sumamente importante y que ha tenido gran éxito en algunos países, es la despolitización de la administración pública, con la creación de verdaderos órganos independientes de control que permitan que las normas se cumplan eficazmente. Evitar que los gobernantes hagan uso de los medios de comunicación para la publicidad institucional y que termina en victimizar de manera sistemática al que denuncia. Racionalmente se conocen muchas medidas, ahora sólo falta ponerlas en obra.

Pero, pero, habría que preguntarnos: ¿a la sociedad le preocupa verdaderamente la corrupción? ¿Realmente está interesada en que se elimine este mal? O seguiremos con el “lema”: “la corrupción somos todos”.

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